David tiene 28 años y trabaja desde que acabó la universidad en el sector del comercio. A día de hoy tiene un contrato indefinido, un horario prácticamente perfecto y un salario que le permite ahorrar, pero hay algo que falla: el trabajo no es el que se imaginó cuando con 18 años comenzó a estudiar ingeniería química. “Siento que he fracasado por no trabajar de lo que he estudiado”, comparte con Yasss, “y cuando veo que mis amigos empiezan a dedicarse a algo de lo suyo no puedo evitar agobiarme. Es como si hubiese tirado años de mi vida, dinero de mis padres y esfuerzo”, añade.
Al preguntarle si le gusta su trabajo, la respuesta es clara: “sí, si a mí me encanta, pero a veces pienso que soy poco ambicioso, que esto no es lo que imaginaba de pequeño, que mis padres seguro que se avergüenzan cuando dicen a qué me dedico”, confiesa David.
Su situación no es excepcional ya que según los datos de la Oficina de Estadísticas Europea (Eurostat), uno de cada cuatro españoles menores de 35 años no se dedica profesionalmente a su ámbito formativo o, en otras palabras, no trabaja de lo que estudió.
Los jóvenes de la generación millennial y zeta hemos crecido con una creencia muy extendida entre nuestros padres: “trabaja y tendrás un futuro”. Ellos realmente pensaban que esto era cierto y por eso se esforzaron tanto para que tuviésemos las oportunidades que muchos de nuestros padres no tuvieron. El problema es que la situación económica y laboral ha dado un giro de 180º en las últimas dos décadas.
En los 90 y en los 2000, el sueldo era proporcional al precio de una vivienda. A día de hoy, para vivir en un zulo compartido tienes que pagar la mitad de tu sueldo. Esto es una realidad y criticarlo no es ser quejicas, exagerados o mimados.
A la crisis de la vivienda se suma la gran precariedad laboral: no hay trabajo altamente cualificado porque te exigen una experiencia que no tienes al ser joven, pero como no te contratan no puedes adquirir esa experiencia. Es la pescadilla que se muerde la cola. El poco empleo que hay o bien te exige mudarte, o bien tiene condiciones abusivas (el sueldo es muy deficiente, te toca trabajar como becario eternamente, te tienes que hacer falso autónomo, en el contrato figuran unas horas, pero tienes que hacer horas extra siempre, o directamente no hay contrato).
En este clima crítico muchos jóvenes optan por trabajar de lo que surja, aunque no tenga nada que ver con lo que han estudiado. ¿Significa eso que son poco ambiciosos? No, significa que intentan sobrevivir en una sociedad que te obliga a elegir entre trabajar de lo tuyo a disgusto (lejos de tu ciudad o con unas condiciones precarias) o trabajar de otra cosa con unas condiciones decentes.
Todos necesitamos sentirnos autorrealizados en nuestra vida, pero tenemos metido en la cabeza que la única ambición válida es el trabajo. En consecuencia, dejamos que nuestra vida laboral defina nuestra identidad. Esto se ve influenciado por el tóxico mito de que la vocación es sinónimo de felicidad incondicional. ¡Error! Puedes trabajar de lo que siempre has deseado y ser infeliz, y puedes trabajar en cualquier otro empleo y estar más a gusto que en brazos.
Si sientes que tu valor depende de tu trabajo, es hora de empezar a separar tu autoestima e identidad de tu vida laboral. ¿Cómo?
1. Evitando las comparaciones y frenando a otros cuando te comparan. La próxima vez que tus padres te hablen del exitoso hijo de la vecina que estudió ingeniería informática/psicología/medicina/derecho/lo-que-sea y ahora se dedica a ello, suelta un sincero “me da completamente igual la vida de los demás, así que deja de hablarme de ella por favor”.
2. Entendiendo el éxito laboral como un cúmulo de factores. Que un trabajo sea exitoso no depende de que se asemeje a aquello que estudiaste. Influyen las tareas que tienes que desempeñar, el ambiente con los compañeros, el salario, las horas y la posibilidad de disfrutar de tu tiempo libre, el poder desconectar al salir del trabajo, etc.
3. Descubriendo otras ambiciones. Busca aquello que te hace sentir realizado más allá de lo laboral: ser más creativo, hacer un voluntariado, pasar más tiempo con tu familia, viajar, disfrutar del cine. Por cierto, las ambiciones no son como el grupo sanguíneo, que te toca uno y va a ser ese para toda la vida. Cambian con el tiempo y puedes tener varias a la misma vez, algunas más grandes y otras más “tontas”.