Según la Sociedad Española de Medicina Estética, cada vez nos sometemos a retoques estéticos antes. Si hace unos años la edad media eran los 35, a día de hoy son los 20, un dato que ha escandalizado a muchos pero que revela un fenómeno que lleva años gestándose: aspiramos a un ideal de perfección inalcanzable y cambiante.
Quienes nos criamos en los 90 y en la primera década de los 2000 veíamos a diario revistas, series y películas en las que se mostraba un mismo tipo de cuerpo: delgado. Ahora, el ideal de belleza ha cambiado.
Este proceso comenzó hace una década cuando las cámaras de los móviles empezaron a incorporar filtros que distorsionaban el rostro (a día de hoy, suelen ir activados de fábrica en los ajustes de la cámara) y cuando se popularizaron aplicaciones con ese mismo objetivo: tener la piel más suave, los ojos más grandes, la nariz más fina y labios más gruesos. Poco después, las redes sociales incorporaron este tipo de filtros, por ejemplo, Instagram y TikTok.
A día de hoy nos hemos acostumbrado tanto a esa imagen filtrada (tanto de los demás como de nosotros mismos), que nuestra cara real nos parece insuficiente.
Para gestionar esta insatisfacción, cada vez más personas recurren a los retoques estéticos. Los más populares son el ácido hialurónico para aumentar el grosos de los labios y la toxina butolínica o ‘bótox’ para eliminar arrugas. ¿Es esto un parche para nuestra autoestima o una solución a largo plazo?
Como psicóloga, no voy a demonizar a los retoques ni a culpabilizar a las personas que recurren a ello: cada uno es libre de cuidar su autoestima como quiera (y como pueda). Lo que sí considero indispensable es que cualquier persona, tenga 20 años o 35, cuente con toda la información necesaria para tomar la decisión de someterse a un retoque estético o no.
Los filtros influyen en nuestra salud mental, eso es innegable. Alteran nuestra autoimagen porque nos acostumbramos a vernos de una determinada manera, lo mismo que ocurre si te maquillas todos los días desde que te despiertas hasta que te acuestas, y en unas vacaciones te olvidas el neceser en casa. Probablemente te sentirás incómoda porque no estás acostumbrada a ver tu rostro sin maquillaje.
En las redes sociales, ocurre algo parecido. Si cada vez que nos hacemos un selfie, éste se distorsiona para “embellecernos”, nuestra autopercepción cambia y cuando nos vemos con la cámara sin filtros o en el espejo, nos falta algo.
En esa búsqueda de un ideal de perfección que las redes sociales nos han vendido, encontramos una salida en los retoques estéticos. Cada vez más personas se someten a ellos, incluidas influencers. El hecho de que clínicas colaboren con figuras públicas no es casual: evidentemente hay un beneficio, y es que los seguidores se animan a probar lo que un influencer muestra.
El problema es que esos retoques baratos y temporales pueden desembocar en una “adicción”, es decir, necesitamos más para vernos guapos y guapas, y lo que al principio eran 0,2 ml de ácido hialurónico en los labios poco a poco se duplica. En otras palabras, esos retoques ya no son tan baratos ni tampoco temporales porque nos vemos obligados a reaplicarlos cada pocos meses.
Hay personas que se someten a retoques estéticos y tienen una autoestima de hierro. Eso es genial, pero debemos actuar con cautela.
En primer lugar, párate a analizar hasta qué punto quieres someterte a un retoque porque hay una inseguridad o porque te has acostumbrado a ver tu cara filtrada en redes sociales. Mi recomendación es practicar un ejercicio durante unos meses antes de tomar la decisión: dejar de usar filtros que distorsionan tu cara. Al principio te sentirás muy incómoda, pero a medida que pasen las semanas te acostumbrarás a tu rostro real, y poco después te puede llegar a gustar.
También es importante analizar el origen de nuestras inseguridades, que generalmente suele ser externo. No nacemos odiando nuestras arrugas, nuestras ojeras, nuestros labios finos o nuestra mandíbula. Alguien nos dice que eso es feo, a veces un familiar, a veces una expareja, a veces una amistad tóxica, pero siempre hay detrás una sociedad que nos vende un ideal de belleza exigente y cambiante.
Cuando digo cambiante, lo digo con todas las letras. En 2000 aspirábamos a ser delgadas como Kate Moss y los hombres deseaban tener un cuerpo musculado, pero no mucho, como el de Hugh Jackman en X-Men. En 2015, pasamos a idolatrar cuerpos femeninos con los pechos y la cintura más pronunciadas, y cuerpos masculinos hipermusculados sin un ápice de grasa. ¿Qué haremos cuando dentro de unos años ya no estén de moda los labios gruesos? ¿Qué pasará si te pones más pecho porque a tu pareja le gustan grandes, pero el día de mañana lo dejáis?
También hay que tener en cuenta que lo que ahora nos parece seguro, en un futuro puede afectar a nuestro cuerpo, tal y como ocurre en el caso del aumento de pecho y la enfermedad por implantes mamarios (BII por sus siglas en inglés). No es cuestión de meter miedo a la gente, pero sí de explicitar todos los pros y contras.
Si los pros pesan más que los contras, toma la decisión que te haga sentir a gusto a corto y largo plazo. Aun así, reduce las influencias externas que arruinan tu autoestima. En otras palabras, si te sometes a un retoque estético para parecerte a tu cara ‘filtrada’, deja de utilizar filtros porque probablemente te harán querer seguir cambiando. Es una lucha en busca del amor propio que, paradójicamente, nos hace odiarnos cada vez más.