No hay duda de que el ayuno intermitente sigue de moda. Los adeptos a esta dieta crecen… sin gran evidencia científica que la sostenga. Lo cierto es que más allá de las declaraciones a favor del ayuno intermitente formuladas por afamadas personalidades, actrices y demás (quienes, por cierto, por lo general no suelen tener ningún problema de obesidad o de salud), apenas existen estudios científicos confirmados que avalen la validez de esta fórmula, especialmente en humanos.
Algunos estudios realizados con animales de laboratorio han demostrado que el ayuno intermitente mejora el metabolismo de la glucosa y beneficia a algunos indicadores de riesgo cardiovascular y que, incluso, favorece la pérdida de peso. En cambio, si hablamos de personas, tan solo encontramos resultados muy preliminares de investigaciones realizadas con grupos muy reducidos, heterogéneos y escasamente representativos.
Con toda precaución, estos trabajos parecen indicar que el ayuno intermitente contribuye al descenso de la resistencia a la insulina, pero todavía no determinan que sea eficaz para adelgazar, un tema sobre el que hay mucha controversia.
Asimismo, tampoco están suficientemente estudiados sus posibles peligros. ¿Es el ayuno intermitente perjudicial para ciertos tipos de personas? ¿Resulta compatible con la práctica deportiva? ¿Es sostenible en el tiempo? O lo que es lo mismo, ¿podemos hacer ayuno intermitente de forma sostenida con el actual estilo de vida que llevamos?
El proyecto Extreme, una investigación compartida entre las Universidades Pública de Navarra y de Granada, con la participación de los centros hospitalarios de Navarra y Granada, nace para tratar de responder a algunas de estas cuestiones.
Esta iniciativa se ha propuesto determinar si un tipo de ayuno intermitente, el que se conoce como restricción horaria de la ingesta, es factible; si repercute favorablemente en la salud cardiovascular y si influye en su eficacia la franja horaria en la que se ingieren los alimentos.
Es decir, si es más saludable realizar un ayuno temprano o más tardío, o si los efectos se deben al número de horas en las que se come y se deja de hacerlo, independientemente del horario en el que se practique.
Otra pregunta a la que tratará de dar respuesta Extreme es si el ayuno intermitente puede tener algún efecto adverso para nuestra salud. Extreme es un ensayo clínico aleatorizado en el que participantes de entre 30 y 50 años, con obesidad y al menos un factor de riesgo cardiovascular, se distribuyen en cuatro grupos de intervención nutricional de doce semanas de duración: el de control, el de ayuno temprano, el de ayuno tardío y el autoseleccionado.
Todos los participantes reciben educación en estilos de vida saludable de acuerdo con las recomendaciones internacionales para personas con obesidad y reciben apoyo y seguimiento exhaustivo por un equipo multidisciplinar de profesionales. El objetivo es saber si importa el número de horas en las que se come o ayuna, así como cuándo lo hacemos.
El ayuno intermitente podría conectar directamente con nuestro reloj biológico y el ritmo circadiano: estamos programados genéticamente para vivir de día y dormir de noche. Nuestro organismo se regula con los ciclos de luz y oscuridad a través de un reloj biológico central en el cerebro. Este identifica cuándo es de día y cuándo de noche y organiza al resto de relojes periféricos en todos los órganos y tejidos para que estén activos durante el horario diurno y descansen en el nocturno. Es lo que llamamos ritmo circadiano.
En el plano nutricional, nuestro metabolismo está preparado para comer durante unas determinadas horas del día y no hacerlo en el resto. Quienes defienden el ayuno intermitente aseguran que, si alineáramos mejor las ventanas de alimentación con la programación circadiana, mejoraría nuestra salud.
Lo cierto es que nos hemos ido alejando de ese patrón y nuestro actual ritmo de vida (especialmente en los países europeos mediterráneos) ha ido alargando cada vez más las jornadas activas y le ha robado horas a la noche. Además, las luces que nos rodean y las diversas pantallas que nos acompañan envían estímulos a nuestro organismo despistándole e impidiendo que identifique que es hora de descansar… y no de jugar o ver la tele.
En conclusión, la suma de todos estos factores ha propiciado que, desde las 7.30 de la mañana que podemos desayunar hasta las 21.30 que cenamos, nuestra ventana de ingesta de alimentos supere las 12 horas. Con todo ello, ¿comemos cuando le conviene a nuestro cuerpo… o cuando nos lo manda la vida que llevamos? ¿Es el ayuno intermitente más respetuoso con nuestro reloj biológico que cualquier otra dieta?
La siguiente gran pregunta se deriva de nuestro estilo de vida. Aun cuando se demostrara que el ayuno intermitente es beneficioso, ¿es factible seguirlo de manera continua? ¿Sería viable? ¿Realmente podemos seguir esta dieta viviendo en España o en países mediterráneos? Porque ayunar puede ser muy saludable, pero quizá nos impida gozar de una buena vida social, un aspecto absolutamente fundamental para cualquier persona.
Y aquí no acaban las incógnitas. Queda también por resolver si el ayuno intermitente es compatible con el ejercicio físico: ¿se puede ayunar y hacer ejercicio físico sin que tengamos, por ejemplo, una hipoglucemia? El temor es que si dejamos de comes muchas horas, quizá no podamos afrontar una sesión de ejercicio. Esta cuestión será analizada también en una segunda fase de investigación del proyecto Extreme.
De momento, tan solo un mensaje debe quedar claro: no hay evidencia científica y, hasta que no la tengamos, no se debe seguir este tipo de tratamiento dietético porque puede no ser seguro. De hecho, el ayuno intermitente es ya una dieta no recomendada para personas diabéticas o con problemas renales.