Aunque es ser humano es adaptable por naturaleza, lo cierto es que determinadas transiciones nos cuestan más que otras, y algunos de nosotros somos especialmente sensibles a situaciones como los cambios estacionales o los vaivenes climatológicos. Especialmente cuando pasamos del verano al otoño o del otoño al invierno, es posible que aparezcan determinados síntomas temporales asociados a estos cambios en el clima. Menos horas de luz, menor exposición al sol... se traducen en consecuencias químicas para nuestro organismo y, en general, nuestro estado de ánimo puede verse afectado tanto por estos factores naturales como por los cambios que se producen en nuestros hábitos diarios. ¿Cómo afecta el cambio de tiempo al estado de ánimo? ¿Qué puedes hacer para combatir los síntomas más frecuentes?
Una consecuencia clásica de los cambios climatológicos es un estado de ánimo más decaído: la nubosidad, la falta de luz.. y el mal tiempo en general hacen que nos encontremos más cansados, apáticos y melancólicos. Del mismo modo, un día soleado y con temperatura agradable provocará el efecto opuesto.
Esto tiene que ver con distintos factores 'químicos'. De un lado, la presencia de la llamada 'hormona de la felicidad' o serotonina tiende a disminuir cuando hay poca luz, lo que sin duda afecta negativamente a nuestro estado de ánimo. De otro, al recibir menos luz también solemos generar más cantidad de melatonina, la hormona del sueño, lo que hace que nos encontremos más soñolientos y cansados. Un último factor clave es la vitamina D: durante el otoño y el invierno la exposición al sol disminuye y con ello puede aparecer un déficit de este importante nutriente, relacionado con la salud de los huesos, la salud mental y la de nuestro sistema inmunológico.
El resultado es una especie de estado de hibernación del que solemos salir una vez que nuestro organismo se adapta a la nueva situación. Es lo que se ha hecho llamar astenia otoñal, similar a la astenia primaveral. En este caso, los síntomas más frecuentes son cansancio, apatía, tristeza o irritabilidad.
Afortunadamente, siempre hay cosas que podemos hacer para combatir esta circunstancia: una forma de restar factores exógenos y evitar una acumulación de elementos negativos es diseñar una transición a la rutina tras las vacaciones lo más agradable y suave posible. Evitar 'picos' de estrés y enfrentamientos directos con la vuelta a la vida laboral, por ejemplo, puede ser de gran ayuda. También ayudarás a tu organismo si sigues aprovechando las horas de sol que nos proporciona el mes de septiembre, así como si te esfuerzas en alimentarte de forma saludable, practicando deporte de forma constante (lo que favorecerá la generación de esas 'hormonas de la felicidad' tan necesarias).
Asegúrate también de descansar lo suficiente y tómate tu tiempo para recuperar tu estado energético habitual: no pasa nada por frenar durante unos días si nuestro cuerpo nos pide respirar, y siempre hay tareas en nuestra agenda que podemos posponer sin que se acabe el mundo.
Por último, ten en cuenta que, ante la llegada del otoño, no todo son desventajas: cuando el frío llega, nuestro cuerpo se activa y hace que quememos determinado tipo de grasas con mayor facilidad. También se dice que el frío tiene un ‘efecto lifting’ en la piel (siempre que esté hidratada), al llegar menos sangre a los vasos.