Puede que te cueste pensar en la posibilidad de deprimirte precisamente durante el verano, pero la llamada ‘depresión veraniega’ existe y trae de la mano toda una serie de síntomas relacionados con el estilo de vida de los meses de más calor. Es lo que conocemos como Trastorno Afectivo Estacional (TAE) o depresión veraniega, que tiene lugar cuando perdemos energía y ganas coincidiendo con la llegada de esta estación. Toma nota de qué es la depresión veraniega y cuáles son sus síntomas.
El Trastorno Afectivo Estacional (TAE) no es propiamente una depresión en sentido estricto, pero sí encierra una serie de síntomas que aparecen de forma estacional y que pueden desaparecer tras unas semanas, muy en la línea de los que presenta quien padece una depresión mayor. La gran diferencia es la corta duración del trastorno y su estacionalidad.
De hecho, la depresión estacional afecta a alrededor de un 5 por ciento de la población mundial. Eso sí, de todas las personas afectadas por este dolencia, tan solo el 10 por ciento se deprimen con el verano: es mucho más frecuente pasarlo mal cuando llega el frío y desciende el número de horas de sol y de luz.
Los expertos consideran que las principales causas de ese tipo de trastorno están relacionadas con motivos climatológicos: aumenta el calor, aumenta la humedad, y el incremento de las horas de luz parece ser un posible motivo de tristeza que se suma a los anteriores.
Los cambios de rutina y de actividades también tienen que ver con la depresión estival: un exceso de actividad o presión por estar más activo que nunca, un mayor nivel de gastos, un mayor volumen de gente por todas partes, una dificultad mayor para realizar actividades placenteras debido al calor… En general, los adultos jóvenes, adolescentes y niños son más propensos a sufrirla, y entre sus síntomas encontramos el insomnio, la ansiedad, la desesperanza, la dificultad para concentrarse, la tristeza, la apatía o la bajada de peso.
Una forma de evitar este tipo de depresión es mantener unos hábitos y horarios concretos durante todo este periodo, intentando que exista cierta continuidad en nuestra forma de vida. También dormir lo suficiente (se recomienda al menos 7 horas) y mantener hábitos que nos pongan contentos, como practicar nuestros hobbies y aficiones, así como hacer deporte y comer de forma saludable.
Evita también las temperaturas muy elevadas, las alteraciones en los patrones de luz o los cambios bruscos de cualquier tipo. Hay que tener en cuenta que determinadas personas son más sensibles que otras al calor y que quienes sufren enfermedades que empeoren con las altas temperaturas pueden sentirse impedidos o coartados durante el verano.
Para que podamos hablar de depresión veraniega debe existir cierta repetición de los síntomas: al menos, durante dos veranos seguidos. Hay que tener en cuenta, por último, que el estigma social para quienes reniegan del verano es mucho mayor: odiar el invierno está más justificado socialmente y se trata de un sentimiento mucho más extendido, mientras que el verano suele ser la mejor época del año para la mayoría de nosotros.
Para paliar sus efectos, algunas de las técnicas más básicas consisten en hacer lo posible por evitar el calor, además de todo lo anterior. Una buena ducha fría, bebidas frescas, aire acondicionado… son algunas recetas clave.