“Mis vacaciones tienen que ser perfectas”, confiesa Claudia, una joven de 27 años que viajará con su pareja a Italia en julio. “Suena frívolo, pero desde hace unos años cuando voy de vacaciones, siento que deben ser increíbles. Paso meses planificándolas y cualquier cosa que no salga como la había imaginado, me arruina el día”.
Al preguntarle qué es la perfección para ella, no puede evitar hacer alusión a las redes sociales: “mis viajes son siempre instagrameables”, relata entre risas. “Sé que es una chorrada”, añade, “pero al final te comparas, y quien diga que no, miente un poco. Vemos todo el rato contenido que nos vende una imagen perfecta y a lo mejor soy tonta, pero yo me creo que es real. Luego pasa lo que pasa, y no disfruto del momento porque quiero subir la mejor foto”, algo que ha ocasionado más de una discusión con su pareja. “Lo que más me angustia es que siento que va a peor. Desde de la pandemia tengo tantas ganas de disfrutar, que mi ideal de perfección es todavía más perfecto”, se lamenta.
«Si un árbol cae en medio del bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún ruido?», planteaba la filosofía del siglo XIX. A día de hoy, esta cuestión metafísica podría reformularse tal que así: «Si alguien se va de vacaciones y no sube ninguna foto, ¿realmente se ha ido de vacaciones?». La respuesta parece obvia. Todos tenemos muy claro que las vacaciones son algo independiente de las redes sociales y del postureo inherente a ellas, pero lo cierto es que lo que consumimos en Instagram o TikTok nos influye (y mucho).
Llega el verano y con él las vacaciones, un momento de descanso que llevamos planeando no meses, sino años, y es que la llegada del coronavirus nos obligó a paralizar todo nuestro ocio. Ahora que ha vuelto a la normalidad–o que, mejor dicho, hemos creado una nueva normalidad que se asemeja a la anterior y que nos permite disfrutar–, tenemos metido en la cabeza que este verano hay que aprovechar el tiempo perdido.
Algunos se van de festival, otros descansan en el pueblo y muchos han aprovechado las ofertas para patearse Roma, París, Londres o Ámsterdam. Casas rurales en medio de la montaña, furgonetas camperizadas buscando el mejor amanecer u hoteles a pie de playa; da igual el plan y el destino, porque el disfrute depende de nuestras expectativas. Tenemos una idea de cómo van a ser esas vacaciones y, desgraciadamente, esa idea suele ser demasiado perfecta. ¿El resultado? Decepción y culpabilidad.
Estas expectativas se ven avivadas por las redes sociales, ya que muestran una imagen del verano ficticia que asumimos como cierta. A veces no somos conscientes de que detrás de una foto o de un story hay filtros o minutos de espera para encontrar el encuadre concreto.
Nos creemos lo que vemos, hasta que intentamos recrear esa escena y no es tan perfecta. Un influencer sube una foto en una cala recóndita, pero cuando llegas (después de cuarenta minutos caminando entre rocas en chanclas) descubres que no puedes acceder porque ha subido la marea. Ves un TikTok de un restaurante increíble prácticamente vacío con flores en el techo y unas escaleras preciosas para hacer una foto junto a una cristalera que deja ver un monumento de la ciudad, pero al entrar por la puerta ves que hay tanta gente que, si te haces una foto, saldrá alguien por detrás. Lo mismo ocurre con la comida: un famoso sube una foto de un menú degustación, pero cuando lo pruebas no sólo está malo, sino que es carísimo. La realidad es una decepción en comparación con esa imagen filtrada que nos habían mostrado como si fuese verdadera.