La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), perteneciente a la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha clasificado la exposición laboral de los bomberos como cancerígena, cambiando la clasificación anterior que apuntaba que era "posiblemente cancerígena". Esta reclasificación se ha producido después de que muchos estudios, incluidos varios dirigidos por la Universidad de Ciencias de la Salud de Arizona en colaboración con el Departamento de Bomberos de Tucson (Estados Unidos), aportaran pruebas de que la exposición profesional como bombero provoca cáncer.
"El IARC, el principal organismo internacional de investigación sobre el cáncer, afirma que la lucha contra el fuego está definitivamente asociada al cáncer. Este es un resultado realmente importante que nuestra investigación ha ayudado a respaldar, pero también es sólo el principio. Ahora nos toca trabajar con el servicio de bomberos para ayudar a encontrar formas de prevenir este aumento del número de cánceres", ha comentado uno de los autores de ese estudio, el doctor Jeff Burgess.
La IARC convocó a un grupo de trabajo formado por 25 expertos internacionales y tres especialistas invitados de ocho países para revisar la literatura científica. Encontraron pruebas suficientes de que la exposición profesional como bombero causa mesotelioma y cáncer de vejiga, y pruebas limitadas de que causa cáncer de colon, cáncer de próstata, cáncer testicular, melanoma de piel y linfoma no Hodgkin.
Además, los nuevos estudios mecanísticos encontraron pruebas consistentes de que la exposición profesional como bombero cumplía con cinco características clave de los carcinógenos, proporcionando un fuerte apoyo mecanístico para la nueva clasificación.
Más de 15 millones de bomberos de todo el mundo están expuestos a una compleja mezcla de productos de combustión procedentes de los incendios (hidrocarburos aromáticos policíclicos, compuestos orgánicos volátiles, metales y partículas), a los gases de escape de los motores diésel, a materiales de construcción como el amianto y a otros riesgos como el estrés térmico, el trabajo por turnos y la radiación ultravioleta y de otro tipo.
Además, el uso de retardantes de llama en los textiles y de contaminantes orgánicos persistentes, incluidas las sustancias perfluoradas y polifluoradas, en las espumas contra incendios ha aumentado con el tiempo.
"La nueva clasificación hace aún más hincapié en la necesidad de reducir la exposición y de buscar otras formas de modificar los efectos de las exposiciones. Tenemos que averiguar cómo prevenir o revertir esos efectos, más allá de reducir las exposiciones", detalla Burgess, cuyo trabajo se ha publicado en la revista científica 'The Lancet Oncology'.