Si eres de los que dejas todo para el último momento, seguro que estás harto de escuchar que lo haces por vagancia. Lo cierto es que la procrastinación no es una cuestión de falta de fuerza de voluntad ni de holgazanería, sino que se ve influenciada por varios factores psicológicos.
Etimológicamente hablando, la palabra procrastinación deriva del latín procrastināre, que significa postergar hasta mañana o, en otras palabras, posponer las obligaciones hasta que no tienes apenas tiempo y te toca hacerlas rápido, a disgusto y a veces incluso mal.
Puede pasarnos con los estudios –¿Quién no se ha pegado un atracón de estudio los días antes del examen?–, con el trabajo, con la limpieza e incluso con las relaciones sociales.
Aunque asociamos procrastinar con tareas muy concretas, hay muchas personas que posponen los cuidados. Por ejemplo, te echas pareja y empiezas a desatender a tus amigos. No quedas con ellos, si te escriben tardas días en contestar, y te olvidas de sus cumpleaños. Cuando te das cuenta de que la amistad pende de un hilo, te esfuerzas mucho para que se sientan queridos de nuevo. ¿Te sientes identificado? Cambia amigos por tu pareja, tus padres o abuelos, o cualquier otra relación significativa.
La gran pregunta es por qué procrastinamos y aludir a la vagancia no es suficiente. Necesitamos recurrir a otros factores psicológicos con una gran influencia en la tendencia a dejarlo todo para el último momento.
Es imposible concentrarse en una tarea si hay otros estímulos que compiten con ella. Por ejemplo, te pones una serie mientras limpias y cuando te quieres dar cuenta estás sentado frente al ordenador portátil porque no te quieres perder esa escena.
Lo mismo ocurre cuando estudiamos con el móvil en el escritorio. Nuestra cabeza nos dirá una y otra vez “revisa a ver si tienes alguna notificación de WhatsApp” y perderemos horas.
Lo ideal sería eliminar esos estímulos, pero a veces es muy difícil, así que puedes probar a sustituirlos. En vez de ponerte una serie mientras limpias, ponte música o un podcast. Y para evitar caer en la tentación del móvil puedes probar a instalar una aplicación de gestión del tiempo y de concentración.
Uno de los principales motivos por los que procrastinamos es la desorganización a la hora de gestionar nuestro tiempo o abordar una tarea compleja.
Hay personas que de forma natural estudian para un examen, preparan un trabajo de 10 o limpian y ordenan la casa. Es como si tuviesen un don. Otras no son capaces de hacerlo a la primera y se frustran, así que evitan este tipo de retos hasta que sí o sí tienen que afrontarlos.
Para gestionar la falta de organización una recomendación es dividir la tarea en otras mucho más sencillas y asequibles. Es mejor si lo haces por escrito para que todo sea más visual. Por ejemplo, para estudiar puedes hacer un calendario subdividido por temas o para limpiar, una lista de todo lo que tienes que comprar y las tareas que tienes que realizar.
El tercer motivo es quizá el más importante. Cuando el nivel de ansiedad es muy elevado, nuestro cerebro es incapaz de prestar atención, concentrarse y rendir adecuadamente. Lo que ocurre es que nos sentimos dispersos, saturados y frustrados.
Si últimamente procrastinas con mucha frecuencia, reflexiona sobre qué cambios has notado en tu vida. Quizá hay alguna causa de estrés que estás pasando por alto y que explica por qué te cuesta tanto organizarte y dedicar tiempo y esfuerzo a tus obligaciones.
Una tarea es ambigua cuando no sabemos en qué consiste o cómo realizarla de forma correcta. Por ejemplo, la primera vez que te presentas a una oposición sin tener ni idea de cómo es el examen. Ese desconocimiento hará que te sientas tremendamente agobiado y que, en vez de informarte, acabes dejando pasar el tiempo.
Si tienes que hacer algo pero no sabes muy bien en qué consiste, pregunta. Que no te de vergüenza. Infórmate todo lo que necesites y resuelve tus dudas. Y si aun así la tarea sigue siendo ambigua, intenta trabajar aquellos detalles que sí sabes cómo abordar.
Es muy habitual que las personas perfeccionistas sean las que más procrastinan.
Un ejemplo muy claro es aquellos estudiantes que en el colegio sacaban todo dieces sin estudiar y al pasar al instituto o a la universidad no tienen un hábito de estudio, pero si tienen un gran perfeccionismo porque se han acostumbrado al éxito. Eso provoca que les cuesta mucho llevar al día los estudios y acaban suspendiendo sintiéndose inútiles y experimentando en muchos casos ansiedad.
Para combatir el perfeccionismo debes reducir tus expectativas un poquito. Asume que lo que vas a hacer no va a salirte perfecto, pero sí lo haces con tiempo podrás corregir tus errores y aprender de cara al futuro.