Toledo es hija de la historia. Un cruce de caminos, de siglos, culturas y confesiones. Ciudad de puertas abiertas para que el viajero la recorra hasta donde quiera. Su patrimonio y su legado la hacen inabarcable: cien veces la visitas y siempre descubres un nuevo destello. Toledo eterna.
Llegamos, Amparo y yo, en un atardecer sereno, apacible, nuboso de enero. Llevábamos el compromiso de conocer el nuevo hotel de nuestro amigo Adolfo. Allí apareció iluminado, en un frontal de la plaza de Zocodover, la hermosa asimetría de bienvenida de Toledo. Un espacio moderno, acogedor, muy confortable en un lugar y con unas vistas privilegiadas.
Dejamos el equipaje y nos dispusimos a andar por esta ciudad que, como tantas otras, hemos conocido y aprendido a andarla con amigos. Nos queda un rato para la cena y empezamos a perdernos por estas calles envueltas en sombras, con un silencio roto por turistas de todos los colores, de todos los idiomas, que se mezclan y se cruzan movidos por una palpable curiosidad. La suya es la nuestra.
Hay mucha magia en el primer golpe de vista de la plaza del Ayuntamiento, un compendio artístico inigualable en sus 360 grados, empezando por el Palacio de Justicia (antigua casa del Deán de la Catedral), que conserva su portada gótica.
El ayuntamiento es un edificio precioso, recuerda al clasicismo italiano, su diseño inicial fue de Juan de Herrera, el arquitecto de El Escorial. Siguiendo el giro está el Palacio Arzobispal, una de las sedes episcopales más importantes del mundo. La fachada renacentista es obra de Alonso de Covarrubias.
Cerrando la plaza, su obra cumbre: la Catedral, la obra magna del gótico, un mundo inmenso. 200 años tardó en construirse. Tiene siete puertas, solo tres se pueden ver desde esta plaza: la de la Torre, la del Perdón (obra de Jorge Theotocópuli, hijo del Greco) y la de los Escribanos. En la torre (de los siglos XIV al XV) se alojan ocho campanas que escoltan a la Campana Gorda del siglo XVIII.
El interior de la catedral requiere una visita pausada por su ingente cantidad de arte: las diferentes capillas y la Sala Capitular, la sacristía y su impresionante pinacoteca con obras de Rubens, Goya, Tiziano, Caravaggio, Juan de Borgoña y Lucas Giordano.
Y el Apostolado de El Greco. Sus vidrieras medievales son un espectáculo único. El Transparente del siglo XVIII es otra de esas obras únicas, pero sin duda lo más preciado de su tesoro es la Custodia de Enrique de Arfe, que cada año sale en procesión en la fiesta grande de Toledo, el Corpus.
Hace ya unos años un viejo amigo y paisano, Jesús Hermida, ex secretario de Estado para el Deporte y Subdelegado del Gobierno en esta ciudad (1997-2003), me dijo con cierta coña: "Cuando llegues a Toledo, lo primero que has de hacer, antes de nada, es presentar tus credenciales de visita a Adolfo". Y esto hago cada vez que vengo por aquí.
Julita y Adolfo, que crearon su empresa de hostelería ejemplar hace 40 años, nos esperan con su proverbial amabilidad en la puerta de su restaurante. Antes de entrar visitamos su espectacular cava de vinos con más de 35.000 botellas.
La charla la anima un aperitivo con Alejairén 2016, un vino blanco elaborado por los Pesquera en La Mancha; y con ese mismo vino arrancamos la cena en su restaurante, una referencia gastronómica de la ciudad, elegante, clásico y muy confortable.
El menú es sencillo y equilibrado, con recetas ligeras basadas en productos muy reconocibles: verduras en su punto, un rodaballo extraordinario y un cochinillo cocinado a baja temperatura estupendo. En el postre una pizca de mazapán artesano elaborado en el obrador propio, que es la alegría navideña de mi familia. Para acompañar el grueso de la cena, un Chapoutier Barbe Rac 2008 Chateauneuf du Pape, un vino muy elegante con mucho cuerpo, bien estructurado y un toque mineral. Una delicia.
La sobremesa nos lleva a repasar esta ciudad y sus rincones, los amigos comunes, su viñedo de Pago del Ama, uno de los pocos del mundo enmarcados en un territorio Patrimonio de la Humanidad, y su hermoso Cigarral de Santa María, el lugar de las celebraciones, de privilegiadas vistas sobre la ciudad. Julita y Adolfo son soldadores de afectos, sus espacios son siempre acogedores y hospitalarios y sus recibimientos llevan la música afinada de los corazones abiertos. Pura generosidad.
De regreso al hotel la noche asemeja una redoma de destellos ambarinos; como decía Baroja, “habitada por fantasmas inquietos”, apretados en estas calles estrechas cuyas paredes parecen querer abrazarse. En el semblante celestial las nubes corren empujadas por un viento que silba emociones antiguas. Toledo mágica y luminosa.
Por la mañana el suelo de Zocodover aparece besado por la lluvia. Los guías pertrechados de paraguas esperan para contar a sus clientes que Toledo viene de dos palabras hebreas que significan la madre de las ciudades. Comenzamos a callejear dejando que la mirada se deslice por sus encantos de piedra, por su estampa gris clara, en cada paso el pasado se vuelve presente.
Llegamos a la iglesia de Santo Tomé en donde hay una cola infinita de turistas para la contemplación de la obra genial de El Greco El entierro del conde de Orgaz. A su vera el Palacio de Fuensalida, sede de la Presidencia de la comunidad autónoma y donde se murió Isabel de Portugal, madre de Felipe II. Continuamos a la Sinagoga del Tránsito, la sinagoga medieval mejor conservada del mundo que desde siempre me ha parecido de una belleza silenciosa y sobrecogedora.
Toledo es del Greco, el místico de los pinceles, el pintor que vino del mar y encontró su sitio en esta ciudad, la anduvo, la vivió y la hizo suya. Allá donde va su obra, va Toledo. Su Casa Museo es uno de los espacios más visitados.
Camino de San Juan de los Reyes una breve parada ante la serenidad y la belleza de la sinagoga de Santa María la Blanca. Y aparece, imponente, San Juan de los Reyes, que Isabel la Católica quería convertir en mausoleo real. Es sin duda una de las joyas góticas más bellas de España. Un monumento único.
Nos acercamos al mirador para ver el Tajo “donde madura y se carga de historia”. “Se oye el río porque se calla la ciudad”, decía Gregorio Marañón, y es que sin duda el Tajo es la gran aorta peninsular y navega por todo el territorio dejando sus recados de agua hasta llegar a su fin en Lisboa, donde ya tiene quien lo escriba: Fernando Pessoa y sus heterónimos. El río se ciñe, abraza a la ciudad, la acuna, marca sus límites. Uno de sus testigos es el puente medieval de San Martín, que escucha su eco, su rumor, su resonancia histórica.
Debemos volver a Zocodover a recoger el equipaje. Nos esperan para comer en el Cigarral del Ángel. En los soportales, el Obrador de Santo Tomé mirando pasar el tiempo desde mediados del siglo XIX, donde la gente aguarda por su exquisita anguila de mazapán. Bordeamos el ampuloso Alcázar, la fortificación militar de la ciudad, convertida desde hace unos años en Museo del Ejército; para que la vista nos alcance al puente de Alcántara, abrazado por el río. Quizá fuera aquí donde Neruda pensó aquello de “dormir vestidos sobre las arenas del Tajo, bajo sus puentes de piedra”.
El Cigarral del Ángel es un lugar idílico, con unos jardines bellísimos y paseos que conducen hasta el río. Cuenta la leyenda que de él salieron incontables tesoros durante la boda de un rey moro y una princesa cristiana.
Desde hace poco más de un año ha trasladado aquí su restaurante el chef Iván Cerdeño (una estrella Michelin), que nos recibe con su habitual sencillez, acompañado por su esposa, Annika: la bienvenida es muy cordial y se suceden los parabienes para su reciente premio por la mejor croqueta en Madrid Fusión.
Su menú Toledo Olvidado me parece completísimo, sorprendente, de una enorme envergadura técnica sin perderle la cara al producto, ni a sus raíces. La declinación del pichón en sopa de castañas, en bombón o asado con membrillo me parece sublime y su croqueta es mundial. Está en un momento espléndido Iván y su proyección es máxima. El local es precioso: confortable, sereno, y su cristalera ofrece una vista de Toledo que asemeja un lienzo impresionista.
Annika dirige la sala con callada maestría y sus consejos son aciertos en plenitud. Nos propone un Malvar 2017 de Más que Vinos y supone la exaltación de la amistad: salen a la conversación Margarita y Gonzalo y cada trago emana una empatía.
La misma Annika nos persuade para que probemos algo desconocido para nosotros: Brujidera Garagewine 2018, de una bodega de Quintanar de la Orden, elaborado con esta variedad autóctona de La Mancha y a partir de cepas viejas: un vino joven, aterciopelado, muy goloso y fácil de beber. Para terminar, Annika abre el joyero: Cream de Valdespino. Años 70. ¡Boom!
La tarde ha pasado como un suspiro en la cálida conversación de despedida con Annika e Iván, guardianes de este espacio vigilante de todos los vientos, del Tajo incesante, de una cartografía secreta de la belleza y el bienestar.
Nos despedimos a pie de un taxi que nos conduce a la estación del ferrocarril. De camino pienso en aquello que alguien dijo: “Que a Toledo nunca se viene dos veces, siempre es la primera vez”. Como esta.