Elche, palmeras en la tierra
El menú de otoño de La Finca de Susi Díaz acompasa la temporada y de nuevo se presentan en armoniosa elaboración mar y huerta
El obrador de Paco Torreblanca expone un silencio limpio, horizontal, sobrevolado por un perfume suave, horneado en una densidad dulce
En la alicantina barra del Piripi, una de las mejores de España, hasta lo más sencillo se aleja de la vulgaridad
Elche es una colección de amaneceres, un oasis de palmeras, un Domingo de Ramos, el Huerto del Cura y una ilustre Dama antigua. Desde Alicante vamos observando la riqueza que nace de la tierra trabajada en un campo quieto que se enseñorea en su saber estar.
Bordeamos Elche para llegar a ese rincón hermoso que ocupa La Finca, el restaurante que desde el año 1984 regentan Susi Díaz y su marido, José María, y, desde hace unos años, con la ayuda inestimable de sus hijos: Irene y Chema.
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El día y la compañía de Chelo y su marido, el inigualable repostero Paco Torreblanca, nos ayudan a descubrir un espacio íntimo, reservado para la amistad estrecha, en la parte alta del restaurante, integrado en su vivienda: Klandestino.
La cena transcurre en hermandad y camaradería y el menú se va abriendo paso entre productos recién traídos de la lonja de Santa Pola y huertas cercanas. Se suceden los platos a cada cual más logrado e hilvanan la conversación. Para cerrar, una tarta de chocolate del maestro Torreblanca que hace temblar el misterio.
Susi Díaz se enorgullece de ser autodidacta, su unión con la cocina viene de la infancia, de su relación con sus abuelas. Su historia se cuenta con esfuerzo y tenacidad para ir alcanzando horizontes lejanos: dos soles de la Guía Repsol, una Estrella Michelin que mantiene desde 2006 y el reciente Premio Nacional de Hostelería. Un currículum envidiable.
No nos cuesta mucho hacer la escaleta del día siguiente: una visita al obrador de Torreblanca, un arroz en Casa Elías, en Xinorlet; y por la noche unos pinchos en Alicante, en la animada barra del Piripi.
Paco Torreblanca es el mejor repostero del mundo y pese a ello su comportamiento manifiesta una humildad de búnker. Su espacio de trabajo expone un silencio limpio, horizontal, sobrevolado por un perfume suave, horneado en una densidad dulce.
Todo está en su sitio, domado por el orden y la belleza policromática de la dulcería. Hay aquí un hermetismo difícil de penetrar y la conclusión lleva al resultado de una laboriosa y sutil tarea que parece no poder lograrse si no es con un cierto milagro de alquimista. Probamos sus bocaditos y su sabor nos hace súbditos de lo bueno.
Partimos hacia Xirnolet, alumbrados por una luz que se matiza a lo largo del recorrido. El sol lucha entre nubes densas, la tierra se puebla de viñedos que sostienen uvas de mesa. Esperan su tiempo, incluso su día: la Nochevieja, que ha de impartirlas por docenas.
En Casa Elías vibra el fuego devorando sarmientos. El local está lleno y los arroces cocinados por ese fuego voraz se reparten ordenadamente por las mesas. Los recipientes enseñan un orden prusiano. El ambiente es cálido, muy acogedor y se estrecha todavía más al calor de un Clío 2016 de Jumilla, perfecta compañía para un arroz ejemplar.
En Alicante la luz la convierte en una ciudad más clara. Hay un pasar despacio de las cosas que hace que todo se viva de otra manera. No sé quién escribió que la lentitud es el alma del tiempo, pero a buen seguro lo hizo después de pasar una tarde por estos lares, donde cada calle trae una pausa.
El anochecer lo establecemos en la barra del Piripi, una de las mejores de España. Un lugar donde la complicidad entre clientes y servicio es máxima. El producto es de primera y hasta lo más sencillo se aleja de la vulgaridad. Su ensaladilla swaroski. Vinos de alta gama por copas y un ambiente jovial que sus camareros acentúan al caer de cada propina. Espectacular.
La luz de la mañana ilumina cada esquina de la Playa del Postiguet, las olas se reconcilian con la orilla, el sol se zafa de las nubes y cae cuajado sobre la ciudad. Los críos animan con sus voces esta mañana de domingo, se mezclan con el llamar de las campanas.
El menú de otoño de La Finca, dedicado al eterno femenino
Nos disponemos para la última jornada, para probar el menú de otoño de La Finca. Llegamos al restaurante (esta vez de día). La vegetación es notable: almendros, olivos, palmeras y granados reventones. Todo al alcance de la mano.
Macetas de aromáticas perfuman el aire de la entrada. El local es espacioso, de una elegancia rústica, clásica. Todo cuidado hasta el último detalle: cubertería, mantelería, cristalería. Un orden perfecto. El menú, dedicado al eterno femenino, es de un equilibrio admirable, acompasa la temporada y de nuevo se presentan en armoniosa elaboración mar y huerta; un blanco del Ródano elaborado especialmente para el restaurante completa la armonía de este pentagrama gastronómico; lo cierra un postre sorprendente: Eau de parfum salpicado de unas gotas de Chanel 5. Una gran inspiración. Susi está en un momento espléndido.
Nos recoge un coche que ha de llevarnos a la estación ferroviaria de Alicante, las nubes se arremolinan para encapotar el cielo, languidece la tarde, nuestra mirada vagabundea entre huertas hasta alcanzar el núcleo urbano.
El tren cabalga por los caminos de hierro. El regreso se hace memoria: “Quiero la alegría de un barco volviendo”, cantaba Chavela Vargas. Volveremos.