Es un actor como los de antes, arrollador, deslumbrante, de una jovialidad contagiosa, capaz de estirar su propia ironía, de encontrar matices interpretativos que enriquezcan lo escrito, de imprimir a sus personajes una luz propia.
Luis Zahera nació en Compostela, esa ciudad donde la luz se atenúa, donde se citan la lluvia y la piedra, una ciudad acunada por el tañido dulce de la más hermosa de las campanas, la Berenguela. Se crio en el barrio de la Estila y fue en esta misma ciudad en la que supo que iba a ser actor. Así empieza su relato: “Siempre lo cuento de la misma forma: el vicerrector de la universidad montaba obras gratuitas que iban al teatro de La Salle. Recuerdo perfectamente la fecha, el 12 de febrero de 1982, yo estaba jugando al terrón (arrancabas un terrón de hierba y lo lanzabas) y llegó mi hermana Ángeles y me dijo: ¿vienes al teatro? Actuaba la Compañía Zascandil de Madrid, representaban Angélica en el umbral del cielo, era una versión musical de la obra de Eduardo Blanco Amor, estaba Andrés Lima haciendo de querubín (mucho tiempo después he podido actuar a su lado) y me quedé muy impactado, era la primera obra que veía y a partir de ese día se me quedó un sentimiento, una revelación que me condujo por ese camino. Soy actor, pues, gracias a mi hermana, que tuvo la ocurrencia de llevarme aquel día al teatro”.
A finales de los 90 se produjo un éxito inigualable en la Televisión de Galicia, una serie titulada Mareas vivas (Voz Audiovisual, 1998-2003), una especie de Doctor en Alaska en un pueblo de la Costa da Morte. El calado de su historia y sus personajes fue tal que muchos gallegos enviaban copias de vídeo a sus parientes emigrados a Europa o América. Luis encarnó a un personaje inolvidable, Petróleo. Antes de preguntarle por sus recuerdos de esta serie llamo a Antón Reixa, uno de sus creadores, y le pido que me hable de cómo fue aquello: “Mi biografía audiovisual tiene más valor por el talento nuevo que concité en mis proyectos que por mis logros en si mismos.
Luis (Castro) Zahera es un ejemplo muy claro. Para nosotros era “Castro” y recuerdo que la primera vez que trabajé con él fue por 1993 en un formato absolutamente “friki” para TVG. El programa (idea original de Carlos Sobera) consistía en que una familia preseleccionada disponía de 50 minutos para desmontar su casa simulando una mudanza. Nosotros teníamos que guionizar obstáculos para que los concursantes tardasen más en la absurda mudanza ficticia. El realizador de TVG, Rubén Loureda, me propuso para un casting a Zahera. No lo dudé ni 10 segundos: su papel era el de fontanero loco que, taladro en mano, asaltaba a la desconcertada familia de mudanza. El programa fue un desastre. Solo TVG compró la idea de Sobera, pero en mi balance personal la sorpresa Zahera me alivió el fracaso.
En 1998, ya desde la génesis de la biblia de Mareas Vivas, todo el equipo de guion concordó en que el bar de la serie era para “Petróleo-Zahera”. Recuerdo su fuerza cómica y dramática y también sus manías. Una vez, para rodar un plano general, tuve que esperar más de la cuenta a que Zahera encontrase un anillo con el que se sintiera a gusto. En la tele y en plano general el anillo era inapreciable. La mejor anécdota fue que con el éxito de la serie, los innumerables visitantes de la villa de Laxe lo que más ansiaban era conocer el bar de Petróleo. Decepción: el bar era una construcción en plató.
Estuvimos juntos en El Lápiz del Carpintero. Era un papel menor, pero la expresión del rostro de Luis fue imprescindible y rotunda para transmitir el drama de un fusilamiento colectivo.
En mi última película, Hotel Tívoli, una historia de historias, Zahera interpretó a un excéntrico taxista que solo fumaba en su taxi, un insólito valedor libertario de la nicotina.
Luis es talento puro, genialidad, no le pidas técnica, cada toma que le haces es distinta. Es todo entrega y pasión. Y, sobre todo, “buena gente”. Podemos estar años sin vernos, pero cuando coincidimos, reímos y hablamos como si estuviéramos siempre juntos. Talento y generosidad en bruto”.
Vuelvo a la conversación con Luis en el punto en el que la habíamos dejado, recordando Mareas vivas: “Fue mi primer papel importante, yo colaboraba en el programa Luar Luarde la TVG, los 90 fueron de una gran efervescencia para las televisiones autonómicas, y de repente apareció esta serie, que era un producto arriesgado que impactó en la sociedad gallega y se convirtió en un gran éxito. En Galicia me moriré siendo Petróleo (como Ferrandis se murió siendo Chanquete) y orgullosísimo de ello. Allí estábamos una buena pandilla: Luis Tosar, Carlos Blanco, Miguel de Lira, Isabel Blanco… Lo recuerdo como esos recuerdos que tienes de la infancia. Me gusta esa cita de no sé quién: “La felicidad es la infancia”, pues para mí la felicidad fue “Mareas vivas”. Un regalo de la vida. Una maravilla”.
Fue Herzog quien dijo: “Ábranme las ventanas que puedo volar”. Luis empezó a volar alto en otro gran éxito, esta vez ya a nivel nacional, interpretando a “Pertur”, un personaje desencajado en la serie Sin tetas no hay paraíso (Telecinco, 2008): “Fue un cañonazo -me recuerda-, ahora a toro pasado parece que lo digo con ventaja. Guardo un espléndido recuerdo de Miguel Ángel Silvestre, que se enfrentaba a su primer gran papel, que no tenía reparos en enseñarnos sus dudas, sus inseguridades, y tengo también ese recuerdo de estar arropándolo, de que estábamos todos con él, “El Duque”. Yo entré cuando la serie era ya un éxito de audiencia, en el capítulo 11, que le pegaba un par de tiros en el pecho al hermano de Cata (Amaia Salamanca). Fue un buen papel, un secundario con recursos, y eso lo hacía muy agradecido. Luego me dije: yo ya no haré más de malo… Y mira… (se ríe)”.
Luis Zahera dota a sus personajes de credibilidad, de inteligencia, ironía y corazón. Como si los interpretara mirándote. Como si los enseñara a soñar. En Vivir sin permiso (Telecinco, 2018-2020), llenó de lealtad a Ferro, el hombre de confianza de Nemo Bandeira (José Coronado). En cada capítulo, en todos los capítulos, fue su alter ego, su sombra. Era de esos tipos hechos a sí mismos dedicados a suturar cada herida de su jefe. Fue su cómplice, el arca de sus secretos. El brazo que lo recogía y cuidaba. El encargado de reconstruir sus lugares cuando la memoria perdía sus destellos: “Yo estaba en la Illa de Arousa y me llamó mi representante: “Oye, Luis, van a hacer una serie para Telecinco y quieren contar contigo. Está basada en un texto de Manolo Rivas y estarán como protagonistas José Coronado y Álex González”. Le dije: 'Qué bien suena eso, ¿dónde se va a rodar?'. Y me dice: 'Es un sitio rarísimo, espera que te lo digo: en la Isla de Arosa'. Ja, ja, ja… Como una premonición, yo ya estaba allí y además podía ir andando a algunas de las localizaciones en las que rodábamos; o sea, Mediaset me ofrecía una serie a las puertas de mi casa y encima con un grande de la escena como es José, que lleva 40 años en este oficio y que es un placer trabajar con él. El orden y el caos. Yo tenía miedo de empezar a trabajar con él y me decía verás, con lo caótico que soy y la pedrada que tengo… Trabajar con José es un aprendizaje continuo, parece una alabanza pero no lo es. Nos entendimos de maravilla y luego mira, la serie también fue un éxito, lástima que no tuviera más capítulos”.
Por alusiones cito a José Coronado para que intervenga en la conversación: “Luis es un actor fantástico, un creador de personajes, cualquiera de los que caen en sus manos lo mejora, lo aumenta, lo enriquece, lo potencia. Tiene una personalidad arrolladora, que no se parece a ninguna otra. Se mueve como pez en el agua en el caos, en la anarquía, sin que eso le nuble la capacidad de trabajar en equipo, ni para las necesidades de la producción. A Luis si le dejan puede ser sorpresivo. Tengo para mí que esa es una de grandes bazas: su capacidad de sorprenderte con sus matices, sus registros. Y luego tiene esa virtud de que te crees cualquier cosa que te diga”.
A raíz de Vivir sin permiso nos sobrevino la intención de recuperar un ambiente costumbrista, buscábamos volver al retrato de un barrio que tuviera una cierta similitud con el de “Sin tetas no hay paraíso” y recuperar el ensamblaje de Coronado y Zahera. Y así apareció Aitor Gabilondo con EntrevíasEntrevías (Telecinco, 2022), un espacio con preguntas sin muchas respuestas, sin demasiadas explicaciones. Donde pasaría lo que tendría que pasar. En donde algunos personajes existen porque se necesitan aún sin saberlo. Algunos para protegerse de aristas punzantes, de heridas frescas. En este trabajo Luis encarna a la antítesis de Coronado, ese antihéroe encerrado en sus valores, en la necesidad de recuperar como abuelo el terreno perdido de una paternidad fallida.
Teníamos que volver a ellos dos para para seguir acariciando la raíz de duelo actoral bien encajado: “Cuando me llegó esta serie -me señala-, sentí que llevaba un buen rato caminando, que era la tercera vez en esta casa, en Telecinco, y eso era para mí una nueva satisfacción. Era como volver a desafiar al juego, tres partidas en el mismo tablero y las tres vencedoras. Hay que huir de los egos, del orgullo, pero un poco siempre se te queda. Hoy me han parado en la calle un par de veces, me han reconocido… Y eso no deja de ser orgullo, saber que estás en el corazón de la gente”.
Quiero completar esta parte de la conversación con Aitor Gabilondo, con su pincelada acerca de nuestro invitado de hoy: “Luis es un ser indómito y tiene una gran potencia creativa. Es de los pocos actores cuyas morcillas (diálogos improvisados) mejoran el guion y al personaje. La parte mala de eso es que no repite dos tomas igual ni aunque lo mates, lo que nos complica muchísimo el montaje... pero se lo perdonamos todo porque siempre mejoran el resultado.
Pero si con los diálogos es creativo, no se queda atrás con el vestuario. La cazadora amarilla de Ferro (Vivir sin permiso) o las gafas de sol de Ezequiel (Entrevías) son aportaciones que nuevamente perfilan al personaje y le dan un toque distintivo. Es su manera de trabajar, y verlo de cerca es fascinante por la pasión que transmite.
Personalmente, aunque no lo conozco mucho, intuyo que es un tipo sensible, de los que lloran y ríen abiertamente. Se merece, como siempre reclama, protagonizar una película de esas de amor...”.
Luis Zahera siempre pensó que que su oficio no era otro que llegar aquí: ponerse en la piel de otro, decir palabras que han escrito otros, hacerlas suyas y después continuar con otro trabajo. Por eso en su carrera se cuentan más de 30 trabajos en el cine. Compartimos momentos juntos durante la producción de una película muy querida en esta casa, Celda 211: “Él me llamó porque me había visto interpretar a Pertur en “Sin tetas…” -me recuerda-. Y me proponía hacer un personaje muy violento. Hablé con Luis Tosar y le conté que había descubierto otro perfil de preso que me resultaba más interesante, esos presos que llaman “enfermos judiciales”, gente que está muy mal, que lleva muchos años encarcelada, politoxicómanos, gente cortocircuitada de cabeza y que se convierten en mascotas, en recaderos. Busqué pues la complicidad de Luis para proponerle a Monzón la idea de cambiar el registro de mi personaje y le gustó mucho la idea y así creamos a Releches, uno de los seres más deteriorados de aquella prisión”.
Tosar es un actor que siempre muestra abecedarios nuevos, un actor sin ataduras, que va un paso por delante de lo que de él se espera. La conversación nos lleva a lo que supone estar a su lado en un reparto: “Con mi tocayo empecé haciendo cortometrajes y hemos compartido mucho juntos. Trabajar con él es una maravilla. Luis puede ser el orden y el caos, es un tipo que se puede mover en el orden más absoluto hablando técnicamente. Puede hacer las cosas 25 mil veces iguales. Es la perfección. Un reloj suizo. Pero también tiene esa parte caótica que puede improvisar. Es un superdotado de la interpretación y se mueve como quiere en todos los territorios. Como te he dicho, yo soy más del caos, de la pedrada. Como dicen en “Érase una vez América”, a los ganadores y a los perdedores se les conoce en la salida. Así es él, además de un compañero ejemplar con el que te mueres de risa. Ojalá volvamos a trabajar juntos”.
Llamo a Luis Tosar para que haga lo propio y me cuente cómo es para él su amigo Luis Zahera: “¿Qué te puedo decir? Pues lo real: es tan buen actor como buen amigo y quizá por ello es también sorprendente siempre, excitante, magnético, intuitivo, incendiario, cariñoso, detallista, generoso…
Todos sus rasgos de personalidad están en su forma de interpretar y eso lo hace absolutamente único”.
Luis Zahera también tiene su propio abecedario del “actor's no studio”. Su mirada es una ventana siempre abierta. Y luego está ese momento escénico en el que se para, fija la postura y encuentra el disparo perfecto: la réplica de su palabra y su gesto. Se ofrece de esa manera, como decía la poeta Louise Glück, “desnudando el corazón o desnudando el alma”. Eso debió ver en él el director Rodrigo Sorogoyen, que lo contrató para tres de sus películas. Que Dios nos perdone (2016), El reino (2018) y una última rodada el año pasado y en proceso de montaje, As bestas. La interpretación del personaje de Cabrera en la segunda de estas películas le hizo ganar unos cuantos premios, entre ellos el Goya al mejor actor de reparto. Le pido que me cuente cómo es trabajar con Sorogoyen y qué recuerdos tiene de aquella noche triunfal: “Rodrigo es de esas personas a las que mi madre califica como de cabeza muy bien amueblada. Es brillante, con una creatividad de palabras mayores. Es un director/autor de esos que para mí tienen una ventaja porque manejan las historias de manera muy certera, conocen sus resquicios, las llevan permanente en la cabeza. Es divertido e irónico, siempre te está tomando el pelo. es ágil, rápido y enormemente talentoso.
Te he soltado toda esta introducción porque en la primera película que rodé con él establecimos una devoción mutua y por eso en la segunda, El reino, ya nos fue muy bien. Cuando me propuso la famosa escena del balcón y me pidió que hiciera un gesto de cocainómano, sentí cierta sensación de ridículo y le dije: Sorogoyen, esto es una tontería, yo no me creo todos estos tics… Y él, con todo el conocimiento y mucha humildad, me dijo: “Luis, estoy haciendo una película donde el personaje de Antonio De la Torre se va oscureciendo y comprimiéndola. Necesito un chiste, necesito el balcón, pásate tres pueblos…”. Te cuento todo esto porque yo escapaba de su idea y su idea fue brillante, y cuando pensaba que aquello era exageradísimo luego me di cuenta de que encajaba perfectamente. Fueron seis minutos de delirio, en la hipérbole, pero encajaron perfectamente. Sorogoyen es de una fiabilidad mecánica”.
“En cuanto a lo del Goya, verás: fuimos a los Feroz y arrasamos, y para serte sincero estábamos seguros de que en los Goya también iba a ocurrir… Siempre es muy reconfortante recibir el reconocimiento de los compañeros de profesión y del público. Y lo importante, siempre lo digo, es haber llegado y sobre todo haber disfrutado del viaje”.
Como escribió Kavafis, “que muchas sean las mañanas de verano en que lleguen -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes”.
Con Zahera da gusto hablar de cualquier cosa, es como sentir esa música que no vas a volver a escuchar, porque en este tiempo que los actores parecen dioses él prefiere estar un paso atrás, en otra esfera.
Tiene un irrenunciable acento gallego que le delata, es una forma de llevar a su tierra consigo, de demostrar ese sentido vertical de la lealtad a la procedencia: “Yo de gallego lo tengo todo -se reafirma-. Todo el mundo me reconoce por la retranca y me acepta este pronunciado acento. Y para mí es arterial volver cada vez que puedo a mi Illa de Arousa porque soy muy leal a lo mío y a los míos y porque allá donde voy Galicia va conmigo: mira, como curiosidad te contaré que cuando estoy en Madrid y llueve, salgo a la calle sin paraguas, a mojarme y además me he fijado que en Madrid no saben llevar el paraguas, no lo llevan bien”.
Es un actor al que no se le escapa nada, que se ha habituado a su eterno papel de esos secundarios imprescindibles en la escena. A sus 55 años dice estar muy a gusto en su sitio y poder trabajar con los grandes. Lo lleva muy bien.
En el comienzo de nuestra charla, Luis puso encima de la mesa una botella de albariño, Terras de Lantaño, que produce un amigo suyo, Ramiro Martínez, en su bodega familiar en Portas (Pontevedra). Le llamo para que nos cuente su proyecto: “La bodega fue fundada en 1977 pero en el 2003 estrenamos instalaciones en una nueva ubicación en la que conjugamos el respeto del carácter artesanal con las nuevas tecnología.
Nuestros viñedos se extienden por el Valle del Salnés, en los municipios de Vilagarcía, Vilanova, Meis y Portas, en combinación de diferentes altitudes, latitudes, orientaciones… Y siempre con una única variedad: albariño.
El vino que bebéis procede de los viñedos más adultos de la bodega. Es un vino de color limpio, pálido, glicérico. En nariz destaca su mineralidad y sus aromas afrutados con recuerdos anisados y florales. Es fresco, complejo y de sabor largo y agradable”.
Terminada la conversación, Luis ya piensa en regresar, con su alegre actitud, a su querida Illa de Arousa, su refugio en el que esperar una nueva llamada que le ofrezca una nueva piel en la que encarnarse, en la que seguir alimentando sus ilusiones, a seguir buscando bajo los adoquines la arena de la playa.
Palabra de Vino.