Lugo, la amistad y la dulzura
Recorrido por la ciudad que es el "triunfo de la geometría", donde el Miño traza sus "dulces curvas"
Para comer, Lugo: clásicos como el Campos, referencia en caza, y el España, que cría sus bueyes cachenos, rubios, caldelás o limiás
Lugo es el "triunfo de la geometría", como escribió Otero Pedrayo. Allí nos citamos unos cuantos amigos para disfrutar de la hospitalidad y el cariño de Elisa y Pedro Revaldería. Su casa en Nadela es un lugar de generosa acogida, de apego fraternal. Ana y Paco Somoza llegan por últimos, cuando la tarde ya va de cierre con esa luz hermosa de frontera confusa entre el día y la noche, el gallego "lusco fusco".
Entramos en la ciudad por la Puerta del Obispo Aguirre. A un lado la elegancia modernista del Círculo, de finales del XIX, y estamos en la Praza Maior, con su amplia Alameda, sus soportales con cafeterías y terrazas, sus monumentos a los romanos fundadores y la presidencia arquitectónica del ayuntamiento y su hermosa fachada barroca; desde su balcón se pregonan las fiestas grandes en honor de San Froilán, patrono de la ciudad.
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Todavía resuenan las palabras emocionadas de Pedro alzando el telón de las del año 2014. Mirando a esta plaza escribió sus versos delicados Luis Pimentel, “una de las voces más hermosas, veraces e iluminadoras”, sostenía Cunqueiro.
Camino de la cena entramos en el territorio comanche de la zona de vinos, donde vemos gentes por docenas dando alegría a las calles y disfrutando de tapas y vinos dentro y fuera de los locales. La vida va como un río y ya se sabe: para comer, Lugo.
En la Praza do Campo luce su fuente, que chorrea agua como un discurso ininterrumpido y una vez al año se tiñe de vino como un milagro del santo.
El restaurante Campos es un clásico de Lugo que ocupa una casona del siglo XVIII y lleva aquí instalado más de 60 años. En temporada de caza su menú se adapta y se convierte en una referencia gallega. Lástima que no llegamos a tiempo, aunque pese a ello la cena no desmerece: almejas, anchoas y unas croquetas de marisco de cinco estrellas; kokotxas y rodaballo como plato principal, y los postres con su seña de identidad: helado de queso de San Simón ahumado.
Para acompañar, un blanco Alanda 2016 de mi querido José Luis Mateo, que siempre es un valor seguro; el tinto, de uno de los viticultores que más admiro en el Ribeiro: A Torna dos Pasás 2016, de Luís Anxo Rodríguez, también pleno en la elección.
Volvemos a Nadela, nuestro campamento base. Aparece la casa iluminada y la noche, con su “trineo de estrellas”, como decía Luis Pimentel, imprime una especial dulzura a este día que ya se cierra.
Precisamente también Pimentel escribió: “El camino en el aire de la mañana”, como este que nos lleva a Recelle, una parroquia de un centenar de habitantes en el municipio de Portomarín, en donde hemos quedado con los hermanos López, Paco y Héctor, propietarios del Restaurante España de Lugo, en la finca en la que crían sus propios bueyes.
La carretera enseña un paisaje de alfombras verdes, de bosques desnudos, robles y castaños centenarios, ríos caudalosos. Respiramos frescura, pureza y trinos de pájaros en este espacio en el que los López nos reciben con su abrazo abierto y cordial.
Su historia es muy familiar; nace estas tierras a mediados del siglo XVIII, aunque su actual proyecto de criar bueyes nació hace casi diez años impulsado por su padre, también Paco López: compra, cría, engorde y preparación hasta llegar a la mesa del restaurante, que se ha ganado un merecido prestigio en el tratamiento culinario de la carne.
Luce el sol en esta mañana de enero y los animales deambulan con parsimonia por la finca, acuden a la llamada, se dejan acariciar como si fueran mascotas. El entorno es maravilloso: canta el río, silba ligeramente el aire entre los árboles y en un lateral se guardan las bases del alimento: cereal y castañas, además de la hierba por la que pacen en libertad.
Saludamos a Cornas, el emblema de la finca, un buey de nueve años por el que esta familia siente devoción. Nos hablan de sus razas: cachenos, rubios, caldelás o limiás, y de sus propiedades y excelencias. La maduración de la carne ronda los cien días y su oferta en el España puede durar entre 15 y 20 días, y cuando se acaba pues no hay. Hasta el siguiente.
La conversación transcurre mientras el sol resplandece en este monte gallego, y antes de partir para almorzar en el restaurante damos cuenta de un aperitivo al aire libre en el patio de esta hermosa casa de labranza: empanada de porco celta y embutidos de la zona acompañados por vinos que convocan el recuerdo de amigos de la Ribeira Sacra: Algueira Risco 2016, un merenzao muy original de Fernando González; Guímaro Camiño Real 2017 de Pedro Rodríguez y Lalama 2016 de Dominio do Bibei.
El España se maneja en dos plantas. La inferior que es un gastrobar en el que incluso dan unos desayunos espléndidos y el restaurante en la planta superior, donde nos disponemos a comer. Alcachofas y tartar de buey con tuétano para abrir boca. Este último plato me parece asombroso, muy conseguido, especial. La comida culmina en la cima: un chuletón de buey cacheno y otro de sus platos estrella, costilla cocinada durante horas a baja temperatura en un horno Josper.
El vino es de nuevo un abrazo de amistad: Algueira Pizarra 2015. Un almuerzo sensacional. Con razón este restaurante, estos dos hermanos, se han ganado un sitio muy reputado en la cocina española, su fama prospera incluso al otro lado del océano. Prolongamos la sobremesa con Paco y Héctor en conversación animada, hablamos de carnes, de cocina en general e incluso de provocar algún mestizaje con otros restaurantes de Madrid.
Paseo por el adarve de la muralla para empezar la tarde
La muralla es el catalizador monumental de Lugo, data del siglo III, tiene más de dos kilómetros de perímetro perfectamente conservados, diez puertas y se puede caminar entera por su adarve; esto hacemos en el comienzo de la tarde mientras la ciudad se enseña de otra manera.
Por la Puerta de Santiago bajamos a la catedral, de origen románico. Es uno de los faros del Camino Primitivo de Santiago. Su obra más significativa del Renacimiento es el retablo mayor, del que es autor Cornellis de Holanda. Y el conjunto escultórico más representativo del barroco es la sillería del coro del siglo XVIII, obra de uno de los grandes escultores de este estilo, Francisco de Moure. La auténtica joya del barroco gallego es la capilla de la Virgen de los Ojos Grandes (patrona de la ciudad), obra de Fernando de Casas, el autor de la célebre fachada del Obradoiro de Santiago.
Le pido a Pedro, nuestro sherpa lucense, que no quiero irme sin ver de nuevo el Puente Romano y “las dulces curvas del Miño al pie de Lugo” (Cunqueiro). Para terminar la visita quiero rendir un pequeño homenaje al recuerdo y acercarme a la medusa de hormigón que mi querido Pepe Díaz Fuentes (Sarria, 1940-París 2010) dejó en esta ciudad en el año 83.
Escribió hace tiempo el poeta Miguel Anxo Fernán Vello que “la tarde es un hueco en el horizonte”. Por ese hueco nos sorprende la noche y hemos de regresar a Nadela, al hogar iluminado, donde brilla “la llama delicada de la ternura” que diría otro poeta de luces resucitadas, Manuel María. Nos esperan para cenar Ángel (padre de los Revaldería), Angelines y Eduardo, hermana y cuñado de Pedro.
La cena se sustancia con unas truchas de El Playa, una estupenda casa de comidas de la zona; las acompañamos con unas ensaladas en las que la lechuga sabe a verdad y las nueces parecen caídas en el cuenco desde los nogales adyacentes; los postres son de la confitería por excelencia de Lugo, Madarro, unas cañas de crema con delicadísimo hojaldre.
El vino lo empujan el cariño y el afecto desde El Bierzo vecino; es del mejor, de mi querido Raúl Pérez, Mata los Pardos 2013, procedente de viñas viejas, fermentado en barrica de castaño y se presenta como un trago fresco, muy peculiar, original, especial. Le queda vida en botella.
La conversación dispensa brasas de amistad, de afecto perdurable, de un caudal inagotable de aprecios. Mientras, en Madrid Almodóvar se adueña de los Goya. El despertar es un desayuno que nos sorprende a mesa puesta y se hermana con el buen gusto. Tati y Juan han madrugado para ello.
Hay en el aire ese rumor de melancolía que siempre precede a las despedidas aunque sean de un hasta luego. Arrancamos en dirección Madrid, otros hacia A Coruña o Zamora, dejamos atrás la templanza fraternal de Elisa y Pedro y esa verdad escrita por Manuel Vilas: “Las ciudades se van con los que se marchan”.