Hay algo insólito en el lenguaje documental, en las más de las ocasiones es como leer un libro en imágenes, una ventana por la que entra la luz a raudales.
José Luis López Linares (Madrid, 1955) encaminó sus pasos por el mundo documental en busca del rastro de lo sucedido, en ese momento en el que pasa la historia y hay que elegir la manera de contarla. Pero antes se dedicó a la profesión fotográfica y a la dirección de fotografía en el cine. Sus comienzos fueron así: “Con 10 años conseguí que mi padre me comprara una Kodak Instamatic y desde ahí no he dejado de hacer fotos. En realidad yo quería ser fotógrafo aunque luego estudié Biológicas también porque durante una época me dediqué a fotografiar la naturaleza, animales… Teníamos un grupo de amigos, montamos una pequeña agencia que vendía fotos a las enciclopedias de animales de la época, eran los años 70. Lo de mi llegada al cine fue por casualidad, un amigo de Alcalá de Henares quería rodar en una casa que tenían mis padres allí y me ofreció trabajar en la película, por supuesto no cobraba nadie porque era su primer trabajo y en vez de hacer la foto fija le propuse entrar en el equipo de cámara y así fue como me inicié en el cine”.
“Años más tarde tuve la suerte de contactar con otro amigo, Antonio Poche, que trabajaba en la productora de Elías Querejeta y pude entrar allí y formar parte de un grupo de jóvenes que hacíamos de todo: nos dejaban asistir a los montajes, estar con el gran Pablo del Amo, callados, observándole desde un rincón mientras montaba y cuando producían una película íbamos de meritorios o de auxiliares, avanzábamos como ayudantes de cámara… Fue una escuela maravillosa, porque en ese momento con Elías era donde se hacía el cine más cuidado. Allí pude trabajar con Carlos Saura, Víctor Erice, Gutiérrez Aragón. Fue una gran suerte”.
El mundo del documental requiere en muchas ocasiones estar en el lugar preciso, en el momento adecuado, cuando pasa la historia que has de contar, saber adaptarla al ojo, a su formato; una manera de tocar las cosas, acercarse a ellas para que no se pierdan.
José Luis alternó la dirección de fotografía con su incursión en el mundo documental. Le pregunto qué le llevó a inclinarse hacia esta faceta profesional: “Había trabajado mucho como director de fotografía, sobre unas 40 películas, y veía que fuera de España, en Francia o Inglaterra, se hacían documentales que aquí no se veían y pensé que a lo mejor se podía hacer algo parecido, lo intentamos entonces montando una productora que se llamaba “Cero en conducta” y nos embarcamos en “Asaltar los cielos” (1996) porque acababa de aparecer por Madrid Luis, el hermano pequeño de Ramón Mercader (el asesino de Trotski), que dejaba la Unión Soviética y se venía a trabajar a España, acababa de publicar un libro dedicado a su hermano que nos sirvió de idea base para la película documental, ese fue el primer trabajo que hicimos. Le empecé a coger gusto al género y ya fui dejando el cine”.
Esta película supuso un vuelco, una revolución del formato en España, con un esquema narrativo similar al cine de ficción. Ganó el Premio Ondas en 1997 y viajó al Festival de Cine de Berlín al año siguiente. Conocí a José Luis a raíz de este trabajo y un par de años más tarde, durante mi etapa profesional en Canal +, profundizamos más en la relación profesional con la producción de “Lorca, así que pasen cien años”, con motivo del centenario del poeta granadino. Este trabajo fue nominado a los Emmy 1998. Luego compartimos también andadura con la producción de “Extranjeros de sí mismos”, un documental sobre los brigadistas que acudieron a España en defensa de la república, de los fascistas italianos que lucharon al lado de las tropas franquistas y los integrantes de la División Azul. Fue seleccionado para el Festival de Cine de Berlín 2003.
Una manera de arrojar luz sobre algunos nombres.
Dice el escritor Andrés Trapiello que “en toda fotografía se libra una batalla que se le gana al tiempo, y por ello podríamos afirmar que la fotografía es al cine lo que la poesía a la novela”.
La amplia trayectoria de José Luis se traduce en un amplio registro de trabajos: una colaboración extensa con el Museo del Prado que le llevó a a la producción de documentales de Goya, El Bosco, Sorolla, Altamira o “El Primer siglo del Prado” (con motivo de la inauguración de la ampliación del museo). Albéniz y el Teatro Real (con motivo de su bicentenario) también forman parte de su obra. Abordó el mundo gastronómico con un par de trabajos brillantes: “El pollo, el pez y el cangrejo real”, donde relata la historia de Jesús Almagro, que se embarca en la aventura de competir por el Bocuse d´Or, y “Jerez & El misterio del palo cortado”, una maravillosa inmersión en el mundo del vino de Jerez.
Esto me da pie a preguntarle si se siente más cómodo en un género que en otro: “La verdad es que en todos -me responde sin dudar-. He tenido la inmensa suerte de hacer cosas que me han interesado, nunca he hecho un documental por el que no tuviera interés. Es un proceso de aprendizaje, por ejemplo, en el que citas del palo cortado la verdad yo no tenía ni idea, tan solo cuatro nociones básicas sobre el vino y por tanto es maravilloso el poder dedicarte 1 ó 2 años a aprender sobre algo que te interesa y que no habías tenido oportunidad de acercarte, esa es la parte que más me atrae de hacer documentales: sumergirte en un tema, aprender, conocerlo y poder contarlo; me ha pasado con la gastronomía, el mundo del aceite, el del vino… con muchas cosas. Pero mira cuando lo pienso sobre todo es que he tratado muchos temas españoles, muchas miradas sobre cosas fascinantes muy de aquí”.
Algunas de sus obras merecerían impartirse como docencia en los colegios o haciendo labor didáctica en algunas escuelas gastronómicas.
La primera intervención externa de esta conversación quiero que sea para Antonio Saura, socio y amigo de José Luis: “Lopez-li, como le llamamos todos, no vio la final del Mundial de Sudáfrica que jugaba España. No porque pertenezca a esa minoría que desprecia el futbol, sino porque le pareció más interesante ir con la cámara puesta a grabar a la gente en las calles, plazas y bares. ¿Tenía algún encargo? No, es lo que él hace, cuando tiene la oportunidad, graba y graba. Con el tiempo, a veces, ese material termina saliendo en algún documental: en este caso el maravilloso documental sobre “Campeones: La Roja”, producido por Enrique Cerezo y la Federación de Futbol, que emitiría Telecinco en su momento.
Porque Lopez-li nunca sale sin su material de faena. Él lleva, lo que yo he dado en llamar, ”el coche del documentalista”. Como productor, coproductor, coguionista o vendedor de sus películas – siempre amigo- he vivido con él innumerables anécdotas, pero algo que se repite es mi pasmo al mirar dentro del maletero de su destartalado 4x4 de turno. Ahí no pueden faltar los “aperos de labranza” del buen documentalista: una botas de agua, una gabardina vieja por si las lluvias, paneles reflectantes para la luz, trípodes, recambios de baterías de cámara, toda suerte de cachivaches que no pueden faltarle al “buen documentalista”… Siempre me sorprende porque él siempre se encuentra lo que necesita en cada momento, aunque no esté planeado un rodaje. Por ejemplo, en “Jerez y el Misterio del Palo Cortado”, llegamos al mítico pago de Macharnudo para localizar, y hete aquí que abre su maleta de los misterios y cual Mary Poppins, empieza a extraer de un fondo sin fin, los objetos más dispares: “¡José Luis, si no venimos a grabar!”. “Ya” (otra cosa que hay que saber de Lopez-li es que o no habla nada, o habla mucho, según el momento del día. Cuando rueda habla poco). Y ahí se puso, inclinado sobre las viñas, o tumbado sobre la albariza, y donde uno veía unos arbolillos alineados, él nos obsequió con las más bellas imágenes que, por supuesto, encontraron cabida en el premiado documental. Había sentido un momento de luz único y lo había aprovechado: “Antonio, siempre hay que estar preparado” (y lo subraya con una sonrisa de angelote malo, un jijiji de los comics de antaño)”.
José Luis solo tiene un mandamiento: contar sin intervenir, dando un paso atrás para enfocar mejor, siempre con la mirada atenta, honda, exacta, limpia; sabiendo distanciarse lo suficiente para evitar cualquier tipo de contaminación, para poder contar bien las cosas: “La verdad, creo que lo hago de la forma más complicada posible -puntualiza-, habitualmente tienes que escribir un guion para poder lograr la financiación del proyecto, o para que el cliente tenga una idea muy concreta de lo que quieres hacer, pero yo suelo empezar investigando, rodando y muchas veces son las entrevistas las que te van guiando. Es un proceso de aprendizaje. En el documental del Teatro Real, que bien conoces, nos fuimos a rodar en los ensayos y luego el guion lo hicimos en la mesa de edición. Para mí producir un documental es a veces montar un gigantesco puzzle en el que ordenar horas de entrevistas, testimonios, imágenes, archivos… y que además tenga ritmo; y te confieso que lo más complicado, al menos para mí, es elegir la música que me ayude a llevar la película, a que se haga ligera para el espectador, que no pese. Que transcurra la música es tan importante como el guion”.
Hace un par de años José Luis se embarcó, de la mano de uno de sus discípulos, Víctor Escribano, en un proyecto deslumbrante, “7 lagos, 7 vidas”, una maravillosa historia protagonizada por Dabiz Riaño, un investigador del CSIC diagnosticado con ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) que cumple el sueño de recorrer la Europa del Este para bañarse en sus lagos: adaptando una furgoneta para vivir en ella, y con la ayuda de sus amigos, un taxista senegalés, Mbake, y un tuno de Alcalá de Henares, Rubén, Dabiz consigue cumplir su sueño y satisfacer dos de sus grandes placeres: viajar y flotar. Le llamo, le localizo en Estados Unidos y al mencionarle que estoy escribiendo sobre José Luis se presta de inmediato a la respuesta: “Conocí a José Luis en otoño de 2018. Él y su equipo iban a grabar mucho al Museo Lázaro Galdiano, con motivo de su documental sobre el Bosco, entre otros proyectos.
Mi hermana trabajaba en el museo y le contó que tenía ELA, que estaba queriendo hacer un viaje en una furgoneta camperizada por los países de Europa del Este, que quería hacer un documental y que agradecería su asesoramiento.
Nos reunimos a tomar un café. Pese a que José Luis ya sabía que proyectos como 7 lagos 7 vidas salen adelante uno en un millón, no paró de animarme a seguir adelante. No tenía furgoneta con la que viajar, ni experiencia ni material con el que grabar un documental, solo ilusión, mucha ilusión.
José Luis es uno entre 100 millones, se guía por su gran corazón, con la humildad de los grandes maestros que nos enseñan e iluminan el camino. Hombre de pocas palabras que debemos escuchar con atención porque son oro. Fiel a sus ideas y a la vez inclusivo, empático y gran jugador de equipo.
Durante nuestro viaje le apodamos el Komandante D, de Dios, especialmente por toda su sabiduría. Inspirador y alegre, da ganas de vivir cerca de él”.
Decía un viejo romance: “Al fin los ojos son las alquitaras del alma”.
López Linares no hace documentales, los respira. Es siempre fiel a su estilo: preciso, minucioso, curioso, exigente, de obras bien planchadas. Su último trabajo, “España, la primera globalización”, es una pieza maestra, el más visto de su género el año pasado, que deslumbra por sus testimonios rotundos, llenos de datos, una conversación circular con la historia: “Fue un proceso largo, de más de 3 años de trabajo desde que decidí que iba a hacerlo hasta que lo terminamos, con 39 entrevistados, muchos de ellos historiadores. He procurado que hubiera 6 de Hispanoamérica porque tiene más valor que la conquista de México te la cuente un mexicano, y reflejar que la historia de España no se puede entender sin la historia de América y que juntos todavía formamos una comunidad extraordinaria aunque muchas veces no somos conscientes de ello y desde luego no lo aprovechamos. El patrimonio que tenemos allí es gigantesco y la aventura que hicieron nuestros antepasados fue algo extraordinario. Como dice en algún momento del documental Pedro Insua, “eso ya no se puede volver a hacer salvo que haya vida en Marte, pero la construcción, la colonización de América fue algo impresionante y no hay que pedir pedir perdón porque los españoles hayamos protagonizado tal obra”.
Una combinación de pasión y aventura, de investigaciones exhaustivas, el relato de aquellos que se hicieron a la mar como una quimera, como si el mar fuera otro planeta: trazaron mapas, leyeron firmamentos y se lanzaron en busca de fortuna, de un sueño que sabían, que presentían que estaba en ese más allá.
Escribió Karen Blixen que “la cura para todo es el agua salada: el sudor, las lágrimas y el mar”.
“Tenemos que tener en cuenta que el Océano Pacífico es la mitad del globo terráqueo -prosigue-, un infinito de agua y allí fueron con aquellos barcos, en aquel tiempo… No somos capaces de acercarnos a lo que debió ser aquello”.
“Quien conoce la historia construye el futuro”, afirma Marcelo Gullo en uno de los testimonios recogidos en este documental que retrata con fidelidad este asunto, lo dota de mucha veracidad y de una potente emoción. Una extensa conversación que va engranando el relato de ese algo proteico que desmonta con fundamentos la leyenda negra en torno al proceso de descubrimiento y colonización: “Sí, sí, y lo peor es que nosotros mismos nos lo hemos creído y lo hemos interiorizado, como dice Alfonso Guerra es en lo que nos distinguimos de los demás, que la guerra la hemos hecho nuestra o nos han pedido hacerla nuestra y nos lo hemos creído y esto ha sido un handicap terrible para cualquier español. La película la hicimos con una campaña en la que participaron 1.600 personas que aportaron desde 15 a 15.000 euros y conseguimos así la mitad del presupuesto, muchos de los mecenas eran de fuera de España: Suiza, Estados Unidos, Hispanoamérica… que estaban hartos de esta matraca de la leyenda negra y se mostraron dispuestos a colaborar sin conocer apenas el proyecto. Ha sido muy gratificante para nosotros”.
La profesora Elvira Roca Barea afirma en el documental que “España también cambió la historia del mundo”. En otro libro suyo titulado “Fracasología”, esta misma historiadora cuenta que en España hubo 120 años durante los cuales no se escribió sobre nuestra historia porque los Borbones no querían que se escribiera sobre los Austrias para mejor imponerse sobre la anterior dinastía. Al igual que Pedro Insua sostiene Barea que no se puede juzgar el pasado desde el presente porque las circunstancias, como es obvio, son otras: “Así es, recalca José Luis, no se puede entender la historia de España sin la de América y no solo la de América, nuestros antepasados controlaron todas las rutas del Pacífico. Mira, la película empieza mostrando la relación que hubo entre el imperio de los Austrias y la dinastía Ming, de la que yo no tenía ni idea, me enteré produciendo este trabajo de la poderosa relación comercial entre la plata española y las especies orientales y por ello decidí que este debería ser el comienzo del documental, porque si me había sorprendido a mí podía también sorprender a muchos espectadores. Justo ahora estamos pendientes de estrenarla en China porque a los chinos no ha dejado de asombrarles esta historia”.
Sus trabajos han ido abriendo horizontes en la historia, en el arte, en el mundo de la cultura y piden ser vistos una y otra vez.
“El barco de la gran aventura dominando sus olas. La bandera de los pájaros que llega de regiones increíbles”, decían los versos del poeta chileno Vicente Huidobro.
Le pregunto por sus planes de futuro: “Estamos pensando aun lo que haremos. Tenemos un proyecto sobre el vino de La Rioja y también deseando completar lo que empezamos con este último trabajo que sería contar la conquista de México, la hazaña de Cortés pero contada desde allí, con gentes mexicanas, con las otras tribus, las otras etnias que no eran los aztecas, los tlaxcaltecas que todavía tienen memoria de aquello. México fue la capital del mundo, la ciudad más rica del planeta durante un siglo, más que Madrid, esa idea de que las colonias fueran más ricas que las metrópolis no se entiende en los grandes imperios, nunca fue así, salvo con México”.
José Luis tiene un aspecto apacible, bondadoso y flema castellana. Gusta de cuidar los detalles. Es conciso, claro y más prolijo en imágenes que en palabras salvo cuando está en modo hedonista y disfrutón, entonces se aprecia su buen gusto por la mesa, por los vinos y por la conversación que hace que la sobremesa sepa a gloria.
Para completar la charla de hoy llamo a la conversación al periodista y crítico gastronómico Alberto Fernández Bombín, buen amigo de mi invitado de este sábado:
“Tengo la suerte de haber trabajado con Lopez Linares en la génesis de El misterio de Palo Cortado antes de considerarle mi amigo, eso me permite expresar mi opinión sobre su talento sin que el enorme afecto que siento por el nuble mi buen juicio, por eso deberían creerme cuando les digo que Lopezli es el mejor documentalista de España. Tiene esa mirada propia de los genios, una visión de rayos X capaz de traspasar las apariencias para crear una nueva cartografía que redefine la geografía de los asuntos que trata en sus películas. Firme defensor del viejo axioma que apunta que la inspiración debe alcanzarte siempre trabajando, sus documentales nacen de la curiosidad, una curiosidad que se metaboliza en piezas de orfebrería fina, artefactos complejos y visualmente tan bellos que es recomendable disfrutar en bucle para captar todos los detalles que esconden. En lo personal es un amigo noble y generoso capaz de atar en corto el ego de los artistas para no parecer un gilipollas, un tipo raro (por escaso), cuya genialidad no le impide relacionarse con los mortales”.
Un Jerez singular
Mientras hablamos nos acompaña un oloroso, Don Gonzalo, de la Bodega Valdespino (Grupo Estévez), un vino que he conocido gracias a José Luis en alguno de nuestros almuerzos en la Taberna Asturianos de Madrid: ”Es un vino VOS (Vino Seleccionado como Óptimo), en nariz se aprecia dulce, casi caramelo, de un precioso color caoba y cuando lo bebes cambia, es más seco de lo que parecía, muy bien equilibrado. El oloroso es lo que en Jerez llamaban vino de pañuelo porque se empleaban también para echar unas gotitas en el pañuelo de la americana para oler bien. Es un vino con más grados que un fino pero está bien para empezar el día, González Gordon ya a las 11 de la mañana empezaba con un oloroso y luego se pasaba al fino porque aunque parezca raro en Jerez es el vino para comenzar el día, te despierta el apetito y también es fantástico para comer, para acompañar unos callos o una carrillera, ese maridaje de un vino salino, de acidez delicada con una comida tan gelatinosa es muy sorprendente”.
Llamo a Eduardo Ojeda, director general del Grupo Estévez para que nos cuente la historia de este vino: “El nombre le viene al vino de un capataz que tuvo Valdespino por los años 50 que era muy carismático y que además se quedó ciego y siguió en su labor. La familia Valdespino sacó la marca en un homenaje a su persona y labor. Esta historia la cuentan los viejos de la bodega. Más bien me la contaron hace 20 años.
La solera de este vino se basó en los olorosos viejos de una viña del Pago de Carrascal llamada El Corregidor. Esa viña desapareció antes de que llegásemos nosotros a Valdespino hace 22 años pero hemos seguido rociándola con vinos del mismo pago”.
Un viñedo vecino del mítico Macharnudo, viva muestra de la orografía del terreno.
Al terminar la conversación nos citamos convocándonos a un almuerzo futuro en Asturianos, con la sagrada cocina de doña Julia Bombín y la compañía líquida de estos vinos del sur. Vuelve José Luis a sus hallazgos, a sus aprendizajes, mientras diseña su nuevo trabajo documental, esos descubrimientos que son de alguna manera un “teatro real” de la vida por dentro. “Como el jerez que el huésped deja en la copa” (Emily Dickinson).
Palabra de Vino.