Jesús Sánchez Martos, la forma amable de comunicar la salud
A los 13 años, Sánchez Martos sintió la llamada de la vocación para estudiar Medicina
En su profesión valora tanto el diagnóstico y la investigación como "la relación estrecha con el enfermo"
A los 68 años, es catedrático de Educación para la Salud en la Complutense
Nació en Madrid en aquellos tiempos escondidos de los años 50. Ejerce de muy madrileño. Su juventud transcurrió en una España que quería despertar y mirar fuera de su “unidad de destino en lo universal”, en la que empezaban a llegar vientos que se llevaban por delante muchas convicciones y traían nuevos despertares vestidos en las primaveras del 68. Jesús Sánchez Martos es hijo de una generación que practicaba el pluriempleo para sacar a los suyos adelante. Nadie le regaló nada y por ello se puso a cultivar todos los sueños que estaba aprendiendo a soñar.
Quiero saber cuándo y por qué se hizo médico: “Mi respuesta puede romper algunos de los esquemas preconcebidos porque todo el mundo dice que la medicina es una vocación que se hereda, y en mi caso, en mi familia no hubo nadie, ni antepasado, ni cercano que se dedicara a la medicina, ni a ninguna ocupación sanitaria".
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Le interrumpo para señalarle que le leí al poeta cántabro Lorenzo Oliván que “a veces algunos caminos que no tomamos se adentran de algún modo en nosotros y nos andan por dentro”.
“Así es", continúa; "mi llamada me llegó cuando tenía 13 años, por la necesidad de ayudar a los demás, por ello sentí que me gustaría estudiar Medicina. Mi situación familiar no me lo permitía y me puse a trabajar de botones en el Banco de Vizcaya y pude pagarme los estudios de Enfermería. Al terminar entré a trabajar en el Hospital del Niño Jesús, del que guardo un recuerdo especial, y gracias a ello pude seguir estudiando y cursar la carrera de Medicina. Por tanto, en mi caso no hay una vocación familiar, sino como bien señalas en palabras de Oliván, fue algo interno”.
Fue pues haciendo surco con su vocación en el terreno de la medicina desde abajo, desde siempre, arando el camino con la paciencia y el tesón de un labrador, recorriéndola para conocerla mejor, para un mayor conocimiento de la enfermedad: “Tengo 68 años pero si volviera a mi juventud estoy seguro de que seguiría los mismos pasos. Para mí haber ayudado como celador, haber trabajado como enfermero, haber llegado a ser médico, me ha dado una forma global de atención al paciente, no solamente con el diagnóstico y la investigación sino también con la importancia que tiene el tratamiento, la relación estrecha con el enfermo. O sea que yo volvería a recorrer otra vez el mismo camino, que además es lo que me ha ayudado y me ayuda en mi día a día a reflexionar sobre lo que tengo que hacer con una persona que está padeciendo una enfermedad, pero también recordando a la familia, y eso es también lo que he tratado en mi tarea docente de transmitir a mis alumnos”.
Jesús es un tipo humano, discreto, humilde, afable y siempre dispuesto para los demás. Es generoso y atento sobre todo con aquellos que sufren en la enfermedad y precisan de atención. Su voz y su disponibilidad están siempre ahí.
Con sus alumnos de la Complutense gasta modales sencillos para contarles su experiencia, para transmitirles sus conocimientos, para inculcarles que lo bendito de esta profesión es estar siempre disponible para quien te necesita: “Esta de la enseñanza es otra historia un poco rara -puntualiza-. Ahora soy catedrático de Educación para la Salud, algo de lo que todo el mundo habla, al igual que se insiste en que hay que informar a los ciudadanos y que hay que impartir también esta educación en los centros de salud. Lo apoyo al cien por cien, como ya sabes, pero esto hace 40 años no era así, aquí no existía la educación para la salud y además siempre se pensó que hablar por ejemplo del suicidio en un medio de comunicación era fomentarlo, hablar de las drogas era incitar a su consumo, por lo tanto había muchas cosas que se silenciaban porque la educación para la salud no se entendía. Yo empecé en esto de la docencia porque también era una vocación latente: mira, con 12 ó 13 años daba clases de catequesis en mi barrio a los niños que se preparaban para la primera comunión y entonces vi la oportunidad de transmitirles la importancia por el respeto hacia los demás, a sus padres, a las creencias y no creencias, a la libertad… Si hay algo que me gustaría dejarle como legado a mis hijos son dos valores que siempre he defendido: la libertad y la independencia. Cuando empecé a estudiar Enfermería tuve la ocasión de dar clases de primeros auxilios en la piscina en la que trabajaba ayudando a los socorristas y esa vocación docente me ha proporcionado una enorme satisfacción, y siempre soñé con llegar a dar clases en la universidad, pero entonces era algo muy complicado, muy difícil, y curiosamente mis compañeros del Niño Jesús una noche de guardia me dijeron: acaban de publicar en el ABC que hay una plaza de profesor en la Complutense, profesor ayudante en clase de prácticas, vamos, el contrato más bajito de la universidad, pero solo van a requerir no experiencia sino curriculum académico, o sea que le van a dar la plaza a la persona que mejores notas haya tenido en la carrera, y mira por dónde tuve la gran suerte de ser el primero de promoción, así que conseguí la plaza y comencé como profesor ayudante en la cátedra de Anatomía y en cuanto hubo una oportunidad preparé la oposición a profesor interino y luego a catedrático. Me siento muy orgulloso de ello, y de esta oportunidad de poder transmitir mi experiencia a los alumnos”.
La tele y la radio
“Supe por el dolor que el alma existe”, dicen los versos de José Hierro. Conocí a Jesús Sánchez Martos justo hace casi dos años cuando la pandemia hacía sonar a diario el soniquete de todos los temores y él apareció en nuestras vidas, en Sálvame, con su hablar cercano y sereno, su manera de inspirar confianza, su espíritu didáctico de docente experimentado, con su sabiduría de médico: “Mi relación con los medios de comunicación viene desde hace unos 40 años cuando me llamaron para que hablara de algo de lo que casi nadie quería hablar, el sida. Luego he ido recorriendo algunos medios hasta llegar a Sálvame, el programa en el que me siento como en casa, me siento muy bien acogido por el equipo, que es excelente y de una profesionalidad encomiable, y la productora, La Fábrica de la Tele, a quien estoy muy agradecido por la confianza que han depositado en mí, por la oportunidad que me dieron entonces como ahora de dirigirme al público y asistirles en sus incertidumbres. Fue una gran sorpresa que me llamaran y me siento muy afortunado por esta magnífica oportunidad”.
Jorge Javier Vázquez compartió con Jesús aquellas horas, los primeros tiempos de pandemia y de confinamiento pleno, desde entonces se estableció entre ellos una complicidad que derivó en camaradería, en amistad. Llamo a Jorge, le pillo Desmontando a Séneca, le pido que me ayude en la tarea de acercamiento a mi invitado de este sábado, acepta muy gustoso y me cuenta que Jesús está a punto de editar un libro, “Mejor prevenir que curar”, y que él es el responsable del prólogo; “por tanto aprovecho la ocasión y te hago un adelanto”, me dice en armoniosa complicidad: “Jesús Sánchez Martos es “el doctorcito”. Pero no un doctorcito cualquiera, sino el nuestro, el de millones de españoles. Apareció en nuestras vidas, como dices, en plena pandemia, con su sempiterno traje azul y esas gafas de pasta que le dan un aire profesoral. Y desde el primer momento supimos que este doctorcito era el que necesitábamos. Porque la memoria nos ayuda a mitigar los recuerdos dolorosos pero venimos de una época no dura sino durísima.
No le tuvimos que dar ninguna indicación. Jesús supo conectar con los millones y millones de personas que veían Sálvame durante aquel tiempo para desconectar de una realidad lúgubre y poco esperanzadora. Con un tono didáctico y afortunadamente tendente al optimismo, nos enseñó a hacer frente a un virus que tanto dolor ha causado en nuestras vidas. Hablar con él a diario suponía ser más conscientes de lo que estaba pasando y nos enseñó a no dejarnos llevar por esos bulos que cada vez son más frecuentes en cualquier tipo de información. Jesús desmontaba teorías conspiratorias, nos quitaba miedos, reñía a algunos fabricantes por intentar cobrarnos como artículos de lujo elementos que eran de primera necesidad y empujaba a los políticos a tomar medidas dictadas por el sentido común. En definitiva: nos inspiraba confianza.
Jesús, nuestro doctorcito, también nos infundió paz durante la pandemia y sigue haciéndolo semanalmente en Sálvame. Es de lo mejor que le ha pasado al programa porque siempre que viene aprendemos algo nuevo. Se ha convertido en algo muy usual que cada uno de los que allí trabajamos le cojamos por banda cuando creemos que nos pasa algo, por pequeño que sea. Él, como tiene mucha paciencia y le gusta su oficio, nos atiende con cariño y siempre tiene la solución acertada.
Por mi parte solo puedo añadir que ojalá podamos disfrutarle muchos años en nuestro programa. Es una maravilla que alguien con su sabiduría acepte compartir todos sus conocimientos con todo el público de Sálvame, Sálvame,que le adora. Al igual que lo hacemos todos los que tenemos la suerte de trabajar con él”.
Enlazó una llamada con otra, la televisión con la radio, y llamo a Nieves Herrero, con quien comparte micrófono mi invitado de este sábado en el programa Madrid Directo, de Onda Madrid:Madrid Directo “Conozco a Jesús desde hace 20 años que empezamos a colaborar profesionalmente y con el paso del tiempo hemos ido trabando una amistad que dura hasta hoy. Es un gran comunicador, una persona muy cercana que te hace fácil lo complicado, con una enorme capacidad para explicarlo todo. Su máxima se ha hecho célebre: “Mucho trato, poco plato y mucha suela de zapato”. Y sus obsesiones son la prevención, insiste en que unas y otros cumplamos con nuestros controles y revisiones médicas periódicos, y combatir la soledad no deseada. Es un excelente compañero, siempre pendiente de los que le rodean. Siempre presente ante la menor dificultad. Es un magnífico médico de cabecera, de guardia, pero sobre todo es el mejor de los amigos”.
Dice el experto en humanización de la salud José Carlos Bermejo que “deberíamos cuidarnos bien, cuidarnos siempre. Cuidado, comprensión, acompañamiento, reconocimiento, alivio… Eso es humanizar”. Jesús mantiene por principio la medicina humanista, construido sobre muchos años de oficio, en esa idea de hablarle al enfermo, hacerle sentir que va con él, mitigar la soledad del paciente; quizá por ello, y como apuntaba Jorge Javier, se adaptó también a su programa de televisión, por esa intuición necesaria para cubrir espacios de soledad: “La elegida es muy sana -me precisa-, muy positiva para la salud. ese dedicarse tiempo a uno mismo, a los recuerdos, los pensamientos, a las reflexiones, a la autocrítica que nos ayuda mejorar, a cosas tan reconfortantes como mirar el mar, el cielo, escuchar música… La obligada es una enfermedad, la falta de comunicación es el germen de muchas patologías. Y luego está la soledad de los mayores que requieren de cuidados, de atención. La soledad es una enfermedad silenciosa y lo que hacéis en Sálvame es mucha compañía que sirve de alivio a más gente de la que creéis. Entretener es también una manera de curar. Mira, es muy raro el día que no recibo algún mensaje de algún espectador del programa para agradecer la compañía que les hacemos, o me lo dicen cuando voy por la calle, o en el supermercado, y eso me hace sentirme muy orgulloso, es la mejor recompensa”.
Recuerdo estar hace unos meses en la zona gourmet de El Corte Inglés y ver pasar a Jesús acompañado de su esposa y a unas empleadas del centro comercial señalarle sin que él las viera mientras decían: “Mírale, es el médico de la tele”. El eco persistente de la compañía.
Noah Gordon en El Médico El Médicodice que después de estudiar Medicina durante toda una vida se sabe que la angustia es parte integrante de la enfermedad y de la profesión y que hay que aprender a vivir con ella. Los médicos viven cerca de los padecimientos, incluso de la muerte; de la quiebra emocional y la desolación: “Hace ya tiempo en “El Periódico” me hicieron una entrevista y pacté con el redactor si podría poner yo el titular y me lo aceptó: “Los médicos también lloran”, porque es así. Cuando estaba en el Hospital del Niño Jesús trabajando en Oncología he visto muchas muertes infantiles que no podía entender y he llegado llorando muchas veces a mi casa. Ayer, sin ir más lejos, falleció una persona que no conocía, un hombre de 92 años, olvidado por el sistema, ingresado en un hospital; me llamaba su hija desesperada porque no la dejaban pasar a a verlo porque su padre tenía covid, hablé con el gerente del hospital para recordarle el plan de humanización y que no podía fallecer esa persona sin el cariño y la mirada de su hija y al final falleció sin ello; se me saltaban las lágrimas, no solamente con lágrimas se llora sino con el alma y sí, muchas veces los médicos lloramos cuando se nos muere un paciente, cuando le hemos tratado personalmente, cuando hemos compartido un pedazo de su vida. Muchas veces oigo decir eso de que el trabajo no puedes llevártelo a tu casa, no es el caso de la medicina, ¿cómo vas a olvidarte de un paciente que está en una situación delicada, a veces crítica? El paciente se viene conmigo, los sanitarios somos así, vivimos exigidos por nuestra vocación, esa es mi opinión”. “Seguiré llorando con la muerte porque nunca nos acostumbramos a ella por muy cerca que estemos. Una cosa es aceptarla y otra cosa es acostumbrarte. Yo claro que acepto la muerte, pero las condiciones de la muerte de algunos pacientes bajo ningún concepto, a eso no te acostumbras. Cada paciente muere de distinta manera y desde luego como hay derecho a la vida digna tiene que haber derecho a la muerte digna y esa dignidad exigía, que en el caso que antes te he referido, ese paciente de 92 años tuviese a su lado a su hija a dos metros para no contagiarse pero pudiendo despedirse de su padre”.
Jesús está hecho de medicina y de tiempo. Parece tener la seguridad en sus manos para sostener el conocimiento que convive con ese deseo de reconfortar a sus semejantes. Le ocurre, como señalaba Menéndez Pidal, que aunque lo que haga parezca pequeño lo hace como si fuera lo más importante. Y en eso anda, en vísperas del lanzamiento del libro antes mencionado: Más vale prevenir que curar. Háblame de él, por favor: “El título del libro es algo que decimos recurrentemente los que nos dedicamos a la medicina, lo deseable es evitar que algo malo pueda suceder y conocer riesgos y causas. Siempre resulta mejor trazar cortafuegos que tener que llamar a los bomberos. La salud depende de una combinación de factores biológicos y ambientales, de los sistemas sociosanitarios, de nuestro estilo de vida, de los avances de la ciencia… La medicina preventiva ha salvado muchas vidas. El objetivo principal de este libro que saldrá al mercado el próximo día 10 de marzo es contribuir a mejorar la información de la población para ayudar a prevenir todas aquellas situaciones que pueden amenazar a nuestra salud para que no tengamos que acordarnos de la salud solo cuando nos falta”.
El prólogo, como he dicho, es de Jorge Javier Vázquez, y el epílogo de uno de los mejores divulgadores sanitarios que ha tenido la comunicación, Ramón Sánchez-Ocaña.
Para cerrar la conversación de hoy busco la ayuda de un buen amigo de Jesús, el cronista de la Villa y editor de Madridiario, Constantino Mediavilla: “El profesor Sánchez Martos desayunaría huevos fritos con bacon a diario, de no ser porque es consciente que “el poco plato” le ayuda a mantener una actitud dietética saludable independientemente de que su esposa se lo impide con cariñosa vehemencia.
En el trato directo es un “animal” de la comunicación. Te engancha, persuade y convence de cosas que jamás pensaste podrías hacer o incluso dejar. Su experiencia al frente de la cátedra de Educación Sanitaria de la Complutense le ha marcado a él y a sus miles de alumnos.
El doctor Sánchez Martos es de ese tipo de amigos que sabes que nunca te dejará tirado por mucho que le falles aun poniéndoselo fácil a pesar de su mala leche congénita. Y al que puedes invitar a gastar mucha suela de zapato para charlar convencido que caminar es el mejor de los ejercicios diarios.
Sus amigos saben que a su lado es más fácil hacer realidad que “mañana será el primer día del resto de tu vida”, pero no como una frase acuñada en vitalidad constante, que también, cuanto como resorte para encarar los momentos más difíciles que puedas afrontar.
Su agenda de vida está tan repleta que su móvil no para de sonar 24 x 7 x 365 aun dejando de ser consejero de Sanidad. Humanizar la Sanidad es su asignatura pendiente, pese al esfuerzo realizado, porque ese reto es diario y sabe que nunca terminará.
Tan bromista como perfeccionista, Jesús es uno de los grandes comunicadores de este país, aunque él todavía no lo sabe. No hay formato que se le resista, sobre todo si le supone un reto mayor”.
Un vino y miles de maravedíes
En su madrileñismo militante, Jesús ha descorchado una botella de vino San Martín de Valdeiglesias, el porqué lo expone con meridiana claridad: “A mi me gusta el vino tinto y qué mejor que darle a un gallego un vino de mi tierra”, y así nos pusimos a dar sorbos mientras dábamos rienda suelta al mucho trato de la conversación acompañados por este vino de la Bodega Marañones, “30.000 maravedíes 2019”.
Llamo al equipo técnico de la bodega para que sean ellos quienes nos completen la información: “Marañones busca mostrar la singularidad del paisaje de San Martín de Valdeiglesias, es la conjunción armónica de viñedos y personas que buscan elaborar unos vinos capaces de transmitir las características y la personalidad de ambos.
Sus parcelas se ubican en parajes únicos, entre 650 y 850 metros de altitud, en la Sierra de Gredos, conformando un mosaico de viñedos de excepcional valor paisajístico y enológico dentro de la D.O. Vinos de Madrid.
Los suelos graníticos, el clima mediterráneo de vientos suaves y constantes y la conjunción de variedades autóctonas como la garnacha o el albillo real dibujan el perfil de sus vinos.
Marañones es además un lugar de encuentro y de historia, que nos enseña el recorrido de una tierra y sus gentes dedicadas durante siglos al vino, a su paisaje y al respeto a la tierra.
30.000 maravedíes es un vino de pueblo, con su origen en unos viñedos situados hasta casi los 900 metros de altura, refleja la frescura y el espíritu de San Martín de Valdeiglesias. 90% de garnacha y 10% de variedades locales
Su nombre evoca el precio que pagó don Álvaro de Luna por la compra del Señorío de San Martín de Valdeiglesias, lugar donde se asienta la bodega”.
El vino tiene profundidad y todos los aromas silvestres de un bosque. Es jugoso y muy sabroso; largo y envolvente. Estupenda compañía.
Jesús ha de irse, le llaman los últimos preparativos de su libro y una cierta urgencia por devolver un puñado de llamadas y mensajes. Le veo marcharse como el Homero de Neruda, subido a sus zapatos sigilosos caminando hacia la necesidad ajena.
Palabra de Vino.