Me ganó para siempre con un gesto de generosidad inolvidable. Lo cuento. Cenábamos en un reservado de un restaurante en la calle Orense de Madrid, preparábamos la promoción televisiva del Mundial de Sudáfrica que iba a celebrarse unos meses después. Ruth Gómez, el ángel de Compostela, me había pedido que Iker le firmara una foto para uno de los niños ingresados en la planta oncológica del Hospital Universitario de aquella ciudad.
Terminada la cena se lo propuse. Iker me indicó que le acompañara a su coche, abrió el maletero, sacó una camiseta, me pidió que le ayudara a sujetarla y se la dedicó al chaval: “Para Óscar, con cariño. Ven a verme en cuanto puedas”. Me conmovió. Con la camiseta entre las manos y lágrimas en los ojos me fui a mi casa. La camiseta llegó al día siguiente a Santiago. Ruth me dijo que provocó una felicidad infinita. El niño nunca pudo venir a Madrid a verle. Jamás olvidaré ese gesto. Soy incondicionalmente de Iker.
“Él es así. Nunca falla, está siempre dispuesto a ayudar cuando se lo pides. Es muy discreto en su ingente labor social. Un hombre bueno, muy bueno”. “Le conozco desde hace más de 20 años, en que coincidimos en Ávila en la entrega de unos Premios Guisando. Su familia es de Navalacruz y la mía de Navarrevisca, pueblos colindantes”, me apunta el doctor Ángel Martín, propietario de la Clínica Menorca.
Aquel mundial iba a ser algo muy especial para Telecinco, era la primera vez que gestionábamos uno: los partidos que disputaría España más el partido inaugural. Quien mejor lo cuenta es J.J. Santos, director de Deportes de la cadena, responsable de la expedición a Sudáfrica y la primera persona que me dijo antes de marchar que seríamos campeones del mundo. Nunca perdió la fe: “Era mi tercer mundial. Había hecho el del 82 en España, estando en prácticas; dirigí al equipo que retransmitió el 2002 en Corea para Antena 3, en el primer mundial que daba una cadena comercial y que acabó con el arbitraje dramático de Al Gandour. En este pude resarcirme. Mandamos por barco desde Inglaterra a la cafetera (acepción cariñosa de nuestra unidad móvil) dos meses y medio antes y luego la movimos por el país escoltada por un grupo de seguridad armado hasta los dientes”.
“Hubo mucha tensión desde el comienzo, por el ruido ensordecedor de las vuvucelas. Después del partido inaugural, Paolo (Vasile, consejero delegado de Mediaset España) me llamó para decirme que era imposible seguir retransmitiendo con ese ruido que lo hacía inaudible. Y aparecieron los micrófonos de bigotera. Sí, ese con el que se golpea Camacho cuando el '¡Iniesta de mi vida!'. Nuestro jefe técnico es un crack”.
“Y luego la derrota ante Suiza y la crucifixión injusta y vergonzosa a la que algunos periodistas capitaneados por González Urbaneja sometieron a nuestra compañera Sara Carbonero. Todo aquello nos generó mucha tensión, un enorme desasosiego que nos impidió disfrutar a tope lo que estábamos viviendo”.
Paco González, director de Tiempo de Juego Tiempo de Juegoen la COPE, era miembro del equipo de narración. Le llamo para que me cuente sus recuerdos de aquellos días: ”Para un aficionado al fútbol no puede haber nada más grande que ganar un mundial. Para un periodista que ame este deporte no puede haber nada más grande que tener la suerte de contarlo. Yo la tuve. No sabía qué recordaría de aquel día de hace diez años. Lo recuerdo todo. De aquel día y aquel mes: la llamada de J. J. Santos, la reunión con Paolo y contigo en su despacho... Una vez más gracias infinitas a Mediaset. Nunca lo olvidaré”.
“Recuerdo también los partidos, claro. El miedo a que Chile nos mandara a casa. La conjura antes de Portugal para poner nervioso a Cristiano (los compañeros del Madrid no le dieron bola para desconcierto del portugués). Y una frase de Iker en una comida de confraternidad en la que estaba también Camacho: Vamos a ganar este mundial; mientras tengamos a Xavi e Iniesta en forma seremos imbatibles. Por eso hay que aprovechar este mundial y la próxima Eurocopa”. Tal cual.
“Hay un antes y un después de ese mundial en el fútbol español -me dice Iker-. Un reconocimiento de España a nivel global. Fue muy emocionante. Lo recuerdo como si fuera hoy, diez años después que han pasado en suspiro”.
Prosigue: “Mira, hubo como una conjunción planetaria: un grupo de futbolistas llevábamos trabajando juntos, haciendo piña desde cuatro años atrás. Habíamos sido campeones en categorías inferiores. Habíamos ganado la Eurocopa 2008, en donde habíamos roto el maleficio de Italia en los penaltis. Creíamos que podíamos hacer algo grande en Sudáfrica”.
El exseleccionador José Antonio Camacho también estaba en el equipo de retransmisión de Telecinco: “Pasó sin que nos diésemos cuenta, era tanta la emoción que fue casi un shock. Lo vivimos con consciencia a posteriori. Después sí lo disfrutamos. Y mucho. Es algo muy difícil de explicar. Solo quien lo vivió lo sabe”. “Para mí fue muy reparador: guardaba las frustraciones del Mundial de México y el de Corea, con el atropello del arbitraje de Al Gandour. Sudáfrica supuso la culminación de un sueño”.
Y llegó la final, tal día como hoy hace diez años. “Ante una final los nervios se tocan. La concentración es plena. La presión es inmensa por la responsabilidad. En los prolegómenos eres consciente de los millones de personas que confían en que les lleves a lo más alto. Lo recuerdo de manera muy viva, pero de verdad, Manuel, es muy difícil de expresar. Hay demasiadas sensaciones y todas agolpadas en un mismo sitio”.
Ese día, Sara Carbonero, que era la responsable de la información a pie de campo, se levantó temprano y llegó pronto al estadio: “Me impresionó la cantidad de españoles que había en los aledaños del campo, recuerdo hacerme varías fotos con ellos. La ceremonia previa al España-Holanda fue de lo más emocionante, para mí fue un privilegio vivirla tan de cerca: la actuación de Shakira, la entrada de Mandela con el Soccer City aplaudiendo hasta lo ensordecedor...”. “Fue un regalo participar en la retransmisión, la emoción nos podía y eso que Camacho nos había repetido una y mil veces que el partido lo íbamos a ganar. Hicimos una porra y él la clavó. Sufrimos mucho pero al final estallamos de alegría. Sentíamos que el fútbol daba su justo premio a España, haciendo verdad lo que rezaba un mensaje de móvil muy especial que recibí minutos antes de que comenzara el partido donde ponía: 'Al final, los buenos siempre ganan”.
Aquella final tuvo dos momentos épicos: la parada de Iker a Robben y el gol de Iniesta. “La parada a Robben fue definitiva, cuantas más veces la veo más increíble me parece”, me cuenta J.J. “Me puse a temblar cuando Robben se marchaba solo hacia nuestra portería. Me quedé mudo -señala Camacho- y apareció Iker con ese despeje inverosímil. Fue fundamental. Mano, mejor dicho, pie de santo”.
Mi amigo el escritor Gustavo Martín Garzo escribió en el diario El País un artículo titulado “El portero enamorado”. Este era el párrafo referido a ese momento: “La final del campeonato fue un partido bronco, que nos tuvo al borde del infarto. Y en los últimos minutos Robben, el mejor jugador de Holanda, se quedó solo ante nuestra portería. El gol parecía cantado, pero Casillas hizo una de esas paradas que se quedan para siempre en la memoria. Y en el bar en que estábamos viendo el partido sucedió el milagro: todos se pusieron a gritar el nombre de Sara Carbonero, la guapa periodista. Solo ella podía haber inspirado en Casillas ese momento de magia suprema y permitirle parar un balón inalcanzable. Y todos nos comportábamos como si cosas así, gracias al amor, fueran posibles en el mundo”.
Minuto 116. Los corazones palpitaron, un silencio instantáneo y sobrecogedor, gol de Iniesta. El gol de todos. ¡Iniesta de mi vida! “Estaba muy tenso porque se acercaba el final. Siempre desconfío hasta que el juez de línea no va corriendo hacia el centro. En ese momento me derrumbé, me eché a llorar, la emoción me pudo y caí de rodillas sobre el césped. Sabía que íbamos a ser campeones del mundo”, me describe Iker.
Sergio Busquets ve a su capitán arrodillado en el terreno de juego, se va hacia él, se arrodilla también y se abrazan. La imagen es sublime.
Le llamo, atiende mi llamada con sorpresa y me lo cuenta de manera muy amable: “Estaba en una posición muy retrasada, me volví y vi a Iker llorando de emoción, me fui hacia él y me abracé. La proeza iba a cumplirse. La emoción nos dominaba. Ahora que me haces recordarlo te aseguro que me vuelvo a emocionar. Sellábamos algo muy grande”. “El tiempo restante fueron los 4 minutos más largos de mi vida”, remata Iker.
Y se subieron a la nube, ellos y a todos nosotros, a toda España que hizo suya la calle en un ambiente colectivo, de hermandad, de abrazos, de júbilo, “como estrenar la luz de la primera ventana”, que diría el académico Luis Mateo Díez. Éramos campeones del mundo.
Y después vino el beso. Iker besó a Sara en el transcurso de una entrevista tras el partido. Delante de las cámaras, a ojos del mundo entero, una declaración de amor universal de manera espontánea, para que nadie quedara sin saber que era “el portero enamorado”. “Hay besos que pronuncian por sí solos la sentencia del amor”, dice en un hermoso poema la Nobel de Literatura Gabriela Mistral.
Encamino la conversación hacia Lisboa, hacia aquel día de mayo del 2014, la última Champions que consiguió Iker. “Fue una temporada atípica. Ancelotti decidió que yo fuera el portero de la Copa del Rey y de la Champions. Jugué 23 ó 24 partidos. Aquel triunfo fue muy celebrado porque devolvía al Real Madrid el cetro de Europa después de 12 años. Era la Décima. Una alegría inmensa... Con aquel gol de Sergio cuando estaba casi todo perdido”.
Fue como una premonición. También un 11 de julio de un año después Iker y su familia recalaron en Oporto. “Teníamos miedo, nos dominaba la incertidumbre. Dejábamos muchas cosas atrás. El primer año nos costó adaptarnos y poco a poco fuimos encontrando amigos y haciéndonos con la ciudad. Ahora cuando lo hablamos pensamos que fue muy bueno para todos. Portugal es también un país muy afable. Espectacular. Nos ha dado mucho y le estaremos siempre muy agradecidos”. “He sido muy feliz en el Porto FC y también me siento muy querido por esta afición que es magnífica. Me reconforta haber conseguido una liga y una Supercopa de Portugal con este club”.
El año pasado la vida fue una emboscada. En mayo Iker y Sara sufrieron el desafío de la enfermedad. Han sorteado contratiempos y peleado sin tregua contra ella. Son ejemplo de superación, de resistencia. “A vivir también se aprende”, de nuevo Mateo Díez. Vivir es también descubrir el reverso de la vida, sus curvas sinuosas, inesperadas y aprender a conducirse con destreza para transitar por ellas. Soplan nuevos vientos para ellos. Siempre después de cada invierno viene la primavera. Cuenta Martín Garzo que Fernando Savater acostumbra a citar una hermosa frase de Madame Châtelet: “No es posible que hayamos nacido para ser desdichados”.
Para este encuentro Iker ha elegido un vino de su amigo Ángel Martín, el que hace con Raúl Pérez y Alfonso Carrascosa en su pueblo, en Navarrevisca (Ávila). Cuestión de proximidad con Navalacruz, el territorio de la infancia, al que con asiduidad suele acudir para desenchufarse del mundo y su ruido, para reencontrarse con los suyos, contar rincones, ver balcones abiertos, escuchar rumores de agua y mirar unas tierras que sostienen pájaros y cielos.
El vino se llama Emiliana en memoria de la madre de Ángel, y es él mismo quien me cuenta una historia muy curiosa: “Mi madre e Iker tenían una relación especial. Ella, que era muy religiosa, rezaba un rosario antes de que Iker afrontara un partido importante. Incluso en alguna ocasión Iker me lo pidió: 'Dile a tu madre que no se olvide de rezar'. Se querían mucho. Él le enviaba un mensaje de voz cada cumpleaños y venía a verla cuando se acercaba por Navalacruz”.
Emiliana, es una garnacha fresca y elegante. Un tesoro escondido a más de mil metros de altitud. La producción es muy corta, unas 10.000 botellas. Es floral, profundo, bien hecho, centrado en la calidad. Tiene inspiración borgoñona.
En el remate de la conversación, Iker me dice que “toca regresar a Madrid. Es un momento idóneo para ir planificando el futuro”. Siento en sus palabras como si en esa planificación hubiera un latido de no haberse ido nunca. Como escribió el poeta cubano José Ángel Buesa en unos versos llenos de nostalgia: “Y sabrás que no he vuelto... porque ya estaba contigo”. Palabra de vino.