Hoy era el día y no fue. Tampoco el año pasado. Ni siquiera en su fecha habitual de primavera. Esta maldita pandemia nos ha privado de la Fiesta del Vino de Quiroga, también de la del pasado año, pero no ha de impedir que hablemos de ella, que la divulguemos como si de verdad hubiera sucedido. Aquí andamos, velando tradiciones, diciéndole el cantar a quien lo quiera escuchar.
La Sierra de O Courel tiene voluntad de belleza, reposada en una sinfonía de colores y una presencia mágica del agua, el agua de los ríos que bajan desde sus alturas para volcarse en el Sil que alegra su semblante al paso por estas tierras. “Río del Sueño y del Tiempo”, que decía el poeta gallego Guerra Dacal, a quien cariñosamente llamaba Lorca “Ernesto del Sil”. Cuánta grandeza esconde este río, pocas veces un nombre tan corto, monosilábico, dijo tanto… Un río de vida.
La cuna de este paraíso, al que siempre he llamado los pilares de la tierra, es Quiroga, una población generosa y hospitalaria, de gente agradecida de lo que poseen y merecedora del infinito. Para mejor saber llamo a su alcalde, Julio Álvarez, que lo es desde el año 1987, y le señalo si es consciente de ser el primer mandatario de un sitio especial, mágico: “Soy consciente -me responde mientras sonríe- y cada día procuro aprender más de lo que sucede por aquí. Esta es una tierra de magia como bien dices, pero sobre todo de mucha historia, de mucha tradición y mucha organización político-administrativa. Hay que pensar que aquí se estableció allá por el siglo XII la Encomienda de la Orden de San Juan de Jerusalén y su poderío abarcaba hasta Portomarín, Allariz (Ourense) y Villafranca del Bierzo y eso generó un desarrollo, una cultura y una forma de vida”.
Los quirogueses son muy agradecidos por lo que tienen al lado, a mano, en su cotidianidad, y quizá sea eso lo que ha marcado su carácter particular y generoso. De esto me habla el actor Pablo Chiapella, el último pregonero que tuvo su tradicional fiesta del vino en la primavera de hace un par de años: “Tengo muy buenos recuerdos de mi estancia allí, disfruté mucho del paisaje. Ese valle es increíble, pero sobre todo lo son sus gentes, muy acogedoras y respetuosas. Me recibieron con todo el cariño del mundo. Me gustó el vino, es goloso y fácil de beber, tiene mucha vida. Me encantaron sus viñedos y flipé con sus olivos, no me los esperaba allí y dan un aceite extraordinario. La visita a Quiroga y O Courel se me quedó en el corazón. Sin duda volveré. Y no sé si recomendar la visita a todo el mundo o quedarme Quiroga solo para mí”.
Abundo de nuevo con el alcalde en esta dirección, en la definición de sus paisanos: “Yo no soy de aquí, soy de Valdeorras (Ourense), vine por motivos profesionales a cubrir mi plaza en el cuerpo de los antiguos practicantes titulares. Tomé posesión delante del alcalde y del jefe local de Sanidad, que era un médico estupendo, don Carlos, que me definió así a la gente de Quiroga: “Hay un clima que genera en los ciudadanos una forma de ser, es un clima benigno, casi mediterráneo, sin inviernos duros ni veranos bruscos; es muy tranquilo, como las gentes de por aquí, apacibles, amistosas y de fácil convivencia”. Estoy convencido que el clima y el medio ambiente determinan el carácter y por ello estoy muy de acuerdo en que la gente de Quiroga es así, sosegada y natural”.
“Aun aquí, se conocen los vecinos/ Y la vida tiene maneras muy humanas/ Y se habla de vides y de vinos…”, dicen los hermosos versos del poeta lucense Manuel María.
Tierra de abruptas montañas y valles serenos, pendientes asimétricas, paisajes frondosos, bosques repletos de vida y un concierto de colores “dormidos en el aire”, que decía Luis Cernuda. Esa gran variedad cromática, más allá del verde asociado a Galicia, aquí se complementa con el amarillo de las flores como la mimosa o el “toxo”, matices aportados por árboles frutales como el limonero, el naranjo o el cerezo propios de otras latitudes, o el color violeta del brezo, que aquí llaman “queiruga” y que da nombre al pueblo. Ante esta ampulosidad, Uxío Novoneyra, el poeta do Courel, escribió: “Lo bien poco que es un hombre…”.
Jesús Calleja, el hombre de los mil cielos y otros tantos suelos, anduvo también por aquí rodando su programa de Cuatro “Volando voy”. Le llamo para que me recuerde cómo fue su experiencia por estas tierras: “Lo que más me impresionó fue ese valle transversal, ya que lo más frecuente es que sean longitudinales. Y que teniéndolo tan cerca de mi tierra no lo conociera. Es espectacular. Yo, que conozco bien la flora y la fauna del entorno, aquí cambia por completo: los castaños son impresionantes y me maravilló la gran variedad de árboles que te encuentras. El oso ha vuelto a colonizar ese espacio que ya era suyo. Recuerdo que fuimos a rodar las albarizas, esas construcciones circulares gigantes con más de 300 años de antigüedad, que se hacían en piedra para proteger la producción de miel. Comprobar también que el regreso del oso se ha convertido en un reclamo turístico. Fue una experiencia fantástica en una tierra vecina, hermana”.
Vuelvo a la conversación con Julio, el alcalde (el 45% de O Courel pertenece a este municipio), a la mirada sobre este lugar tan bello y como todo lo natural frágil, para preguntarle de qué manera protegen su entorno los vecinos: “Pues con la propia idiosincrasia, con el orgullo y el sentimiento de pertenencia, con saber que este es su hábitat… Estamos en el valle a 260 metros de altitud, aquí hay un clima mediterráneo y sin salir del municipio, en 20 minutos (las carreteras aquí no se miden por la distancia sino por el tiempo que se tarda en recorrerlas) puedes estar a 1.600 metros, pasando por todos los climas hasta llegar a uno que bien podría ser alpino. Algo muy parecido a lo que sucede en Granada con Sierra Nevada. Pues todo esto hace que los ciudadanos sientan esto como muy suyo y se animen a proteger la tierra porque saben de su riqueza, de su singularidad”.
“Hace un par de años el Comité Ejecutivo de la UNESCO reconoció a las Montañas de O Courel como el primer Geoparque Mundial de Galicia, un claro elemento diferenciador: solo hay 15 en toda España y 161 en el mundo diseminados por 44 países -prosigue Julio-. Esta designación, en abril del 2019, casi no hemos podido disfrutarla porque en menos de un año llegaron la pandemia, el confinamiento, las restricciones de movilidad que han limitado de manera extrema el desarrollo económico, turístico y sociocultural; por tanto esperamos en los próximos meses, si la situación sanitaria lo permite, ver los resultados de esa decisión de la UNESCO y que permita disfrutar a los visitantes de este tesoro único en el Noroeste de España”.
Quiroga es también el abrazo del Sil, el plegamiento de Campodola, los glaciares de la Seara, el túnel romano de Montefurado y el Camino de Invierno, el que habían de tomar los peregrinos cuando la nieve les cortaba el paso en Pedrafita, y que aun siguen atravesando camino de Compostela y sus mil perdones.
Luís Pimentel, el poeta discreto y delicado al que adoraba Dámaso Alonso, escribió unos versos que bien podrían encajar aquí. “Quedarás deslumbrado por su luz, bajo la sombra verde el bosque… ¿Qué late ahora bajo los árboles? ¿No percibes que se ha movido el silencio?”.
Este vino viene de lejos, hasta donde alcanzan muchas memorias, de muchas generaciones y muchos antepasados. Sostenía el escritor Álvaro Cunqueiro que fueron los monjes los introductores en estas tierras, quizá porque buscaban no solo lugares para la oración y el recogimiento sino también para plantar viñas y cultivarlas e incorporar el vino a la liturgia.
Los reyes contribuyeron a la difusión de este cultivo realizando importantes donaciones a los monjes. En los documentos de la época se repite invariablemente el mandato de plantar viñas. Gracias a la documentación de la cancillería real de Ordoño II descubrimos una comunidad monástica establecida en esta tierra en el año 956, el rey manda que los monjes Carioca obedezcan al obispo de Astorga. Por lo tanto podemos tomar esta fecha, el siglo X, como la de inicio de la viticultura en el valle de Quiroga.
Julio acepta con resignación la nueva suspensión de esta fiesta tan celebrada en el pueblo. Seguimos enredados en la afectuosa charla: “Quiroga, me señala, es el territorio de la Ribeira Sacra en el que se produce un 35% de la uva de la zona, es el municipio con más hectáreas plantadas. Muchas de las grandes bodegas se han venido a plantar viñedo aquí”.
Quiroga es pues un vino que busca una identidad propia porque nada se cultiva con tanto cariño aquí como el vino, su fiesta es el evento central y seña de identidad de la villa. Este año lucirían un lujo de pregonera: Mónica Fernández, directora general del Grupo Empresarial Bambú (99 Sushi Bar), Premio Nacional de Gastronomía 2016, proclamada Mejor Sumiller del Mundo en 2017 por la Academia Internacional de Gastronomía. Una autoridad en el mundo del vino. Le llamo y me atiende con una amabilidad exquisita.
Tengo curiosidad por saber qué le llevó a dedicarse a esta profesión: “En mi casa siempre me educaron -me responde- con aquello de que si vas a hacer algo, hazlo bien, lleva el mismo trabajo y es mejor. Cuando empecé en la hostelería veía la figura del sumiller y la del jefe de sala como alguien muy preparado y eso me guio. A la vez que trabajaba estudiaba para poder conseguirlo y hacerlo cada día mejor“.
Mónica es de una discreción ejemplar y por ello también me despierta curiosidad el saber cómo vive entre tan célebres distinciones: “Este es un trabajo de grupo y de equipo. El día que me dieron los premios lo llevé fatal porque soy muy tímida, muy segura en mi trabajo pero muy reservada en mi vida cotidiana. Las distinciones las llevo con orgullo y doy gracias a toda la gente que me rodea y que me ayuda en mi trabajo. Y lo llevo con toda la discreción que puedo”.
Y la tercera de mis curiosidades me lleva a preguntarle qué queda de Quiroga, su pueblo natal, en ella: “El corazón es de Quiroga. Allí nací, me crié, mis amigos de la infancia y mi familia siguen allí. Voy todo lo que puedo”.
Las palabras de su pregón quedan aplazadas bajo el sol de este verano, envueltas en la niebla fina que asciende desde el río.
He aprovechado de su presencia, de su vinculación con la tierra, para que fuera ella quien eligiera los vinos de acompañamiento de estas conversaciones. Un blanco y un tinto: “He elegido un blanco de Atrium Vitis, una bodega de Quiroga, porque lo hacen con todo el cariño del mundo y le echan muchas horas, y cuando alguien hace algo con tanta pasión tiene que salir bien. He elegido su godello, Silius Bucce 2018, un vino parcelario que en la boca es graso y potente; que recuerda a melocotones de viña, melón, con toques cítricos y una acidez excelente. Yo creo que es lo que más se acerca y define a los godellos de Quiroga”.
Interrumpo momentáneamente la charla para localizar a la copropietaria de la bodega, Ana Gadín, que recibe mi llamada con sorpresa y la contesta con enorme afabilidad. Le pido que me cuente la historia de la bodega. “Todo comenzó con un apego, una atracción irracional de Javier, mi marido, por las viñas. En 2012 salió nuestra primera añada. En el 2017 una helada asoló nuestro viñedo y solo pudimos salvar el 10% de la producción, algunas cepas murieron y otras todavía hoy se resienten de ello. Estuvimos a punto de dejarlo todo, en ese momento la lectura del libro “Tras la viñas”, de Josep Roca e Inma Puig, fue el punto de inflexión, me hizo ser consciente del trabajo que había elegido, y gracias a esta obra me di cuenta de que estábamos aquí para algo más que hacer vino, que teníamos que seguir no solo para conseguir un resultado, sino para recorrer ese camino que cada elaborador tiene. De Silius Bucce hacemos 1.400 botellas y las rotulamos a mano una a una”.
“En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, vive una aurora sonriente”, escribió el poeta libanés Khalil Gibrán.
Mónica ha elegido como vino tinto Casa do Outeiro, mencía 2020. Los promotores son dos amigos quirogueses: Noemí Álvarez y Juan Luis Vázquez. El director de la bodega es Mauricio Lorca. Su proyecto está alojado, desde hace un par de años, en una casa de finales del siglo XV en la que a comienzos del siglo XX vivió el escritor lucense Ánxel Fole. “Es un proyecto precioso, afirma Mónica, en el que hay depositado mucho trabajo y esfuerzo y en el que ponen todo su corazón. Han ganado terreno al monte plantando uvas autóctonas. El elegido es un vino joven, que pasa 2 meses por barrica. Un vino jugoso y fresco, lo que es un mencía de verdad. Aromas de frutos rojos, monte bajo, hierbas aromáticas.
En ambos casos, de verdad merecen la pena este tipo de vinos”.
Me despido muy agradecido de Mónica, Pablo y Jesús, también del alcalde, al que le sugiero que ya que en el 2020 y 21 no se pudo celebrar la fiesta en su lado lúdico, que tome en consideración la propuesta de hacerla en dos ocasiones el año próximo: en su cita habitual de primavera y en el otoño, al final de la vendimia. Ahí lo dejo…
Terminada la videollamada añoro el aire quieto de esa lejanía serena y hermosa con un repertorio de nombres a cada cual más sonoro: Sil, Soldón, Lor, Selmo, Courel, Seara, Bendilló, Seoane, Folgoso, Esmorille, Rugando, Monte Furado, Augamestas o Quiroga… Todos van en mi memoria y en mi corazón, como decía la escritora estadounidense Clarissa Pinkola, “como un bosque plegado que llevo conmigo”.
Palabra de vino.