“Ya se ven las luces de Haro”, exclamaban los viajeros entusiasmados a su llegada a la ciudad que inauguró la luz eléctrica hace 130 años. El asombro de la noche.
Haro viene de faro, el que había en la desembocadura del río Tirón sobre el Ebro, una parte que era navegable en donde hoy se asienta la iglesia de Santo Tomás, que por su altitud se puede ver desde diferentes puntos de la ciudad.
Estoy en La Rioja, uno de los lugares en donde más me gusta perderme y prenderme, una tierra orgullosa de su pasado, de su presente y que mira desafiante hacia el futuro.
Estoy en Haro, en el Barrio de la Estación y su pequeño trazado urbano de edificios centenarios y modernos que rodean el trayecto ferroviario. La mayor concentración de bodegas centenarias del mundo. El vino es su seña de identidad.
Estoy con María Urrutia, consejera y directora de marketing de las Bodegas CVNE, las únicas que yendo camino del siglo y medio de vida siguen en manos de la familia fundadora.
María se incorporó hace 18 años a la estructura empresarial de la bodega y le pregunto cuándo pensó que le llegaría ese momento: “Mi familia siempre ha estado metida en el mundo del vino, pertenezco a una bodega. Desde 1879 mis tatarabuelos emprendieron este camino, crearon lo que hoy en día es CVNE. He vivido por tanto rodeada de vino desde siempre, pero he de confesarte que en mi época de estudiante yo no pensaba dedicarme a esto, fue algo circunstancial: terminé de estudiar, me puse a trabajar y por circunstancias de la vida hubo que provocar un cambio generacional en la familia. Mi tío Luis Vallejo, que era el presidente de CVNE, por razones de salud decidió retirarse y mi padre le cedió el testigo a mi hermano Víctor y propició el cambio. Mi hermano me llamó para que le acompañara en este viaje, yo estaba trabajando en Londres, me vine creyendo que iba a ser algo temporal y aquí andamos desde el año 2003”.
Seguir la tradición familiar es, como decía el poeta gallego Lorenzo Varela, “escribir sobre nuestras vidas”. María lleva sobre sí el peso de una historia de más de 140 años de tradición bodeguera en La Rioja que viene desde sus tatarabuelos. Todo comenzó cuando los hermanos Eusebio y Raimundo Real de Asúa se trasladaron a Haro por motivos de salud y ese viaje derivó en la creación de la Compañía Vinícola del Norte de España en 1879. Es inevitable preguntarle cómo se lleva el peso de todo este tiempo: “Es una carga que lleva implícita una gran responsabilidad y es un gran honor. Y quizá esperar que la próxima generación, la sexta a la que pasarle el testigo, conserve la tradición y el prestigio de CVNE”.
Alejandro Echevarría, el presidente de Mediaset España, es también consejero del grupo CVNE; responde a mi llamada desde su Bilbao natal para hablarme de María y de su bodega: “María representa la savia nueva, la continuidad generacional, la prolongación de la estirpe. Es una gran profesional”.
“Lo bueno de CVNE es que está en manos de la 5ª generación y esto a la hora de gestionar le aporta un plus especial que se proyecta en la naturalidad y en la forma de ser de sus vinos. Es el reflejo del cariño, la experiencia y la responsabilidad”.
“Por amor nací de la tierra / Por amor soy lo que soy / Por amor canto mi canto”, cantan los versos del poeta gallego Darío Xohán Cabana.
CVNE es un grupo histórico en La Rioja, con tres bodegas muy arraigadas en el territorio: la originaria en el Barrio de la Estación de Haro; Viña Real en Laguardia, inaugurada en el 2004, y Viñedos del Contino en Laserna, en La Rioja Alavesa. Pero sin ilusión todo es nada y por ello los Urrutia decidieron expandirse a la manera del poeta Rimbaud con “un mirar sin orillas”, y fueron incorporando en estos últimos años otros vinos de otros ámbitos: Galir, en Valdeorras; Rober Goulart, en Sant Esteve Sesrovires, y Bela en Villalba de Duero, un homenaje a su bisabuela.
“El objetivo de CVNE cuando nació, me cuenta María, fue elaborar un gran vino, esa era su esencia. A este objetivo hemos añadido el de que se conociera en todos los lugares del mundo (están presentes en más de 90 países). Luego hemos ido viendo otros lugares donde se elaboraban grandes vinos, sitios con raíz y tradición que nos proporcionaran la oportunidad de expandirnos, de acrecentar nuestra inquietud de crecer más allá de nuestros territorio. Siempre perdurando nuestra marca. Así llegamos, como bien has señalado, a Valdeorras, a la Ribera del Duero y a Cataluña buscando suelos, historia, otros paisajes, otros terrenos con viñedos tradicionales donde poder llevar nuestro conocimiento para seguir elaborando con finura y elegancia distintos vinos”.
Un retablo de laboriosidad extendido. Un código morse con el que ir conectando diferentes geografías. Como escribió Emily Dickinson: “El cielo es todo aquello que se puede alcanzar”. Pues eso.
En Haro hay un barrio de vinos sin distancias que es también un precioso refugio, un compendio de sensaciones, un lugar de la memoria. El tiempo se detiene para contemplar este espacio de edificios centenarios llenos de simbolismo, la mayor concentración de bodegas de esta edad en torno a un eje central y común: el ferrocarril.
Desde el 2015, en este célebre barrio jarrero se celebra una cita ineludible para los aficionados al vino: la Cata del Barrio de la Estación. Llamo a Agustín Santolaya, director general de las Bodegas Roda y presidente de la última edición de este evento, celebrado en el 2018, y que ha pasado el testigo a María Urrutia: “La Cata del Barrio de la Estación nos ha ayudado a mirar hacia la vecindad más próxima para aunar nuestras miradas y ver mucho más lejos. En Roda tuvimos la suerte de asumir una presidencia “rodada” después de la fundacional de La Rioja Alta y la de Gómez Cruzado. Pero a María Urrutia, que cogió el relevo de la presidencia en nombre de CVNE, le ha tocado bregar en un mar de tempestades. Ha tenido que suspender la Cata del Barrio en 2020 y 2021 a causa del COVID, pero su mano firme y su experiencia generacional en el mundo bodeguero auguran el renacimiento de la Cata en el 2022. Quedan muchos retos por superar a la Agrupación de Bodegas del Barrio, pero el futuro es enorme y muestra los caminos que se abren con la fuerza de la colaboración entre empresas competidoras e incluso vecinas. Nosotros tenemos el éxito asegurado con María de capitana”.
Retomo la conversación con mi invitada y le recuerdo que el año pasado nos encontrábamos en el restaurante Ovillo, de Madrid, en donde se ofició la presentación del evento, y mira dónde estamos, le digo: “Sí, ¿te acuerdas? La presentamos en enero y no nos podíamos imaginar la que se nos venía encima. Nos ha dado mucha pena no poder celebrar este gran evento con tanto arraigo entre los aficionados al vino. Para La Rioja es un gran día, una gran cita, la gran fiesta vinícola del año, pero la vida nos ha hecho entender que hay que aceptar las cosas cuando vienen mal dadas, que hay que saber esperar”.
“Ver el Barrio tan desierto durante todo este tiempo daba mucha tristeza. Ahora observamos que poco a poco se va recuperando la asistencia y da gusto ver que la gente va viniendo poco a poco a vernos. Hay ganas de que llegue la convocatoria del 2022, ¡por favor!”.
Estamos en el corazón de La Rioja, ante la hermosa contemplación de un viñedo que tiembla a ras de suelo componiendo un mar de verdes infinitos, que vive en perfecta comunión con la tierra y tiene nombre, parece el verdadero diálogo del mundo. Las parras están esplendorosas y anuncian felicidades futuras. En el ADN de mi interlocutora figura esta tierra, le pido que me hable de ella: “De La Rioja me maravilla su escenografía, por un lado la Sierra Cantabria, los Montes de Toloño, que aparecen cada día ante la ventana de mi despacho. Este es un territorio de policromías, de una luz especial, de paisajes cambiantes en función de la temporalidad… Y luego están esos pueblos medievales, ese alfombrado de viñas… Un lugar único. Tierra de diversidad”.
Los espacios riojanos del grupo tienen por denominador común la elegancia: en la bodega principal, su aldea del vino, la sala de barricas diseñada por Eiffel o los calados subterráneos en donde se guarda la memoria. En lo alto del Cerro de la Mesa está Viña Real, puro vanguardismo horadado en la roca, obra del arquitecto francés Philippe Maziéres, inaugurada en el 2004. Viñedos del Contino, fundada en 1973, tiene el aroma de un chateau francés y donde se elaboran vinos provenientes de una finca abrazada por un meandro del Ebro en Laserna.
Los tres espacios son un catálogo del buen gusto, la invención de la armonía. Derivo hacia ahí la conversación, hacia la gestión de la elegancia, del orgullo de pertenencia: “A mí, Manuel, me gusta contarlo pero sobre todo me encanta que vengan a vernos, que la gente pueda disfrutar de esos espacios que tienen capacidad de sorprender. Contino, por ejemplo, es un lugar enormemente acogedor, es un jardín de paz. Nuestra prioridad es cuidar de estos lugares, que no se pierdan y que sigan perdurando en el tiempo con el esplendor de su belleza. Nos apasiona mostrarlos porque viéndolos los descubres y te llenan, porque las palabras se quedan escasas ante la magnitud”.
Decía Simone de Beauvoir que la belleza es más difícil de explicar que la felicidad. Hay en estas bodegas una acústica de la naturaleza que deja sentir la antigüedad de esta tierra.
María ha elegido para esta charla un gran vino: Imperial Gran Reserva 2004: “Es nuestro icono -señala-, el vino más cercano a mi corazón, siempre ha estado en mi casa. Es un vino que solo elaboramos en grandes añadas, procedente de viñedos propios que han dado la calidad exigida. Para nosotros es esencial mantener el estilo de Imperial: un vino fino, preciso, potente, que enseñe el clasicismo que representa su origen, de donde proviene, de La Rioja Alta, de unas parcelas distintas ubicadas en Villalba a 600 metros de altitud y otras de Torremontalbo a 400 metros. Suelos arcillosos, pobres, que le aportan fuerza, estructura y carácter. Es nuestro clásico, de compleja elaboración que ha marcado estos 100 años de vida (nació en 1920) y ya ves como está. Sigue siendo una gran marca, muy reconocida y más desde que Wine Spectator lo eligió en 2013 el mejor vino tinto del mundo; esto sirvió para que mucha gente fuera de España llegara a conocerlo, a apreciarlo”.
“Firme y sutilmente austero, muestra profundidad e integridad… Tiene un larga vida por delante”, dijo de él Thomas Mathews de Wine Spectator.
El arquetipo de un Gran Reserva riojano.
Nuestra conversación toma el desvío hacia los tiempos actuales y le pregunto a María cómo han vivido estos tiempos de pandemia: “Ha sido un año muy duro y más al tener que ver el sufrimiento de muchos de nuestros clientes, de ver cómo lo siguen pasando mal porque esto todavía no ha terminado. Pese a todo nosotros no hemos parado nuestros procesos y hemos tenido la suerte de que la climatología no nos ha deparado ningún desastre. Ha sido un año en el que hemos luchado mucho, comercialmente hemos tenido abiertas nuestras ventanas exteriores y la exportación nos ha ido muy bien. No hemos parado de buscar nuevos mercados, nuevos retos”.
Le pregunto también cómo se mira el futuro desde ahora:
“Difícil preverlo. Nunca nadie pensó que nos ocurriría esto. En cualquier caso somos optimistas, no hemos parado, como te he dicho, vamos a lanzar nuevos vinos al mercado dentro de poco, proyectos nuevos que llevan tiempo elaborándose”. “Ya tenemos peticiones de visitas, vemos que volveremos. Quizá cambiarán los hábitos, el vino sigue siendo un producto saludable, incluido en nuestra dieta, tenemos que hacer que vuelva a resurgir”.
El Imperial 2004 da pie a tener buenas conversaciones, a no querer parar. Esta se termina aquí a pie de tarde, el rincón tibio del día. Me despido de María y nos emplazamos para futuras veces en La Rioja y sobre todo para esa cita ineludible en el Barrio de la Estación: la Cata 2022.
La última mirada al edificio centenario me trae unos versos del poeta valenciano Francisco Brines. “Abramos la ventana, entren el calor y la noche. Y el ruido del mundo sea solo el ruido del placer”.
Palabra de Vino.