Cuando Robert Louis Stevenson llegó a los Mares del Sur, a Samoa, a la Playa de Falesá, los aborígenes se empaparon de sus narraciones, probablemente al calor de muchos fuegos, y le bautizaron con el nombre de Tusitala, el contador de historias.
Manuel Gutiérrez Aragón nació en Cantabria y llegó a Madrid para estudiar Periodismo, pero como la facultad estaba cerrada se animó a matricularse en la Escuela de Cine porque lo que él quería era también contar las historias que traía en su cabeza y que acabó proyectándolas como haces de luz sobre radiantes pantallas blancas. Así empieza nuestra conversación:
“En la Escuela de Cine me encontré con que debía empezar de cero, tenía que aprender un oficio; el oficio de escribir más o menos lo iba teniendo, pero el de cineasta estaba lleno de complejidades técnicas. Sin embargo había algo que se me daba muy bien, que era contar historias, y otra que era dirigir actores. Con esas dos muletas me fui abriendo paso en un camino durísimo, lleno de dificultades”. “A mí lo que más me gustaba era contar historias ya desde bien niño, con mis familiares y vecinos; y lo del cine era el perfecto complemento porque se contaba con personajes y actores vivos, pero para mí todo se parecía un poco, me acuerdo que Juan Antonio Bardem, cuando terminaba un guion, decía: 'Prácticamente la película está, solo falta rodarla'. Y es verdad, cuando tienes un guion muy atado y te rodeas de buenos técnicos y de buenos actores de alguna manera te hacen la película, tú lo que has de hacer es vigilar que lo hagan bien”.
En la Escuela de Cine de Madrid, y tutelados por un elenco de profesores encomiable, Manuel y sus compañeros balbuceaban para intentar hilvanar, pegar planos, que dicho así suena fácil pero no lo es. Entonces las escuelas de cine lo bueno que tenían y siguen teniendo es que todos los errores que podías y puedes cometer se quedan ahí como ese dicho recurrente. “Lo que sucede en el campo, se queda en el campo”. Pues eso.
“Cuando salí de la Escuela de Cine -prosigue Manuel- ya era director, o sea, ya me encargaron una película, eso sí, con los asedios de mis dudas y mis miedos porque el director lo pasa mal, a lo largo del rodaje tiene muchos disgustos, más que gustos”. “Cuando empecé a rodar mi primera película, 'Habla, mudita', la técnica me la sabía, lo único que ocurría entonces (estamos hablando de comienzos de los años 70) era que las condiciones de rodaje eran muy duras. En esta película José Luis López Vázquez se quejó mucho porque hacía mucho frío, había además que coger 3 coches para llegar al sitio del rodaje, era todo muy inhóspito. Así descubrí algo que no me habían enseñado en la escuela: que tenías que pastorear a un rebaño de mucha gente, unas 40 ó 50 personas y que eso era más difícil que hacer la película. Tenías un guion, una historia, pero lo complicado era mandar sobre el grupo, eso no te lo habían enseñado en la etapa docente”.
Para regresar a Cantabria, tomo prestados unos hermosos versos de José Hierro, el poeta cuyas cenizas reposan allí: “Tenía la frente perdida en las nubes más altas. Hermosa la tierra me ha dicho. Y ha vuelto el misterio. Yo me he puesto a llorar de hermosura, pegada la boca a la tierra mojada”.
Y sin abandonar el territorio llamo a mi amigo el periodista Jesús Ruíz Mantilla, amigo también de Manolo. Le hago partícipe, le convoco a la conversación: “Manuel Gutiérrez Aragón posee una inteligencia preclara y originalísima, que aúna en él el instinto que fue labrando por las cuadras de Cantabria curando animales junto a su padre veterinario, una imaginación de trazo mágico y chamán, curtida entre la bruma, la lluvia, el gris y el verde de su tierra, Cantabria y una curiosidad que le ayudó a salir de ahí en busca de su ración cosmopolita para conquistar el mundo. Mantener una conversación con él es un máster en perspicacia, una cátedra en ironía, una clase magistral de cómo se mueven los hilos sociales, políticos y culturales de este país y un placer en el que la sola mención de unos bocartes rebozados te conduce al nirvana. Tal es su inteligencia que no tardaron en cazarle para entrar en la Real Academia de Bellas Artes y en la Real Academia Española, donde se ha empeñado en vigilar la presencia de palabras bandera de su pueblo, como pindio (inclinado) o sincio (desear algo), además de vertebrar todo lo que puede aportar otro lenguaje que él domina, el cinematográfico".
"Como cineasta ha sido uno de los grandes sin ser necesariamente siempre bien comprendido porque sus películas, en cada plano, contienen cinco, seis, cien lecturas. Con sus libros ocurre lo mismo: es necesario leerlos más de una vez para buscar, disfrutar en sus reversos y ambigüedades, calculadas o no, como genio de la polisemia que es. Un maestro, mi maestro, un gurú de iniciación en los grandes asuntos de este mundo, mi gurú: no me canso de decirlo y de enorgullecerme de ello, como quien habla de un padre postizo y no por eso, menos querido”.
Conocí a Manuel en el año 87, durante la primera ceremonia de los Premios Goya, que se celebró en el Teatro Lope de Vega de Madrid. O mejor dicho, después de esa ceremonia. Yo acompañaba desde Santiago a los miembros del Grupo Milladoiro, que estaban nominados y obtuvieron el galardón a la mejor banda sonora de ese año. Manuel y yo seguimos progresando en el sentimiento de la amistad aflorando amigos comunes como José Luis Cuerda o Manolo Pérez Estremera. Para rememorar aquel ilustre momento llamo a uno de los fundadores de Milladoiro, Rodrigo Romaní, y le pido que me ayude a recordar:
“Manuel Gutiérrez Aragón nos convocó en un hotel de Lugo (no recuerdo muy bien cuál era el motivo de su presencia allí) para explicarnos su idea sobre la música que quería para 'La Mitad del Cielo'. Nos contó su concepción de la historia y me pareció muy bonita, y osada al mismo tiempo, la idea de conseguir un ambiente que se apartara de la instrumentación y orquestación habituales para recrear la atmosfera del Valle del Pas, ese mágico silencio que se podía experimentar en aquella época y que sería el mismo que acompañaba a las amas de cría que las familias pudientes madrileñas traían desde Cantabria. Nos encontramos con un creativo que sabía muy bien lo que quería y lo describía perfectamente. Recuerdo particularmente lo que dijo para una escena de la película: “…a ver si me podéis hacer aquí dos minutos de nada…”, y nos explicaba que la música de su película se tenía que notar cuando no estaba, en lugar de reclamar la atención del espectador. Esa banda sonora se convirtió en el primer Goya de la historia de los premios de la Academia”.
El título de esta película tiene su raíz en un pensamiento de Confucio que intentando dignificar el papel de la mujer en su sociedad decía que las mujeres eran la mitad del cielo. En un principio la película iba a titularse 'Olvido y Rosa'. Manolo lo explica a la perfección: “En la China revolucionaria tenían que acudir a los clásicos para reforzar el papel de la mujer en el plano social ya que antiguamente cuando los chinos tenían hijas y no hijos, en ocasiones, las tiraban al río. Por ello resucitaron la máxima de Confucio en la que afirmaba que el cielo estaba poblado de personas y la mitad de ellas eran mujeres, y de ahí hice una historia sobre una mujer que venía del norte, de Cantabria, y en Madrid se tenía que ir abriendo paso con su propio esfuerzo en una época anterior al feminismo. Esta es la historia de Rosa, una mujer valerosa, luchadora en un mundo dominado por hombres”.
Fue galardonada con la Concha de Oro a la mejor película y actriz (Ángela Molina) en el Festival de Cine de San Sebastián y estaba también entre las candidatas a la mejor película en los referidos Goya.
'Furtivos', de José Luis Borau, era una metáfora, una especie de fábula sobre la clandestinidad en el franquismo amparada en el furtivismo de sus personajes, un símbolo de la libertad de expresión en el final de la dictadura. La película la iba a hacer Manuel, que escribió el guion. “Cuando salí de la escuela había que ofrecer una historia a los productores y Borau, que había sido mi profesor y que venía de hacer “Hay que matar a B.”, que le había costado mucho hacerla y no había ido todo lo bien que esperaba, tenía mucha prisa por poder rodar otra película de manera inmediata; por ello le vendí la historia de 'Furtivos'. Pero como tú bien dices empecé a ganarme la vida como guionista y desde entonces no me importaba vender las historias porque siempre pensaba que ya se me ocurriría otra”.
Hay una fértil relación entre la literatura y el cine, diríase que inagotable entre lo que va del papel a la pantalla. El director Stanley Kubrik dijo que “si puede ser pensado, puede ser filmado” y la escritora y periodista Leila Guerreiro: “Probablemente nada enseñe a escribir tanto y tan bien como las películas”.
“El cine en sus primeros tiempos, me explica Manuel, dudaba entre contar historias o hacer un espectáculo de ilusionismo, un espectáculo visual, como la música; y cuando descubrió que lo que le iba bien era contar historias bebió de la literatura. El maridaje empezó muy pronto porque los padres del cine Grifftith y compañía, de donde sacaron sus historias fue de Dickens y descubrieron que lo mejor les iba comercialmente era el melodrama. Eso ha durado hasta hoy, hasta esta mañana".
"El cine descubrió que lo mejor era contar emociones que tuvieran atractivo, sorpresa y eso lo sacaron de la literatura y por ello el cine se quedó con los grandes clásicos como Dickens, Galdós... La estructura de un guion sigue siendo esa, o sea que nacieron a la vez, igual que nacieron el cine y la música, no es que la música la añadieran, es que se la inventaron, el invento mismo del cine se hizo con música, la literatura y la música acompañaron al cine desde la cuna. En mi caso, como en el de otros, el que haya una historia previa, una novela, es una ayuda. En Europa fue más complicado generalmente porque se adaptaron novelas de éxito o clásicos, pero en Estados Unidos el 90% de las películas tienen un origen literario, allí sus novelas no suelen ser tan conocidas, no suelen acudir tanto a los clásicos y tampoco tienen ese sentido reverencial de la adaptación. La palabra adaptación es un poco peyorativa, pero que haya un origen literario en el cine es normal, lo que ya es más difícil es adaptar una gran novela por el miedo a quedarte corto".
"Yo dudé mucho antes de adaptar 'El Quijote', pensaba que era un lío, que tenía muchos problemas, luego tuvo 7 millones de espectadores, pero previamente todo el mundo me advertía de que aquello no iba a funcionar, muchos me decían que cómo había elegido a Fernando Rey, que si era muy soso, un hidalgo aburrido, que no tenía chispa cómica... Pues sí la tuvo. Descubrí que 'El Quijote' es una novela que sigue siendo moderna porque Cervantes más que escribir una novela encontró unos grandes personajes desde el principio, porque el personaje de Don Quijote es muy visual, muy teatral, y ponerle al lado a Sancho fue un hallazgo visual de la literatura dramática. Su éxito lo fue de sus personajes, que eran muy chocantes, muy atractivos, siempre lo comparo con Chaplin, que lo que retenemos es su personaje, o sea que hay grandes inventos que vienen de muy atrás. Cuando se inventó Caperucita Roja se inventó una figura visual: una niña que iba por el bosque con una capa escarlata. La literatura está llena de inventos visuales y con Cervantes reparé que lo que se podía llevar a la pantalla eran los personajes. Cervantes era un buen guionista “avant la lettre”.
“Sea lo que sea de lo que están hechas nuestras almas, la tuya y la mía son las mismas”, escribió Emily Bronte.
Hace más de una década Manuel hizo su última película, 'Todos estamos invitados', y poco tiempo después anunció su retirada del cine. Con mucha socarronería nos dijo a Paolo Vasile y a mí que más allá de chico quiere a chica y viceversa y sus padres no están de acuerdo no se le ocurría mucho más. Era su manera muy cachonda para despedirse del cine. Hoy saco el tema para que lo explique más allá de esa graciosa anécdota. “Las condiciones han cambiado mucho, el cine hay que hacerlo más deprisa, depender de muchos más factores externos, antes ibas directamente a un productor, yo tuve la suerte de tener muy buenos productores pero es verdad que encontrar esa complicidad es más difícil. Debo decirte que cuando hice 'Todos estamos invitados' la complicidad la encontré en Paolo y creo que esa complicidad entre productor y director es fundamental para la vida de una película. Los grandes productores impulsaron el cine, es inimaginable que existiera 'Lo que el viento se llevó' sin David O`Zelnick. Y ahora es más difícil, yo creo que no conseguiría hacer la película que quiero”.
Llamo a Álvaro Augustín, director general de Telecinco Cinema, productora de la última cinta de Manolo, para precisar con él el origen de aquel proyecto: “En la primavera del año 2006, Enrique Cerezo nos vino a presentar un proyecto cinematográfico que quería que produjésemos conjuntamente. Se trataba de 'Todos estamos invitados', un largometraje de Manuel Gutiérrez Aragón con una temática delicada: la difícil situación social del País Vasco y en especial de los amenazados por la banda terrorista ETA. Recuerdo que en aquella comida el director nos relataba con detalle el horror que supone vivir bajo amenaza y el dolor que produce saber que tus compañeros de trabajo, tus amigos o tus vecinos miran para otro lado cuando conocen tu problema. La dureza de aquel relato la plasmó con maestría en la secuencia en la que Jose Coronado, que interpretaba a un profesor de universidad, llega a una Sociedad Gastronómica para cenar con su cuadrilla. En aquella secuencia, se podía sentir esa indiferencia ante la barbarie de la que nos hablaba Manuel. Considero 'Todos estamos invitados' una película oportuna. Se habían hecho películas sobre ETA, pero había que dar voz a los amenazados, al sufrimiento que supone sentirte rechazado por el mero hecho de expresar tus opiniones. Fue la última película de Manuel Gutierrez Aragón. Sé que ahora está dedicado en cuerpo y alma a la literatura, pero me encantaría volver a verle detrás de una cámara de cine”.
Tras su larga y exitosa carretera cinematográfica, Manolo se volcó en otra de sus vocaciones: la literatura, y publicó en el 2009 una espléndida novela, 'La vida antes de marzo' (Editorial Anagrama), con la que ganó el Premio Herralde de novela de ese año. Es curioso que su última película y su primera novela tuvieran como eje central de su trama el terrorismo y por ahí continúa nuestra charla: “Echo de menos el cine a pesar de la serenidad de la literatura. El cine tiene una cosa existencialmente única que es crear rodeado de personas y sobre todo tener que trabajar con seres vivos, pero sí es verdad que la literatura no tiene fronteras y no tiene presupuestos”. “Hay una cosa curiosa y contradictoria, como bien has señalado, mis trabajos de 'Todos estamos invitados' y 'La vida antes de marzo' tienen como denominador común el terrorismo y a mí no me gustan las historias de terrorismo, sin embargo uno siempre cree tener la obligación moral de dar testimonio de lo que ha pasado en su mundo y tampoco cabe la menor duda de que el mal tiene su fascinación”.
Damos un salto en el tiempo para hablar de su quinta y última novela, 'Rodaje' (Anagrama, 2021), cuya acción transcurre en seis días de abril del año 1963. Su protagonista es Pelayo Pelayo, un joven titulado por la Escuela de Cine. La pregunta viene de suyo: ¿Qué hay de ti en Pelayo, eres tú? Manolo sonríe relajado, atravesado por esa luz matinal que cala en la mañana de Madrid, y me responde: “Todas las cosas que le pasan a Pelayo me ocurrieron a mí, son testimonios de primera mano. Estuve en el rodaje de 'El Verdugo', iba a a casa de Bardem a conspirar, pateaba las calles, iba a aquellos cafés, a aquellos restaurantes, salía con aquellas chicas... Todo lo que se cuenta en esta novela son vivencias personales pero al mismo tiempo no soy yo, yo empecé en el cine unos diez años más tarde. En realidad, como sabrás, en todas las novelas hay una chispa que prende el fuego de la narración, aquí fue que recordé que en la misma semana en la que luchábamos por salvarle la vida a Julián Grimau (condenado a muerte por el régimen franquista), en esa misma semana Berlanga rodaba 'El Verdugo', un alegato contra la pena de muerte”.
Escribió Benedetti: “Y así y todo el azar”.
¿Y cómo eran aquellos balbuceantes sesenta?
“Había dos cosas que se estaban superponiendo: por un lado la España de la miseria, la de la resaca de la posguerra, por otro también había empezado ya el desarrollismo y una cosa fundamental: habían llegado los americanos a las bases y al cine. Ya estaban por aquí Nicholas Ray, Anthony Mann; Ava Gardner era un personaje de la noche madrileña en donde confluían esas dos versiones de España. Yo digo siempre que en aquella época los días eran grises y las noches en technicolor”.
Sardón de Duero ofrece uno de los cielos más espectaculares de nuestra geografía, que cubre un paisaje de relieves suaves y viñedos que aguardan el compás de la vendimia. Visible desde la carretera se yergue la Abadía de Retuerta, que cobija algo más que una bodega: un hotel precioso, de un refinamiento espectacular, un restaurante con estrella Michelin y dos soles Repsol, con la gastronomía impecable de Marc Segarra y, cómo no, la bodega, Abadía Retuerta. De aquí viene el vino elegido por Manuel, Selección Especial 2016, “un vino diferente con marcada presencia, además de la tempranillo, de la cabernet sauvignon de la que soy devoto, me dice”.
Llamo a Enrique Valero, el director general, un derroche de amabilidad en la atención. Es él quien nos lo cuenta: “Es nuestro vino conocido mundialmente, producido a partir de las mejores uvas de cada uno de nuestros pagos, una combinación de riqueza del tempranillo, la intensidad del syrah y la elegancia del cabernet sauvignon.
Este vino ha recibido múltiples premios a lo largo de nuestra historia. Expresa la personalidad de nuestro terruño a orillas del Duero, es hijo de su paisaje. Es un vino muy equilibrado, armónico, de una increíble expresividad”.
La añada del 2016 me encanta, le digo a Manolo, se caracteriza por su madurez, por la suavidad de frutos rojos con la madera muy bien ensamblada. Fino, elegante, tiene mucha vida por delante. Una hermosa compañía para esta charla.
Nos despedimos. Nos emplazamos para citas posteriores, para sobremesas madrileñas, o de noches agosteñas acunadas por brisas de Arousa. Es un placer encontrarse siempre con Manolo y más después de esta larga ausencia impuesta por la situación sanitaria. Me voy remedando aquello que Rulfo escribió en su 'Pedro Páramo': “He venido a escucharte porque tú me comprendes”.