Scherezade vino de lejos contando sus mil y una historias que mucha gente, todos, han querido escuchar. Contar para que la vida siga sucediendo de manera distinta. Crear un lugar donde puedan escucharse las voces del mundo. A Gustavo Martín Garzo le persigue la literatura como la Tierra persigue al Sol, de manera obstinada; como el tiempo atraviesa la vida, de manera imparable. No recuerda que hubiera pensado ser escritor en su infancia, serlo no fue una decisión consciente.
“Me gustaba leer -comienza a contarme- y luego me gustaba escribir por imitar a los autores que me gustaban, sobre todo poemas y otras historias. Era algo que hacía sin pensar en que eso fuera una actividad que pudiera dar un sentido a mi vida. Hubo un momento en el que me puse a escribir un relato que empezó a crecer y se convirtió en un proyecto con el que estuve 8 años, y ahí fue cuando me transformé en un escritor en el sentido de que me lo tomaba con una seriedad casi religiosa, de forma que me ponía todos los días a escribir, sacaba tiempo, el tiempo que fuera, varias horas, un día tras otro iba añadiendo páginas a ese libro que se convertía en algo interminable y que finalmente no pude manejar porque me perdí completamente en él. De ese manuscrito salió mi primera novela, en la que había una parte que se podía desgajar del resto porque tenía una cierta autonomía. Era una carta que un hombre escribía contando una extraña historia que le había sucedido. Conseguí publicarla en una editorial pequeña, local, y a partir de ese momento la gente empezó a tratarme como si fuese un escritor, que era algo que yo no había soñado nunca, me he encontrado siéndolo”.
“Ni el futuro, ni el pasado nos pertenecen”, decía Antonio Machado.
A veces se diría que estamos hechos de libros, que somos el producto de aquellos que hemos leído, que “leemos libros para saber que no estamos solos”, como decía C. S. Lewis (Anthony Hopkins) en la película “Tierras de penumbra”. Incluso hay libros que acaban imponiéndose a sus lectores de manera irrevocable y pasan a formar parte de su piel y de su alma. Todo está en los libros.
Gustavo es un lector inveterado y aconseja siempre a quien quiera escribir que es preciso leer sin tregua: “Cuando voy a un taller literario les digo que quien quiera dedicarse a escribir es esencial que se entregue a la lectura de todo lo que caiga en sus manos, que se abran a ese mundo porque es ahí donde se encuentra el propio camino y aprenderán a descubrir lo que quieren hacer y en qué territorio moverse. La escritura es una prolongación de la lectura. Escribir un libro es como leer uno que todavía no existe. De pronto empiezas a dar vueltas en la cabeza a una historia que de repente ejerce un poder extraño sobre ti y acapara tu atención y surge el deseo de escribirla como una manera de dar forma a un libro que todavía no existe pero que tú quieres leer, y si lo quieres leer es porque no lo has encontrado en tu biblioteca, ya que de estar no necesitarías escribirlo. Es un libro que te falta".
“Para fugarse de la tierra un libro es el mejor bajel”, escribió Emily Dickinson.
Su guarida son sus libros y su escritura, ese espacio hogareño en el que se recluye para descifrar el mundo. Me cuenta Gustavo que nunca parte de una idea exacta cuando se pone a contar sino que lo que quiere hacer lo va descubriendo a medida que va escribiendo, quizá porque, como él dice, “escribir es pedir. Cada palabra, cada frase es una súplica”.
-¿Qué sucede cuando empiezas un nuevo trabajo?
“Hay siempre un punto de partida, me responde, es como una llamada a la que siento la necesidad de responder que me va llevando a internarme por senderos, por caminos que muchas veces no sé bien dónde me llevarán pero que necesito recorrer. Escribir es despertar cosas que están dormidas, que hay en ti y que no sabes que están ahí, la escritura te permite hacerlas aparecer, darles vida. Son cosas que están como latentes y pasan de ese estado de latencia a un plano de realidad, eso es escribir, es despertar, por eso soy tan aficionado a los cuentos, y un cuento que me fascina, a pesar de que ahora todos se meten con él, es 'La Bella Durmiente', porque en el fondo es eso, más allá de que muchas posturas radicales digan que es un cuento inadmisible porque representa la pasividad de la mujer, yo creo que lo dicen porque no lo entienden realmente, porque los cuentos no se pueden analizar literalmente, tienen un valor simbólico y 'La Bella Durmiente' representa nuestra vida dormida. Un sicoanalista diría que es nuestro inconsciente, todo aquello que está en nosotros esperando despertar, esa vida no vivida que hay en cada uno, una vida desconocida. Por eso la escritura es despertar esa vida dormida, abrirse a ese mundo que duerme”.
Hay una pregunta que le han hecho repetidas veces: ¿En qué libro te gustaría vivir? Y siempre responde que su morada preferida es la de “Las mil y una noches”, ese libro de libros que se nutre de la fantasía, la belleza, el dolor, la locura, lo inimaginable.
Ese contar para ganar un día más de vida, para seguir contemplando todo aquello que nos rodea.
Desde que publicó su primer libro y desde que ganó el Premio Nacional de Narrativa con “El lenguaje de las fuentes”, parece que hubiera una Scherezade rondando por Valladolid y susurrándole historias de manera incansable, pero también hay muchos otros autores que le convocan a la escritura y a la vida: “Te hablo desde el cuarto en el que escribo, que tiene todas las paredes cubiertas de libros que si los conservo es porque son muy valiosos para mí, porque se han ido reuniendo a lo largo de mi vida. Así es que cuando tengo que citar a los autores que me gustan pues diría que depende del momento en el que me pregunten, y luego lamento no haber citado a otros tantos que me pueden interesar. Por ejemplo ahora delante de mí tengo unas estanterías en las que están algunos de los escritores más queridos: toda la literatura anglosajona y sobre todo la sureña estadounidense, aquella generación de escritores como Faulkner, Scott Fitzgerald, Carson McCullers, Eudora Welty, Katherine Ann Porter, la maravilla que hay en sus obras, esos personajes maravillosos, esa intensidad literaria”.
“Yo necesito un realismo con agujeros, historias que aunque puedan partir de la realidad se comuniquen de manera misteriosa con ese fondo que hay allí, con ese mundo de las sombras, ese mundo de pasadizos de lo oculto que está representadísimo en esas novelas preciosas en las que siempre hay una habitación prohibida, oculta, como en el cuento de Barba Azul, el Fantasma de la Ópera o Jane Eyre. Todo eso, ese adentrarse en el mundo de lo prohibido, de lo desconocido, entrar en los cuentos cerrados, eso es para mí la visión de la literatura, no decirnos lo que ya sabemos, llevarnos por lo desconocido, abrirnos a lo que desconocemos”.
En estas mismas páginas, Manuel Rivas me contó que nadie debiera irse nunca sin comer, sin beber y sin escuchar un cuento. Le llamo para decirle que estoy escribiendo un 'Palabra de Vino' de Gustavo, sonríe, se alegra y me dice que en esta conversación disfrutaré mucho. Me habla de mi invitado: “¿Qué es lo que hace de verdad singular al ser humano? Hay gente que busca respuestas grandilocuentes, que suelen ser insatisfactorias y frustrantes. Gustavo Martín Garzo lleva tiempo compartiendo el secreto: el ser humano nació para contar cuentos. Nada hay más protector. Los pueblos sin cuentos se mueren de frío y miedo. El mundo, sin cuentos, es un maldito sitio triste. Gustavo Martín Garzo es el Merlín de nuestro tiempo. Nada de escapismo. La imaginación fermenta la realidad. La fantasía es la inteligencia de la luz. La mejor lógica es la del asombro. Y el primer derecho humano es el derecho a soñar. Todo eso está en el generoso tesoro que custodia Gustavo Martín Garzo”.
“Aquel jardín era mi reino, donde podía hacer y decir lo que yo quisiera”, le dijo el escritor Julio Cortázar a Joaquín Soler Serrano en el programa de televisión “A fondo”. Así se refería el escritor argentino a ese tiempo de la infancia, del asombro, del despertar de la vida, es el territorio de fantasía y de ensoñación, de la fragilidad. Gustavo ganó también el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por su libro “Tres cuentos de hadas”: “La infancia es la que nutre claramente al escritor. Tengo la convicción de que ese niño que fuimos entonces es una criatura perdida que no hay manera de entrar en contacto con ella. No sabemos nada del niño que fuimos, lo hemos perdido en el tiempo o no sé dónde. Ha caído un telón y no hay posibilidad de entrar en contacto con él. La infancia pasa y es irrecuperable, lo que pasa es que queda aquello que decía Cernuda, “La memoria de un olvido”. Tú sabes que allí pasaron cosas que fueron esenciales para ti y de alguna manera quieres acercarte a ellas. El niño es como un médium de la realidad, es decir, te pone en contacto con la fantasía. Los niños son como Alicia, se cuelan por cualquier lugar y te llevan por esos agujeros de los que te hablaba antes como hace Alicia por el hueco del árbol, y aparecen en nuestro mundo. Ver el mundo como posibilidad, esa es la clave de todo. Todo es posible".
"A medida que crecemos renunciamos a parcelas del mundo y entonces nos damos cuenta que caemos presos de nuestra propia razón, de cosas que en nuestra vida ya no serán posibles nunca. Es como una sucesión de renuncias. El niño no es así, siempre espera el prodigio, lo inesperado, lo maravilloso. Esa espera es propia de la infancia, lo decía Chesterton, que en los cuentos aparecen las manzanas luminosas, ríos que hablan, árboles que cantan, animales que hablan, esto en el fondo se corresponde su manera de ver el mundo, con esa mirada asombrada del niño. Evidentemente cuando un niño ve por primera vez una manzana colgada de un árbol, ese fruto enorme que sale de una rama pequeña en realidad lo que ve es un objeto maravilloso. El niño vive en el asombro de ser, todo le llama la atención, todo puede suceder ante sus ojos y no es extraño que sea así y eso al crecer lo perdemos y es terrible perderlo. Uno puede celebrar lo que gana pero no lo que pierde, nadie celebra que con el paso de los años pierde su silueta, su dentadura, su pelo...".
"Por eso celebrar la pérdida de la fantasía, la desvinculación de ese mundo en el que vive el niño es un disparate absoluto, porque ese es el mundo de lo amoroso también. Es curioso, tal vez en los momentos en los que ese mundo regresa es a través del amor, los amantes son como niños, son la poesía, los locos también, viajan a un lugar y no saben volver, es el poeta el que llega a esa misma isla a la que ha llegado el loco pero él sí encuentra la manera de volver y en ese regreso te cuenta lo que ha descubierto allí. Los niños se mueven con una realidad pasmosa entre la realidad y la fantasía”.
El cine, le dijo Hitchcock a Truffaut, es el arte de crear emociones, tengo para mí que en el cine hay un atlas de todos los cuentos, de esos mensajes que a veces buscamos en el fondo y están en la superficie; mantiene intacta su capacidad de contar, de generar historias mordaces, románticas, realistas, soñadoras, tristes, felices, desgarradoras, inquietantes...
“El cine es mi pasión absoluta -me cuenta Gustavo-, en el fondo si me encanta es porque tiene esa condición de ensueño, Freud llamaba a los ensueños “los sueños del despierto”, a esas fantasías que no sabemos de dónde vienen, que a veces nos asaltan cuando estamos dormidos, son como relatos que sin darnos cuenta nos estamos contando a nosotros mismos. El cine tiene ese poder, antes cuando entrabas en una sala de cine lo primero que pasaba es que se apagaban las luces y se producía una desconexión con la realidad, estabas en un lugar extraño, distinto, en una de esas habitaciones de las que antes hablábamos y allí se encendía un proyector, un haz luminoso que invadía la pantalla y la poblaba de imágenes que contaban una historia y entonces tú permanecías ese tiempo suspendido en ese encantamiento. Un lugar mágico como aquellos castillos de las novelas de caballerías donde de pronto se hacían ínsulas extrañas y pasaban cosas que no tenían nada que ver con las cosas que sucedían en los lugares habituales de tu vida. Toda nuestra generación hemos ido mucho al cine en nuestra infancia, probablemente al encuentro de un mundo que tenía mucho que ver con nuestras propias fantasías, nuestros deseos. La literatura también habla de eso, de nuestra capacidad para desear las cosas por las que nos sentimos atraídos. Ese mundo de la atracción, del encantamiento al que yo vuelvo una y otra vez que es propio del mundo del relato. Las mil y una noches están llenas de historias así".
Impulsado por un sueño acariciado, intentado tantas veces, Gustavo Martín Garzo se ha puesto detrás de la cámara para rodar un cortometraje, “El Secreto” (desde ayer se puede ver en Amazon Prime Video), inspirado en un relato de Juan Eduardo Zúñiga del mismo título, un escritor al que ha admirado mucho. Le pido que me hable de esta hermosa aventura: “Muchas veces me he sorprendido a mí mismo dando vueltas a historias que se perdieron en el mundo de los deseos incumplidos, en el mundo de la cosas que no existen como en “La enciclopedia de las cosas que nunca existieron”, pero de repente surgió esta oportunidad: juntar a un grupo de jóvenes amigos muy animados con este cuento de Zúñiga que habla de la relación de una mujer con un amante que la visita en secreto porque solamente ella puede verlo, y nadie más. En la historia se da esa ambigüedad de si es o no fantasía, o si el hombre ha muerto y la sigue visitando... Una historia misteriosa que me atrajo desde el primer momento por esa idea que tiene lo amoroso como vida secreta. Los amantes siempre buscan el secreto para poder vivir lo que les está pasando y que no saben lo que es, como en esas bellas canciones del alba propias de tu tierra en las que los enamorados no quieren que nunca llegue el día porque la noche es ese territorio en el que viven lo prohibido, lo inexplicable, lo que no pueden contar a nadie y por eso buscan lugares escondidos. La idea del amor como vida secreta.
Javier Hontoria, el director del Museo Patio Herreriano, comparte aficiones cinematográficas con Gustavo, juntos han organizado ciclos en la sede que dirige. Le llamo y le pido que me ayude a colorear esta parte del retrato:
"Dos imágenes de sendas manos recorriendo superficies de distintas texturas llaman mi atención al empezar este breve texto. Una mano es la de Sagra, protagonista del reciente corto filmado por Gustavo Martín Garzo, detenida ante una estructura de mimbre que entrama un objeto raro, como sobredimensionado, quizá un habitáculo o tal vez el fragmento de una construcción (¿una cúpula?). La otra es la de Marie, que acaricia el lomo del simpático Balthasar, el célebre asno de Bresson. Marie es interpretada por Anne Wiazemski, cuya historia y la del rodaje que la encumbró me contó Gustavo, de quien conocía sus libros antes de llegar a Valladolid, no así su pasión por el cine, que descubrí aquí. “El buen amor”, un ciclo que diseñó junto a Álvaro Arroba y cuyo nombre tomó de la película homónima de Francisco Regueiro, es prueba de la relevancia y actualidad de su forma de ver el cine y el arte, inscrita en el sistema de cuidados y afectos que gobierna el escenario cultural de nuestro tiempo".
Anda Gustavo de nuevo convocado por la escritura, avivando de nuevo esa literatura viva, con el reposo de la poesía y el nervio de la fantasía. Anda de nuevo en la tarea de enseñarnos caminos que están detrás de las puertas que se abren con las llaves maestras de la delicadeza. Quizá vuelva para, como decía Clarice Lispector, “ver cómo están las cosas. Si siguen mágicas”. Su nuevo libro, que verá la luz en septiembre, se titulará “El árbol de los sueños” y mejor que nos lo cuente él: “Es un libro que he soñado toda mi vida con escribirlo y no me encontraba con fuerzas para hacerlo hasta ahora. En el fondo es como 'Las mil y una noches', ese libro de libros que nos viene a decir que ninguna vida por insignificante que parezca cabe en una sola historia, para contar una vida necesitamos muchas historias. El corazón es polimorfo, estamos llenos de corazones y de esos que hay en nosotros solo hacemos vivir unos cuantos y hay otro montón de ellos que se quedan sin espacio para dar cuenta de nuestra vida, de esa vida que habla de sueños, de deseos, de lo silenciado, de lo que no acertamos a decir ni a comprender. Entonces se necesitan mil y una historias. Esa es la idea: la de una madre que cuenta historias a sus dos hijos, un niño y una niña. Esa madre es una mujer de León (un homenaje a mi madre, que también es de allí) que ha viajado mucho porque es hija de un embajador y que en un momento de su vida llega a esa ciudad, se aloja en un hotel, conoce a su dueño y se casa con él, aunque con la condición de que ella pueda irse cuando quiera. Nacen los niños y ella les cuenta historias en un contar sin fin. Es el libro más largo que he escrito, en esa idea de Carmen Martín Gaite de la vida como el cuento de nunca acabar. No cesamos de contar historias que deseamos que sean escuchadas por los demás y también que esos demás nos cuenten las suyas.
El título de mi libro tiene que ver con la revisión que hago del mito del árbol del Paraíso, porque en la Biblia se cuenta que el árbol del que Yavé prohíbe probar sus frutos a Adán y Eva es el árbol del conocimiento y yo digo que no, que es el de los sueños, que quien lo prueba puede abrirse a lo que no existe, a lo que aún no está creado”.
En Fuensaldaña las nubes son el disfraz del cielo, desde su castillo se puede ver un mar de viñedos, de verdes inquietos, de allí viene el vino que hoy nos acompaña, una creación original de un bodeguero humilde y serio, riguroso en su quehacer y dedicado a la suma de la tradición de su abuelo y su padre en la elaboración de vinos. Decía Caballero Bonald que “evocar lo vivido equivale a reinventarlo”, así ensambla su tarea Nacho Príncipe, hijo de César, nieto de Eutiquio.
El vino que ha acompañado nuestra conversación es “13 Cántaros Nicolás”, que habla de la historia de esta bodega en la D.O. Cigales, que debe su nombre a una curiosa historia: “Sacó su navaja del bolsillo del pantalón, lugar donde residía desde que su padre se la regaló cuando era niño, y con ella grabó «debo 13 cántaros a Nicolás» sobre la pared de barro a la entrada de la sisa que pertenecía a su hermano. Era la bodega de sus abuelos, que ellos recordarán.
La deuda de vino era para rellenar el tino, huyendo de la oxidación, favores comunes entre vecinos y familiares porque la subsistencia era asunto de todos. Todo parece indicar que la deuda no se saldó y hoy la sacamos también provecho.
Era de honra no cobrarla por los muchos favores intercambiados y de honra también no borrarla, porque dichos favores no se olvidan. De honra también es recordarla y aquí lo hacemos”, así me lo cuenta Nacho que me cuenta también que procede de una selección de viñedos de tempranillo. Permanece 8 meses en barrica de roble. Es un vino que homenajea a su legado, a las tradiciones de esta tierra.
Fresco, agradable, afrutado, bien pulido, pensado para disfrutar; también para momentos impagables como el de esta charla con Gustavo Martín Garzo. Gracias Nacho.
Terminamos, en Valladolid el agua del Pisuerga se remansa como nuestras palabras, el viento empuja la tarde hacia la noche. Me despido de Gustavo, le dejo con su tarea de escribir, que, como decía Rosa Chacel, “es el deseo de irse por los tejados”.
Palabra de Vino.