¡Hombre libre, tú siempre amarás el mar! Así comienza el poema épico de Baudelaire. Iñaki Gabilondo (Donostia, 1942) fomentó desde siempre dos pasiones irrenunciables, perennes: la radio y el mar. Desde niño, camino del colegio, pasaba por delante de la puerta de Radio San Sebastián y la miraba como su Disneylandia ideal. En su casa siempre había rastros de arena de la Playa de la Concha, donde jugaba a diario con sus hermanos e imaginaba que tras ese horizonte cantábrico había más horizontes, más desafíos.
Iñaki está felizmente integrado en la vida, haciendo cosas que le gustan y desde hace unos meses apartado del fragor diario de la política y sus órbitas que tanta decepción le han generado. Ha sido director de varias emisoras de radio, director de informativos en la SER y en TVE. Ha vivido informativamente un puñado de incandescencias informativas: el proceso de Burgos, la muerte de Franco, la llegada de la democracia, el 23-F, los brutales atentados yihadistas de Nueva York y Madrid... Su voz, de noche o de mañana, era la brújula que señalaba el camino hacia lo que queríamos saber y escuchar. Un derecho.
Cantaba Manolo García en su “Nunca el tiempo es perdido”: “... Rastro, huella de los pasos errantes. Del buscador de señales”.
Pero por empezar por el principio le propongo que me cuente cómo y cuándo supo que se iba a dedicar a esta profesión: “Antes de decidir que quiero ser periodista decido que quiero vivir en la radio. La tele no aparece en mi vida hasta que no estoy en la universidad. Toda la gente de mi generación vivía un mundo muy particular con el franquismo marcando todas las cotas y la radio era la ventana a la fantasía y yo un enamorado más de la radio. Estaba loco por la radio, quería vivir en ella. Entonces la radio no tenía información pero yo vivía en San Sebastián, cerca de Francia y allí la radio sí la tenía y pensé: algún día aquí será como allí, y me puse a estudiar Periodismo para poder trabajar en la radio”.
La biografía de Iñaki refrenda esa pulsión de ser uno con la radio, pero fue fraile antes que cocinero, su trayectoria fue un poco a la inversa, antes de colocarse delante de un micrófono fue directivo. Así me lo va contando. “Mi primer trabajo fue dirigir Radio Popular de San Sebastián, mi segunda ocupación fue dirigir radio San Sebastián, o sean en la misma ciudad y en otra cadena. Luego me fui a dirigir Radio Sevilla y más tarde los servicios informativos de la SER. Por tanto, antes de pisar un estudio y ponerme al frente de un micro llevaba ya años siendo directivo y fue a partir del 81, cuando fui director de informativos de TVE, cuando decidí que ya no quería volver a a ser directivo en mi vida. Me decía: ser directivo es como ver los partidos desde el banquillo, te triunfan o te fracasan los aciertos o los errores de los demás, como a los entrenadores el futbolista te mete un gol y te triunfa y si lo falla te fracasa. Ser un directivo es un poco lo mismo: das instrucciones, marcas pautas, estableces estrategias pero luego las hacen otros y esos lo hacen bien o mal, las aciertan o las fracasan y entonces me dije: no, a partir de ahora voy a triunfar con mis aciertos y a fracasar con mis errores y te añadiría además que también me dije, no quiero ir a más a reuniones. Decía González Sinde, el padre de la exministra, cuando le nombraron director general de Telemadrid y presidente de la FORTA: “Yo me salí del Partido Comunista para no ir a reuniones y mira...”. Y entonces empecé a hacer programas.
De la etapa de directivo tengo maravillosos recuerdos y de la etapa en la que hice programas también. Yo siempre tuve mucha conciencia de ser un privilegiado porque como te dije fui un niño que se crio escuchando la radio y para mí hacer un programa, estar delante de un micrófono, era la quintaesencia del éxito. Era un privilegiado, cada vez que sonaba el carillón de la SER y se encendía la luz roja tenía la sensación de estar donde quería, y haciendo “Hora 25”, “El matinal” u “Hoy por Hoy” siempre he sido muy feliz”.
“La felicidad sigue su camino, realmente. Y cualquier madrugada te lo dice”, escribió Raymond Carver.
Iñaki nunca ha establecido fronteras entre su trabajo y su vida, su ocupación era brutal: muchas horas ante el micrófono, despertarse de madrugada, leer, escuchar, ver, vivir pegado a la actualidad y llegar a la radio antes de que despertara el alba. Pero también tuvo alternancias televisivas, yo diría que devaneos: “En familia”, “Gente de Primera”, presentaciones de los Premios Ondas, y en el año 2005 cuando dejó 'Hoy por Hoy' se embarcó en la travesía informativa de Cuatro. Hasta hace unos meses “la voz de Iñaki” se esparcía por la web de El País, en la SER y era redifundida por muchos programas de televisión. Ahora también hace cosas de lo más interesantes en Movistar. Le pido que me cuente cómo ha sido esta relación: “Como te he repetido soy un hombre de radio, toda mi vida lo he sido y me moriré como tal. Como llevo muchos años de profesión me ha dado tiempo a hacer muchas cosas también en televisión, que es un medio muy bonito y divertido. Cuando transito por la televisión me siento como esos instrumentistas que saben tocar varios instrumentos pero tienen su especialidad en solo uno. A la televisión me acerco siempre con mucho respeto. Te diría que la televisión podría ser una pasión y la radio un matrimonio estable. Cuando estoy fuera de la radio siento que estoy en un territorio forastero”.
Llegados a este punto de la conversación llamo al periodista José María Izquierdo, le encuentro recluido en tierras de Cádiz, me atiende con suma atención pese a que le pillo a punto de salir para Madrid. Hablemos de Iñaki: “Todo el mundo conoce su rigor, su seriedad, su compostura y su rectitud. A este tipo duro de mirada profunda, la naturaleza le ha dotado además de LA VOZ. Así con mayúsculas. Dicen que Frank Sinatra lloró de envidia un día de Año Nuevo que oyó a Iñaki decir por los micrófonos. ¿Hay alguien ahí fuera?
Nadie podrá imaginarse que en la trastienda de este personaje público tan formal se esconde un tipo risueño, con un sentido del humor realmente brillante. A ello se le añade, es que lo tiene todo, el don divino de contar chistes como nadie.
Como éste:
'Una señora de cierta edad manda dos corbatas a su hijo de regalo de cumpleaños. Al domingo siguiente, el joven se viste de guapo y se anuda al cuello, tan contento, una de las dos corbatas. Va hasta casa de su madre y aprieta el timbre ¡Ay, hijo, le saluda la madre, ya sabía yo que la otra corbata no te iba a gustar!'.
Desde Roche, provincia de Cádiz, un cariñoso saludo para los dos”.
Le correspondo al saludo mientras escucho el arrancar de su coche.
En casi todos los estudios anuales y rankings publicados de credibilidad periodística, Iñaki Gabilondo figura al frente, esto no deja de ser un preciado reconocimiento y una enorme responsabilidad. Este vasco de elegancia en el decir, usuario de palabras sencillas, entendibles y claras, que ostenta seis doctorados honoris causa y una multitud de premios cuya enumeración no me permite este espacio, no va de nada, es la humildad personificada, que afronta las cosas con una envidiable sencillez, agradece todo aquello que le va bien y está permanente contento. “A mí de la vanidad me protegen mis raíces familiares, puntualiza, me he criado con una actitud ante la vida que ahora no tengo ni ganas ni tiempo de cambiarla”.
¿Y eres consciente del peso de la credibilidad, de lo respetable de ello?
“He sido consciente siempre a toro pasado. Cuando vives una vida muy intensa no vas percibiendo ese tanto, pero sí he tenido suficientes señales como para darme cuenta de que ha sido así y eso me ha impresionado y emocionado. Y lo que también me ha impresionado es que con que hubiera un solo oyente escuchándome y creyéndome me colmaba toda mi responsabilidad, esa responsabilidad no podía ser mayor y sí, lo he llevado siempre un poco sorprendido.
En cuanto a la credibilidad siempre he manejado que es honradez+tiempo. Es decir, que tienes que ser honrado y serlo durante tiempo para que la gente te conceda una dosis de credibilidad, porque a lo largo de una carrera siempre se comenten errores y algunos bastante aparatosos, inevitables, pero si hay una honestidad de base eso se percibe como equivocaciones en un trayecto honesto. Honestidad+tiempo son lo que te dan la solvencia, perfilan mejor los aciertos y matizan los errores”.
El filósofo francés y Premio Nobel Henri Bergson decía que el sentido común era la “facultad para orientarse en la vida”. El sentido común es el catalizador de la información de todos los sentidos, los externos (tacto, vista, oído, gusto y olfato) y los internos (memoria e imaginación) y al decir de los estudiosos es pues una función del conocimiento. Iñaki es un yacimiento de sentido común, venido de su lucidez, de su lógica aplastante. No me resisto a la pregunta simple y directa. ¿Qué es para ti el sentido común?
“Ando ahora mismo muy enfadado con la política -me responde- y me he terminado alejando de eso porque justamente creo que no hay sentido común. Para mí el sentido común es el sentido de lo común, es el ámbito en el que las comunidades establecen posiciones de acuerdo, de opinión, de intereses. La democracia se inventa justamente para gestionar esas divergencias, esas diferencias y esos intereses contrapuestos, y con ese universo de distancias se establecen una serie de pequeñas unidades en las que se llega a acordar, a establecer unanimidad en torno a algo. Esas son las posiciones que marcan el sentido común que es el sentido de lo común, en donde convergen las diferencias. Lo que es doloroso en el mundo actual y por eso me siento cansado es porque ahora parece imposible encontrar posiciones comunes en nada. Si no hay posiciones comunes en nada, en lo común, pues se pierde el sentido común. Las sociedades viven legítimamente en la discrepancia pero se reservan siempre un pequeño espacio, unas cuantas cosas para el acuerdo, eso es lo que dota a las sociedades de sentido común y lo malo es que en la actualidad escasea este territorio de lo común, de la posibilidad de convergencia y por eso la sociedad parece a veces un manicomio”.
En un precioso texto, Pedro Salinas habla de la prisa y cuenta que un niño recibe un paquete de dulces que se los come con agrado y cuando se percata de que le quedan pocos comienza a pausar y a saborearlos profundamente, dice textualmente el poeta que tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta de que solo tienes una...
Continuamos nuestra charla incidiendo en la prisa que nos urgen los tiempos que vivimos, conscientes de que la velocidad es enemiga de la precisión: “No me acuerdo quién decía que todos los desastres del mundo se producen porque no somos capaces de estarnos quietos, afirma Iñaki. Sí, todo va demasiado deprisa y hay un montón de cosas en la vida que necesitan ser cocidas a fuego lento mientras estamos queriendo cocinarlo todo a gran velocidad, y así como hay cosas que en la vida moderna pueden cocinarse a gran velocidad, hay elementos de fondo y de base que necesitan ir despacio. Y estamos en este momento cometiendo el disparate sociogastronómico de cocinarlo todo a gran velocidad y con la máxima temperatura y eso es malísimo; malo para la propia normalidad de la vida porque hay cosas que necesitan poder cuajarse y no les damos tiempo para nada, a los cinco segundos nos hemos aburrido de ellas, a los siete minutos le pedimos ya una respuesta a los temas más complejos, a cualquier tema por complejo que sea lo queremos resumir en una especie de fórmula que determine muy bien cuál es la solución, cuál es el culpable y esas cosas están haciendo muchísimo daño”.
La velocidad imprime un cierto vértigo y las redes sociales son uno de los factores aceleradores, un aspersor de multitud de señales de lo más extraordinario. Derivamos por aquí la conversación: “Las redes sociales constituye una novedad, una modernidad llena de posibilidades pero se han convertido en una especie de propagador de incendios, de alarmas, de estrépitos y a veces de barbaridades. Ahora mismo un porcentaje no pequeño de esta historia lo genera el desenfoque de muchos, sobre todo porque las redes sociales añaden a todo lo que digo el dato peor que es el del anonimato, un parapeto detrás del cual de una manera completamente anónima, a salvo casi, se puede disparar cualquier barbaridad. Y no le quito a las redes ninguna de las capacidades extraordinarias que ha aportado a la sociedad moderna pero que al mismo tiempo se están convirtiendo en una amenaza en algunos casos muy peligrosa, haciendo imposibles esas búsquedas de zonas comunes de las que antes hablábamos porque es muy difícil lo común cuando por detrás hay alguien azuzando de manera implacable, feroz, cruel, esa jauría que viene de las redes sociales”.
La memoria precisa de las cosas: de Iñaki guardo el impagable recuerdo de unas cuantas veladas en las trastiendas de las ceremonias de entrega de los Premios Ondas y recientemente que pusiera en mis manos un ensayo tan inteligente como apasionante, “Un instante eterno”, del filósofo francés Pascal Bruckner.
Esta es también una conversación compartida con amigos comunes. Llamo a uno de ellos, un druida endovélico de la Costa da Morte, Pepe Formoso: “Siempre observé con admiración y desde la distancia del Fin de la Tierra a un referente periodístico ya no sólo personal sino también internacional. Todos estábamos esperando su punto de vista, que tengo claro, condicionaba a muchos.
Cuando me incorporé a la SER, allá por 1998, y pude tratarlo como compañero, tuve la oportunidad de compartir momentos, siempre especiales. No deja de ser curioso que la primera vez que nos vimos las caras fue en las cubiertas de la Catedral de Santiago. Tocó peregrinar desde el finis terrae para poder ver en primera persona a un ídolo ¡Sí, no sólo los deportistas tienen fans!
Estaba trabajando, sólo saludé. Y observé, claro, ¡Observé mucho! ¡Y cómo se aprende!
Con el paso del tiempo se sucedieron algunos encuentros siempre encuadrados en el ámbito profesional. Eso sí, acompañados con algunos almuerzos en sus múltiples visitas a Coruña.
Cuando tuve ocasión de algo más próximo no lo dudé:
Un gran amigo común propició una serie de encuentros que cumplían un sueño. Comprobar que detrás del micrófono había la misma persona que se sienta a hablar y a dialogar, ese que escucha y después responde: ¿Les suena? Recuerdo comentarle una de las anécdotas que recogía en su libro...
Conocido era que se incorporaba muy temprano a su cita diaria con la actualidad y a los micrófonos del Hoy x hoy.
Menos para las profesionales de la profesión más antigua del mundo: ”Oye cariño así tan peinadito, al llegar a casa, tu mujer se va a dar cuenta...”. Nuestra retranca gallega siempre valoró mucho esas salidas de tono.
Con el tiempo comprobé que sólo hay una persona. Integridad le dicen. Saben aquel que diu... Un vasco, un gallego un gaditano y otro gallego... Charlando, riendo, compartiendo y degustando... Pues en esas andamos”.
Decía Ángel González que para vivir es necesario mover el corazón todos los días, casi cien veces por minuto. Para llegar a la madurez se necesita un número incontable. Me interesa saber qué piensa sobre esto: “Vivimos en una sociedad que nos ha convertido a todos en objetos de consumo y a partir de ahí empiezas a sentir ya cómo la sociedad te trata como material sobrante. Sin embargo hubo un tiempo muy curioso: decía Ingmar Bergman que cumplir años era subir una montaña, cuanto más subes más cansado estás pero ves el paisaje con más claridad, lo ves más amplio y completo, más agotado y con mayor perspectiva. Pero al mismo tiempo la sociedad está viviendo a esta velocidad inclemente, sin misericordia, de ganadores y perdedores, una jungla competitiva de ferocidad suprema y en esa jungla las personas mayores parecemos material sobrante que lleva un peso a la espalda que intenta quitarse para ir más deprisa. Y luego está la pandemia que se ha manifestado gerontófoba. Pero sí, la sociedad vive a una velocidad que la gente adulta le parece un lastre y sin embargo pienso que las personas que nos hacemos mayores pues tenemos una posibilidad de ver con más claridad, eso sí, más cansados”.
Es de sobra conocida la cita de Woody Allen: “Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida”. Le pregunto a Iñaki qué es lo que se trae ahora entre manos profesionalmente: “Pues mira, Manolo, como tengo muchos años me suelen invitar a hacer análisis retrospectivos y eso me apetece muy poco. Ahora estoy haciendo un par de cosas para Movistar, una está a punto de salir, es una serie de programas en los que hago preguntas a diversas personalidades de diferentes ámbitos, sobre el sexo del futuro, cómo será con la aplicación de las nuevas tecnologías, el sexo remoto. Una serie de cuestiones que nos permiten ver ese fenómeno poliédrico del sexo en el futuro, este estallido de todos los géneros. Cómo se están formando los chicos jóvenes en el sexo".
"Es la primera vez en la historia que está sucediendo esto, adolescentes cuyo aprendizaje del sexo es a través del porno, hasta otros elementos, de si es el fin o no del amor romántico hasta qué ocurre con la soledad que se van a jugar todo lo referente a las actividades afectivas y sexuales en un mundo en el que aumenta la gente solitaria. En el año 2030 va a haber 5.700.000 ciudadanos que vivirán solos en España. En Japón hay ya un Ministerio de la Soledad”. “Para septiembre el vigésimo aniversario del atentado de las Torres Gemelas y para ello estoy enfrascado en una serie de entrevistas sobre las amenazas que nos acechan: el terrorismo islamista, cibernético, los puntos polvorín del mundo en donde hay severos riesgos de conflicto. Yo hago lo que sé hacer, preguntas a las personas más cualificadas que encuentro. Eso me mantiene, tener una curiosidad extensa, de amplio espectro, tengo sobre todo curiosidad por el tiempo venidero, el tiempo pasado ya me lo sé, me gusta recordarlo pero no quiero pasar el tiempo que me queda mirando por el retrovisor”.
Entramos en el momento más lúdico de la conversación y llamo a otro amigo común, el “Goloso en llamas”, Antonio Hernández-Rodicio, ex director de la SER: “Para un tipo capaz de disertar sobre los coros de Verdi durante dos horas, sin papeles, sin quebrar el ritmo una sola vez y sin titubear, parecería un ejercicio complicado elegir un vino a la altura de sus complejidades. Nada más lejos de la realidad. Iñaki Gabilondo, donostiarra y disfrutón, dos condiciones que son casi la misma cosa, convierte el acto de tomarse un vino en el momento místico de la amistad. Y tal exaltación no requiere de grandes añadas ni exige vinos míticos. Disfruta igual de un buen jerez que de un txakolí. Tirando para el tinto, La Rioja es tierra de promisión. Y un buen champaña es eso, un buen champaña. Seguramente porque le recuerda aquel burbujeante estreno de La caballería rusticana en París. Aquella noche en París con Lola. Música, vino, amistad, libros, buen hablar y mejor comer. Las cosas propias de la gente sencilla. Sencillamente memorables, como este maestro del periodismo y la vida”.
Andaba el enólogo berciano Raúl Pérez distrayendo a su alma por los vericuetos de San Vicente de O Mar y mientras miraba el mar y la espuma de sus olas batiendo contra esa pequeña península de las Rías Baixas, calmaba su afición escrutando viñas, observando territorios y soldando afectos con la familia de otro bodeguero, Rodri Méndez. De esa amistad nació Skecht, el vino que hoy nos ha acompañado en esta conversación que ha tenido sus momentos luminosos en lo tocante al mar, a esa ciudad, Donostia, que abriga su bahía con el diálogo de los bronces de Chillida y Oteiza.
Sketch es un vino que duerme su espera en el fondo del mar durante un año en un cordaje de batea, a 10-12 metros de profundidad. Mientras disfrutamos del carácter anfibio del vino elegido llamo a Raúl Pérez para que sea él quien nos lo cuente: “Las uvas de albariño proceden de unos viñedos con más de 60 años, situados al lado del mar. Producimos dos barricas de 750 litros que curiosamente son las mismas desde hace casi veinte años, cuando comenzamos a elaborar. Producimos unas 2.000 botellas. El nombre es un homenaje a uno de mis locales preferidos en Londres”.
Le pregunto a Raúl de dónde salió la idea de envejecer bajo el mar: “Fue en Suráfrica, vi que hacían algo parecido, más en superficie, y pensé que tenía mucho sentido que un vino que se cría a la vera del mar tuviera también que ver con su profundidad.
Me alegro que hayáis elegido un 2018, es de mis añadas preferidas, porque como todos los años fríos le da al vino una buena acidez y su mejor carácter”.
El vino se descubre muy aromático, con gran acidez, salinidad bien integrada, aromas marinos, recuerdos a los bivalvos tan típicos de la zona. Es largo y persistente, en cada trago está su presencia marina.
La conversación con Iñaki termina en Donostia, en cuándo y cómo la lleva consigo. “Siempre la llevo. Y hablando de memoria siempre digo que para vivir hay que hacerlo en tres dimensiones: recordando el pasado, viviendo el presente y soñando el futuro. A Donosti la llevo conmigo en el plano físico y táctil: el mar, no logro ni un minuto de mi vida acostumbrarme a la falta del mar, de su olor a salitre, a yodo, de su brisa, su color, todo lo llevo siempre conmigo en mi disco duro... cuando pienso en el mar, estoy en casa”.
El mar reflejado también en su mirada azul. Para terminar hago sonar una de sus canciones preferidas, “La Mer”, de Charles Trenet, y su estrofa inmensa: “El mar me ha agitado el corazón de por vida”. Porque ante el mar, los reyes se inclinan.
Palabra de vino.