Alfonso Carrascosa, el vino y el tiempo
No hay un coleccionista particular en España que alcance el nivel de exigencia y de elegancia de Carrascosa con su bodega
Carrascosa "atesora sus vinos, no los elimina y con ellos va marcando el rastro de su vida”, cuenta el enólogo Raúl Pérez
"Ama el vino, lo descubre, su curiosidad le guía", añade el cantante Julio Iglesias, el amigo de quien aprendió en cenas en Punta Cana, Miami u Ojén
En la bodega de Alfonso Carrascosa unos vinos se hablan con los otros. Se acarician. Se acompañan. Se susurran. Esperan la mano amiga que los lleve a la mesa, a la llegada al paladar, a dar alegría y placer a los sentidos y a los sueños, para ofrecer, como decía el escritor gallego Rafael Dieste, “una promesa de color, un zumo de esperanza”. La felicidad de saltar en una copa.
Alfonso nació en El Recuenco, una pequeña población de la provincia de Guadalajara en la frontera con Cuenca. Hijo de un maderero, con una serrería en la que resonaban los ecos de los gancheros del Tajo a su paso por el vecino Valtablado del Río. Allí vivió hasta los 12 años, que se vino a Madrid.
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Le gustaban las matemáticas y su vocación le inclinaba a estudiar Económicas, pero la inteligencia práctica de su padre le hizo cambiar de rumbo: “¿Para qué vas a estudiar lo mismo que tu hermano? Hará falta un abogado en la familia”. Y se licenció en Derecho.
Al pasar del tiempo fundó Multauto, una empresa que defendía a conductores frente a las sanciones administrativas. Un éxito que supo rentabilizar vendiéndola a Generali. En 1998 fundó Legálitas, tras descubrir que los problemas legales de la gente se repetían, eran muy similares, y por ello decidió poner la capacidad de defensa jurídica al alcance económico de cualquier ciudadano. Desde hace poco más de un año dejó la presidencia ejecutiva de la compañía aunque sigue siendo uno de sus propietarios y se dedica a expandir el formato
Pasión por el vino
“Empiezo a interesarme por los vinos alrededor de los 20 años, y mi curiosidad coincide con la explosión de La Rioja, de su grandes añadas de comienzos de los 80. Empecé a leer, a probar, a esponjarme de conocimiento; a viajar, a vivir alrededor del vino. Siempre me atrajo su liturgia”, empieza contándome Alfonso.
Estamos en su casa de Los Molinos (Madrid), un lugar sosegado, impregnado de energía. Oscilan los árboles de su jardín mecidos por la brisa y los vencejos entonan su canción. La vista enseña cruces de caminos y senderos que van hacia ese territorio literario, poético, de la Sierra de Guadarrama. Todo “obedece a la seca propuesta del verano”, como escribió el poeta Ángel González.
Prosigue Alfonso: “ En mi constante viajar a los territorios del vino siempre quise aprender de los que lo hacían, empaparme de su quehacer, de su sabiduría. Así estuve en muchos sitios y con grandes productores franceses y españoles. Cuanto más viajaba más se espoleaba mi curiosidad, mi ansia de conocer”. Se nota. Estar con Alfonso es como visitar varios sitios al mismo tiempo, desgrana multitud de anécdotas y un profuso conocimiento de los territorios del vino. “Quien nunca curtió una pasión, nunca ha tenido nada, no”, cantaba Vinicius de Moraes.
“Es un tipo peculiar", me cuenta el enólogo Raúl Pérez. "El primer recuerdo de proximidad que tengo de él, es el de una persona con una pasión increíble por aquello que le gusta. Despliega una grandísima intensidad por lo que hace. Es preciso y muy metódico. Es un almacén de información. Cuando ves su bodega lo entiendes. Alfonso atesora sus vinos, no los elimina y con ellos va marcando el rastro de su vida”, sigue definiendo Raúl. Y finaliza diciendo: “Y tiene un rasgo principal: la generosidad”. Doy fe y añado que además cuando te enseña su bodega, cuando elige un vino, sabe de lo que habla, lo define, lo enmarca, te lo hace entender. En el mundo del vino hay mucho de verdad y también mucho postureo. Carrascosa encarna la veracidad.
“El vino es cómo te sabe, cómo lo vives y cómo te sienta”. Me cuenta que así se lo dijo a su amigo Julio Iglesias, de quien aprendió mucho de vinos, en cenas de prolongadas sobremesas en Punta Cana, en Miami, en Ojén o en esta misma casa.
Llamo a Julio, que me atiende con suma amabilidad, y le pregunto por Alfonso. Con enorme generosidad me responde: “Es un gran bebedor de vinos. Ama el vino, lo descubre, su curiosidad le guía. Hace mucho por el vino español, por los grandes vintages y es un gran valedor de los enólogos que emergen en España”. Prosigue Julio: “Es una pena porque España tiene grandes vinos pero no sabemos venderlos como lo hacen otros países”. “ El vino tiene una hermosa liturgia, procura conversaciones largas y de verdad. Me gusta beberlo mirando a los ojos a la gente”. “El vino te hace querer y no odiar”. Así concluye Julio Iglesias, dejando constancia de su profundo magisterio. De esto él lo sabe todo.
Conocí a Alfonso hace ya unos cuantos años, en el restaurante Amparito Roca de mi amigo Jesús Velasco y en compañía de otro amigo común, el sociólogo y escritor Lorenzo Díaz. A ellos acudo para seguir hablando de él: “Es muy generoso, desprendido y muy inquieto. Su presencia es siempre un regalo para la conversación. Como un día le escribí: 'De paisano a paisano, conversar contigo es mirar los balcones de geranios de la sin par Atienza. Como dejarse iluminar por las luces claras de El Recuenco", me cuenta Jesús. A continuación habla Lorenzo: “Toda una leyenda en el mundo del Derecho. Está dispuesto a comerse y beberse España este mocetón de Guadalajara. Generoso mecenas, se ha empeñado que su empresa Legálitas te blinde de cualquier avatar jurídico. Sabe de vinos más que un banquero de Burdeos. Tiene una bodega fascinante, repleta de añadas míticas”.
Volvemos a Los Molinos, a la música del jardín cercano, de esa sutil acuarela que nos rodea. Y vuelve la conversación que continúa Alfonso: “Cada vino es un recuerdo, una emoción y te pregunta cosas”. Sus recuerdos son el revelado de la memoria, tira de ellos como del hilo de una cometa y habla de su padre, de aquel tiempo interior y recogido de olor a madera, a rumores del Tajo, de un Madrid ingenuo y acogedor de mediados de los setenta, de su deambular por multitud de rincones del mundo en los que siempre ha aprendido algo.
Bajamos al edificio adyacente de la bodega, la belleza hecha luz, un bodegón de muchos territorios. Hay cinco espacios: los grandes vinos tintos de España. Los vinos blancos del mundo, de Burdeos, Borgoña, Jurá, España, Centroeuropa, del Rhin... Un tercer espacio alberga a los grandes de Burdeos y las mejores añadas de los segundos.
El cuarto es la Borgoña. “Para entender los vinos es necesario conocer el territorio en el que se producen. La Borgoña es muy difícil de conocer, hay que profundizar mucho”, afirma. El quinto está dedicado a las grandes joyas de diferentes territorios: Italia, Portugal, Sudáfrica, USA; “aunque", dice, "soy muy vehemente y creo que en Estados Unidos hay muy buenos vinos, son muy caros y no tan competitivos”, finaliza. El espacio es apabullante. No creo que haya un coleccionista particular en España que alcance este nivel de exigencia, de elegancia. Es la catedral del buen gusto, de la que desde hoy soy su más ferviente feligrés.
Entre viñedos
Desde hace pocos años Alfonso ha decidido emprender un par de aventuras en la producción de vino: la primera en Navarrevisca (Ávila), con su amigo Ángel Martín y el mago Raúl Pérez. Una tierra de granitos, de superficies de piedra, con el aura mágica de la altura. Una corta producción de 10.000 botellas procedentes de viñedos a más de mil metros de altitud que dan una garnacha fresca y elegante. Emiliana, así se enmarca en homenaje a la madre de Ángel, natural de estas tierras.
La segunda aventura -también de la mano de Raúl en el Bierzo-, en viñedos alrededor de una montaña, en un territorio de contrastes, de atmósferas de nieblas y de fuegos crepusculares, en el paraje que da nombre al vino, Viaríz. Un mencía cuya primera cosecha ha sido el año pasado recolectada en cinco o seis pagos.
Volvemos a este espacio sosegado e impagable de Los Molinos. La propuesta para que bebamos juntos responde a la propiedad transitiva del afecto: es la de un bodeguero al que quiero y admiro hasta la amistad, Rodri Méndez, que también goza del cariño y el afecto de Alfonso. El vino no ha salido al mercado todavía, es un albariño procedente de un paisaje privilegiado, unos viñedos enclavados en las dunas de la Praia de Montalvo, muy cerca de Sanxenxo: Leirana, Areas de Arra 2017, una producción muy corta, tan solo mil botellas.
El vino se comporta de una forma muy diferente a todos los albariños, después de la fermentación se muestra muy delgado e incluso diluido pero a partir del sexto mes da un cambio radical y se vuelve corpulento en boca sin perder su sensacional frescura. Sabe a Galicia, a mar profundo, a oleaje intenso.
Se terminan la conversación y el vino. Nos despedimos y empezamos a caminar hacia el porvenir. El afecto nos guía, también el vino y el tiempo. Palabra de vino.