Félix Solís, el vino en más de cien cielos
Pegada a la autovía que lleva a Andalucía se enseña la bodega de Félix Solís, con su aspecto asombroso, descomunal, con sus gigantescos depósitos que más bien parecen de una refinería petrolífera
La exportación supone el 60 por ciento del volumen de facturación de la compañía, y el 25 por ciento del vino que se vende en el Reino Unido o en Alemania es suyo
“Creemos en el vino y en que nada en esta vida se consigue si no es a base de trabajo, dedicación y de coger muchos aviones”, señala Solís
Valdepeñas sigue siendo lo que siempre fue: una ciudad de historia antigua, sinónimo de vino, acogedora y cordial, como lo es mi anfitrión: Félix Solís Yáñez, cuyo nombre tiene también el sonido inseparable del mundo del vino.
Es sábado de otoño, de octubre, un mes de viñas que en este tiempo se enseña con una luz generosa y radiante que ilumina esta tierra que lo es también de molinos y campos de trigo. Del Quijote.
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“El vino de Valdepeñas es oficiante de júbilo. Santificador de compromisos. Ayudador de fatigas. Mago de las fauces resacas. Ministrillo de la amistad. Suscitador del diálogo. Compañero en las horas de soledad”, decía el dramaturgo y académico Joaquín Calvo Sotelo.
Pegada a la autovía que lleva a Andalucía se enseña la bodega de Félix Solís, con su aspecto asombroso, descomunal, con sus gigantescos depósitos que más bien parecen de una refinería petrolífera. La visión da una idea de la envergadura de las cosas.
En la entrada principal nos aguardan Ana y Félix y nuestros anfitriones manchegos de siempre: Paqui y Manuel Juliá. La bienvenida es cordial, entrañable, y comenzamos repasando afectos y momentos compartidos anteriormente. Mientras entramos en las entrañas de las instalaciones la conversación arranca remontándonos a los orígenes, a la semilla de este ambicioso proyecto industrial, allá por el año 52, cuando Félix Solís padre (que era carnicero) y su esposa Leonor Yáñez se trasladaron con sus hijos desde Villanueva de los Infantes a Valdepeñas, en donde ya se percibía un cierto potencial de desarrollo del negocio vinícola.
Prosigue diciéndome Félix que a comienzos de los años 60 adquirieron un local en Madrid, en la calle Escosura, y lo convirtieron en una embotelladora y con ello se iniciaron en la comercialización de vinos de Valdepeñas en la capital. Él, a la cabeza de sus hermanos (Pedro, Juan Antonio y Manuel), se aventuraron a la distribución en emblemáticos puntos de restauración madrileños y también con un original servicio “puerta a puerta” de venta a domicilio. En poco tiempo consiguieron tener presencia en muchas de las tabernas y mesones de la ciudad. Teniendo en cuenta que a mediados de los años 50 solo había 29 embotelladoras en toda España en su mayoría de envases recargables.
En esta misma década se lanzaron a vender en Alemania, cuando era una odisea por la cantidad de requerimientos burocráticos para la exportación. Félix supo apoyarse en aquellos emigrantes españoles dedicados al negocio. Todo lo hacían, lo hicieron, sin perder la raíz de esta tierra por la que sienten una pasión que se sustenta en su permanente gratitud hacia Valdepeñas. Mientras desgrana su relato observo que mi anfitrión de hoy se va mimetizando con el paisaje de este atrevido ejercicio empresarial en el que encontró todos los porqués de su existencia.
“La vida mientras mira hacia atrás, nunca se detiene”, escribió Antonio Gala.
La expansión de los años 70
En el curso de estos años el proyecto comenzó a adquirir volúmenes cruciales debido también a la implantación de las grandes superficies por la geografía española, la mayor parte de ellas cadenas de alimentación internacionales de origen francés. Este paso fue el primero de un gran lanzamiento, un desafío; Félix no dudó en lanzarse a la búsqueda, la penetración en el mercado de la alimentación y se recorrió Europa a la conquista del lineal de este sector: Alemania, el Reino Unido, los Países Bajos, Escandinavia… Hasta tal punto que el 25 por ciento del vino que se vende en el Reino Unido o en Alemania es suyo.
La exportación se convirtió en un gran pilar y ahí fueron desarrollando una gran musculatura, una inigualable experiencia que supone el 60 por ciento de su volumen de facturación.
La estrategia de expansión les permitió la creación de una red de distribución propia a través de filiales y territorios, y a lo largo del tiempo se fueron expandiendo por otros continentes. Especial mención merece la planta embotelladora en Shangái (a finales del siglo pasado), que supuso el salto más importante de la compañía en el mercado exterior y que convirtió a Félix Solís en la primera compañía española con presencia productiva en China, un mercado por entonces muy poco explorado.
Con la llegada del siglo XXI establecieron una estrategia de crecimiento por diferentes denominaciones de origen españolas, bajo la bandera de “Pagos del Rey”. Una manera de alimentar la diversidad. El primer paso lo dieron en la Ribera del Duero con la construcción de una bodega en Olmedillo de Roa (Burgos) y la adquisición de otra bodega en La Puebla de Almoradiel (Toledo) que ayudara a la potenciación de los vinos de la región. En continua expansión, se establecieron en Rueda (Valladolid), atendiendo a la creciente demanda de vinos blancos a partir de la variedad verdejo o produciendo un blanco de albariño en Rías Baixas, en Meaño, en las instalaciones de la cooperativa Paco y Lola y que se llama, cómo no, “Pulpo”. No podía faltarles su implantación en La Rioja y eligieron la zona de Rioja Alta en la localidad de Fuenmayor. Cerrando el ciclo expansivo se instalaron en Morales de Toro (Zamora) comprando una bodega fundada en 1962, que originariamente se llamaba Nuestra Señora de las Viñas y que posteriormente se llamó Viña Bajoz en honor al río que pasa por esa localidad. Junto a la bodega han impulsado un proyecto que actúa también como difusor de la cultura del vino, “Pagos del Rey Museo del Vino”.
Esta evolución no se quedó solo en España, en los últimos años Félix Solís ha comenzado a desarrollar proyectos en Sudamérica, en Chile: una bodega que quiere ser punta de lanza de futuros más internacionales, “Viña Casa Solís”.
Adicionalmente han iniciado también la comercialización de vinos procedentes de Sudáfrica y Nueva Zelanda, “vinos del Nuevo Mundo” con fuerte demanda internacional.
El planeta lo componen casi doscientos países, ellos están presentes en 115. Es fascinante. Félix mantiene pues en lo alto del mundo el espíritu del lugar y se pronuncia con humildad manifiesta: “Creemos en el vino y en que nada en esta vida se consigue si no es a base de trabajo, dedicación y de coger muchos aviones”.
Sus palabras van dejando un rastro de sencillez que conviene seguir. Son “un vals en el tiempo”, como escribió el poeta Juan Luis Panero.
En un lugar de la Mancha: Valdepeñas
Volvemos adonde estábamos, a este emporio vinícola en esta ciudad anclada en el vino. La bodega la inauguraron en 1975 y con el tiempo se ha ido convirtiendo en una de las mejores y más modernas plantas de embotellado de España, en la que se producen 1,5 millones de botellas diarias y se despachan 120 trailers que llevan la mercancía por el mundo adelante.
Seguimos caminando de la mano de Miguel Ángel Nieto, director de planta, por esta instalación, una de las mayores de propiedad familiar más grandes del mundo. Siempre bajo la mirada apacible y tranquila de Félix, que no pierde de vista ni uno solo de los ángulos del paisaje. Pendiente de las pequeñas cosas, de los pequeños detalles que le han llevado a ser un referente mundial en el mundo del vino.
Prosigue Miguel Ángel con su didáctico caminar, desplegando cifras gigantescas que se miden en kilómetros de distancia, de dimensión, en millones de litros, de kilos de uva… El alarde de un magisterio.
Más de mil personas trabajan aquí y otros tantos agricultores de la zona están en su órbita, porque, como bien asevera Félix: “Nosotros no somos agricultores porque no sabemos, somos empresarios de este sector”. “Pero sí que nuestra filosofía es la uva, la agricultura”.
Recorremos con atención diferentes espacios para saber que todo lo que sale de aquí tiene que ver con el vino aunque sea en forma de derivados: mostos, sangrías, espumosos… En su mayoría hacia un rumbo que tienen más que trillado, la exportación.
En esta bodega inteligente, muy desarrollada tecnológicamente, se producen dos de sus marcas de referencia: Viña Albali y Los Molinos, líderes en rankings de ventas. Y luego está el mayor espectáculo del mundo: su sala de barricas, lo nunca visto, capaz de albergar 130 mil unidades de roble americano y francés perfectamente ensambladas en un edificio vertical con unos 15 metros de sótano y unos 36 de altura, una torre perfectamente diseñada, con una asombrosa capacidad tecnológica capaz de ordenar, catalogar, situar y llamar a cada barrica por su enseña. Una travesía de la exactitud.
Un almuerzo puramente manchego
Nos asalta la hora de comer, Félix ha reservado mesa en La Aguzadera, un restaurante familiar, amplio, de espacios muy luminosos y que de siempre ha supuesto un alto obligado en el camino de Madrid a Andalucía. Su cocina, sin dejar de ser actual, sí está muy comprometida con el producto manchego. Por nuestra mesa desfilan un extraordinario jamón, atascaburras, paté de perdiz, migas y gachas. Un recital de la buena cocina de la zona.
Mientras probamos y degustamos se desliza la conversación cordial. Hay en Félix una gran serenidad en su forma de hablar, de contar, con una proverbial ruralidad manchega tan bien entendida por él. Y luego está ese maravilloso sentido común para saber encajar cada cosa en su sitio. La iglesia en el centro del pueblo.
Juntos, con Manuel, ideamos proyectos de futuro para el FENAVIN que llegará en mayo. Compartimos anécdotas de amigos comunes y disfrutamos de los vinos que también van llegando a nuestra mesa:
”Ocean”, un sauvignon blanc cultivado en el clima marítimo de Marlborough (Nueva Zelanda), deslumbrante en sus aromas tropicales y su sabor cítrico y fresco.
“Pulpo” es un vino con sabor a Rías Baixas, floral, afrutado, brillante, con aromas de fruta de hueso y que deja un regusto largo.
Félix nos dice que los vinos blend están también muy demandados y nos hace probar un “Mucho + tinto”, que sabe a fruta negra madura, es balsámico y muy agradable.
Para finalizar, “Condado de Oriza 2015”, elaborado en la Ribera del Duero, un vino que sin renunciar a la fruta enseña sus matices tostados y ahumados; tanino potente y un final duradero.
La sobremesa se alarga por lo placentero de la conversación, por la desnudez de lo sencillo en la manera de ir contando una vida y un trabajo que ya abarcan siete décadas.
En el regreso a Madrid, me voy pensando que Ana, Paqui, Amparo, Félix, Manuel y yo estuvimos en un día feliz. Aparecen las primeras estrellas sobre nuestras cabezas, van cubriendo el enjambre de edificios de la capital que ya asoma a nuestra vista, estoy seguro que una de ellas será Albali, en la que se fijó Félix Solís para nombrar a su vino, ese que ha ido enseñándose por todos los cielos del mundo.