Para muchos amantes de los perros la simple idea de perderlos, en el sentido literal de la palabra, significa una experiencia y situación muy angustiante. No saber dónde está, si está vivo o muerto, si alguien puede estar haciéndole daño o si siente frío y no sabe cómo volver a casa. No andamos equivocados al pensar en esta hipótesis, es lo más común, tan solo hace falta ver los datos de abandono de España en 2024. Según la Fundación Affinity más de 286.000 perros y gatos fueron recogidos en el año 2023 según destaca el Estudio de Abandono y Adopción 2024.
Sin embargo, hay lugar a la esperanza. Lo demuestran casos como el del perro pastor Pero, que recorrió más de 400 kilómetros para reencontrarse con sus antiguos dueños. Al parecer sus antiguos propietarios se lo habían dado a un granjero que necesitaba un perro pastor, pero Pero no se encontraba conforme y decidió volver a casa, tal y como explicaba, la BBC.
También sucedió lo mismo con Bobby, The Wonder Dog —el perro maravilla— de Silverton, EE UU, una mezcla de collie escocés de dos años que, hace 100 años, se perdió en Indiana y recorrió 2.800 millas (4.500 km) para llegar a casa. La historia es cuanto menos curiosa y esperanzadora. Su dueña estaba de visita en casa de unos familiares para celebrar el Día de la Independencia, había fuegos artificiales y el perro se escapó asustado. Le buscaron sin descanso pero tuvieron que volver a casa cuando las búsquedas no dieron frutos, un tiempo después su perro volvió a casa como si de un milagro se tratara.
¿Qué ocurre en estos casos? ¿Cómo es posible que puedan regresar a casa teniendo en cuenta la considerable distancia en la que se encuentran? Anna Sólyom habla sobre ello en su libro ‘El perro que seguía a las estrellas’ (editorial VR Europa), una historia que precisamente está inspirada en el caso de Bobby, The Wonder Dog. “Lo descubrí en una noticia sobre perros que han cubierto largas distancias para encontrar a sus amos. También me inspiré un poco en el personaje de Michael Landon, el ángel protagonista de la serie “Autopista al cielo” que volvimos a ver con mi pareja y amigos durante los primeros meses de la pandemia”, explica a Informativos Telecinco.
Nacida en Budapest, Anna Sólyom se dedica a la terapia psicocorporal especializada en traumas y es una ferviente defensora del mundo animal. Ella tiene una explicación sobre cómo es posible que un perro perdido encuentre el camino a su hogar: “Los perros, como la mayoría de los animales, son capaces de sentir los campos magnéticos de la tierra, y saben orientarse gracias a ellos. Además, tienen una brújula de amor, y el Dr. Rupert Sheldrake ha demostrado que hay un campo magnético específico que une el animal a su familia. También se ha conocido el caso de caballos que han regresado a sus dueños originales después de haber sido vendidos”.
El sentido del olfato también juega en su favor, ya que pueden detectar nuestro olor a unos 20 kilómetros de distancia. Esto explicaría que los perros ya sepan que llegan sus dueños a casa mucho antes de que entren por la puerta. A su olfato se le añaden sus poderosos oídos, que son capaces de reconocer y orientarse a través de los distintos sonidos. Pero, sin duda, podrían resolver este misterio los estudios que demuestran que los perros utilizan el eje norte-sur y los campos magnéticos de la Tierra para poder orientarse. Esta característica la comparten con otros animales como los pájaros, por ejemplo.
La relación que se establece entre seres humanos y perros es tan especial que les convierte no solo en animales de compañía, sino también en sanadores. Desde hace años, los perros sirven de ayuda en numerosas terapias con personas con enfermedades, trastornos o situaciones traumáticas. “Tanto en la vejez como para personas que viven solas, pueden ofrecer una compañía maravillosa, y como sí o sí hay que pasear con ellos, también es una cita diaria con nosotros mismos para mejorar la salud. Los perros son también reconocidos terapeutas a la hora de acompañar a niños autistas o incluso a personas que viven, por ejemplo, con epilepsia, ya que un perro puede señalar que está llegando un ataque un poco antes de que esto pase. Yo conocí a una perra terapeuta que trabajaba con una psiquiatra. Sus pacientes siempre se sentían más tranquilos cuando Mása estaba en la sesión. Al acariciarla, se sentían más seguros”, subraya la terapeuta Anna Sólyom.
En sus palabras el vínculo que se establece con cualquier animal resulta sanador. “Nos devuelve nuestra humanidad, inocencia y esperanza. En un experimento en Carolina del Sur de los EE UU, se puso a perros y gatos callejeros al cuidado de presos como parte de su terapia. También se organizó una terapia canina en la cárcel de Valdemoro de Madrid en 2019. El programa contribuyó a reducir la ansiedad de los presos, además de promover el equilibrio mental y de mejorar la relación entre todos”.
Los beneficios de compartir la vida con un perro están reconocidos por numerosos estudios. Por ejemplo, así lo afirma la teoría de la biofilia del científico americano Edward O. Wilson que dice que tener un perro nos hace ser más conscientes del entorno natural generando una conexión innata. De acuerdo con Odeendaal (2000), el contacto con un perro con el cual existe un vínculo afectivo hace que liberemos oxiticina, la hormona relacionada con el placer. Además, se reduce el estrés y aumenta el nivel de endorfinas, responsables de la sensación de bienestar. Es curioso que también están recomendados para mejorar la salud mental y emocional de los niños, así lo asegura en un informe la Fundación Affinity. En este caso tener un perro en casa les ayuda a gestionar mucho mejor emociones como el miedo y la tristeza, y les ayuda a generar compasión y empatía.
“Los perros son capaces de oler las emociones –es decir, el cambio fisiológico que se produce en el cuerpo gracias al cambio de los humores–. Eso explica, en parte, su extraordinaria empatía. Cuando te sientes mal, física o emocionalmente, el perro estará ahí para apoyarte. El humano habla perro, y el perro habla humano. Nos entendemos a través de los movimientos del cuerpo, de la expresión corporal, del tono de voz, de los ojos y, claro, también a través de las palabras. Todos sabemos comunicarnos y observar. Lo compartimos por nuestra naturaleza mamífera”, expresa Anna.
Por eso no es de extrañar que el duelo después de una muerte o una desaparición sea la misma que la de una persona querida. Sobre este tema lleva años trabajando la escritora Laura Vidal, su libro ‘Espérame en el arcoíris: Cómo afrontar el duelo por la pérdida de tu mascota’ ha sido traducido a varios idiomas y es un referente para aquellos que han perdido a sus perros.
“Se requiere hacer el luto necesario, y a veces se necesita acompañamiento. Los animales son como seres sintientes nosotros, y suelen vivir menos, pero su partida duele igual. Si alguien tiene un vínculo profundo con un animal, el dolor de perderle es equivalente al de una persona. Tengo un paciente que está cerca de los cuarenta y no pudo asimilar el dolor que todavía lleva con él por la muerte de su perro cuando tenía dieciséis años, y porque no pudo despedirse de su mascota”, añade Anna Sólyom.
Y, ¿cómo les afecta a ellos la muerte? De sobras es conocida la historia de Hachikō, el perro japonés que esperó a su dueño durante nueve años en el mismo después de que este falleciera. “Está estudiado que los perros también pueden sentir depresión y su ánimo decae cuando pierden a sus seres queridos –tanto humanos como otros animales que han vivido con ellos–. Creo que, para un perro, sería el mismo cuidado que ofrecemos a alguien que pasa por un duelo: mimos, buena comida, acompañamiento, excursiones… Cuando alguien se va, los que se quedan deben multiplicar su amor”.
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