Fue justo hace 20 años, un 12 de febrero de 2005, cuando una enorme columna de fuego y humo hacía saltar las alarmas en pleno centro financiero de Madrid. La torre Windsor, de 106 metros de altura y 32 plantas, estaba ardiendo ante el estupor de todos. Hoy, dos décadas después, entre los rescoldos de lo ocurrido todavía hay diversas dudas e incógnitas sin resolver. Jon Imanol Sapieha Candela, un ladrón conocido como ‘El Sapo’’, asegura que es el autor de los hechos, como recoge ‘Sapo S.A. Memorias de un ladrón: el incendio del Windsor’, emitido en Cuatro.
En aquellos momentos, la torre Windsor era el octavo edificio más alto de Madrid. Ubicado en la zona comercial, de oficinas y de ocio de Azca, muy próxima al Paseo de la Castellana, su construcción arrancó en 1975 y finalizó en 1979, obra de los arquitectos Genaro Alas y Pedro Casariego, y propiedad de la inmobiliaria Asón.
A lo largo del ya icónico aunque infausto edificio se extendían 31 plantas. 21 de ellas pertenecían a la auditora estadounidense Deloitte, para la que trabajaban una mayoría de los 2.000 empleados que cada día acudían a las oficinas de la torre, que estaba siendo reformada desde hacía dos años y medio.
Paradójicamente, parte de esa reforma era también para adaptar el edificio a la normativa contra incendios.
Las llamas se desataron el 12 de febrero de 2005 ante el estupor de los testigos de la zona y al caer la noche. En pocas horas, el fuego se extendió convirtiendo la torre Windsor en una columna de fuego que calcinó 15 plantas. Con el humo extendiéndose por todo el lugar, pronto toda la atención social y mediática pasó a centrarse en lo que estaba ocurriendo.
No fue hasta las 23:00 cuando los bomberos, tras recibir el aviso, procedieron a realizar las labores de control del fuego. Del edificio solo quedó, aunque dañado, el esqueleto de la estructura de hormigón.
Tras lo ocurrido, llegaron las hipótesis y las investigaciones, y con ello las incógnitas.
Las certezas sobre el caso apuntan que, pasados unos minutos de las 23:00 horas se activó la alarma de incendios con la que estaba equipado el edificio. Fue entonces cuando el vigilante de seguridad que allí se encontraba percibió el aviso y alertó a un compañero, que, tras consultar el cuarto de ordenadores, subió hasta la planta 21 para comprobar que, efectivamente, había humo proveniente del despacho 2.109.
Pronto, las llamas comenzaron a extenderse y, ante la imposibilidad de extinguirlas, los vigilantes avisaron a los bomberos, que llegaron al lugar cerca de las 23:30 horas.
Justo cuando se disponían a acceder al interior del edificio para achicar las llamas en la planta 21, uno de los miembros de la dotación advirtió de que el fuego había roto por la fachada que daba al paseo de Castellana. En esos momentos, el fuego, descontrolado, aumentaba en su tamaño, haciendo muy peligroso permanecer en el interior ante el riesgo de desplome.
Consumiendo el edificio, la torre Windsor estuvo ardiendo toda la noche, hasta las 11:00 horas del día siguiente, domingo 13 de febrero, cuando los bomberos avisaron de que estaba controlado, aunque todavía permanecieron activos algunos focos en su interior hasta las 13:00 horas.
Como resultado del desastre, el esqueleto del edificio, con una estructura sumamente “inestable”, no dejó más opción que su demolición; una tarea que se inició el 2 de marzo, que duró 6 meses y que costó 17 millones de euros.
La investigación del caso recayó en el Juzgado de Instrucción número 28 de Madrid que tardó casi un año hasta determinar su sobreseimiento al estimar que no existía responsabilidad penal.
Únicamente se determinó un foco de fuego, el de la planta 21, despacho 2.109, según el auto del juez. Dicha dependencia estuvo ocupada desde las 16:00 horas hasta las 23:00 horas por una empleada de Deloitte, que admitió ante el juez haber fumado varios cigarros en la estancia, el último media hora antes de abandonar el lugar, pero defendió haberlos apagado correctamente.
Ante ello, el magistrado arguyó que no concurrieron "indicios para poder establecer un engarce causal entre el consumo de cigarrillos y el origen o propagación del incendio". Su razonamiento se fundamentó en el informe de los peritos, que determinaron que no había causas que evidenciaran "la utilización de acelerantes en la combustión en ningún lugar del inmueble, no concurriendo indicio alguno que permita concluir en la intencionalidad del fuego".
En ese punto, con múltiples dudas y la incertidumbre marcando la base del caso, se desataron todo tipo de hipótesis. Una de ellas apuntaba a que el incendio hubiera sido intencionado; una hipótesis que alimentaron las dos siluetas humanas que se pudieron ver en el edificio después de que los bomberos lo abandonaran inicialmente; impulsada además por el hallazgo de un candado forzado y un butrón en los bajos de la torre.
Concretamente, en uno de los vídeos incorporados en la investigación aparecían focos de luz y sombras de figuras humanas, lo que desató la posibilidad de que hubiera algún interés detrás del suceso.
Este material no había sido manipulado, así que el juez aseveró que "aunque se pudiera admitir la posibilidad de la presencia de personas en el interior del edificio Windsor, no existía evidencia alguna de que ello pudiera haber tenido alguna incidencia en la causación o propagación del incendio".
Por su parte, el butrón hallado en la pared de una de las oficinas situada en la zona del garaje que comunicaba con el interior de la torre opacó también otros aspectos de la resolución judicial.
El informe pericial aclaró que se trataba de un hueco pequeño realizado en un panel de pladur por el que difícilmente podía pasar una persona delgada.
Pese a ello, dos décadas después, la causa real del incendio permanece sin resolverse y, lejos de desaparecer las dudas, se mantienen y reavivan. Jon Imanol Sapieha Candela, alias ‘El Sapo’’, asegura que es el autor de los hechos.
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