El término "impuesto de los tontos" se refiere a la idea de que la lotería es una manera en la que muchas personas entregan su dinero al estado a cambio de una probabilidades extremadamente bajas de ganar.
El origen del término se atribuye a Oscar Wilde, quien argumentaba que jugar a la lotería, desde un punto de vista económico y racional, es una inversión perdedora: las probabilidades de obtener el premio mayor son tan ínfimas que, estadísticamente, la mayoría de los participantes terminan perdiendo su dinero. De hecho, en la Lotería de Navidad de España, solo una de cada 100.000 posibilidades resultará en el premio mayor, y aproximadamente el 85% de los boletos no están premiados ni siquiera con un reintegro.
Eso sí, se reparte cerca del 70% de la recaudación, lo que es una cifra elevada para los estándares habituales de los sorteos de lotería. El otro 30% se lo lleva “la casa”, el estado, que es el ganador seguro y con 100% de probabilidad en cada sorteo de la Lotería de Navidad.
En el análisis económico de la lotería, la compra de un boleto puede parecer una transacción irracional, pero hay más en juego que una simple apuesta con probabilidades desfavorables. La lotería permite a las personas soñar, por un breve momento, con la posibilidad de cambiar sus vidas. Según algunos economistas, esto crea un "valor de utilidad" no económico, ya que la ilusión de ganar y la conversación en torno a qué se haría con el premio genera satisfacción y esperanza en muchas personas, algo que, para algunos, justifica el precio del décimo.
Otro aspecto importante a tener en cuenta es el de la "envidia preventiva". Son muchas las personas que participan en el sorteo simplemente para no ser las únicas sin premio si sus conocidos ganan. Este "seguro emocional" tiene un valor que trasciende la racionalidad matemática de las probabilidades, dado que la posibilidad de quedar excluido del momento de celebración puede ser más aterradora que perder el dinero gastado en un boleto.
A pesar de las bajas probabilidades de ganar, la Lotería de Navidad se ha convertido en una de las tradiciones más arraigadas en España. Cada año, millones de personas se apresuran a comprar décimos, haciendo largas filas en administraciones consideradas "de la suerte". Este fenómeno no tiene una explicación económica racional, sino que responde a factores psicológicos, sociales y emocionales. Muchas personas juegan impulsadas por el deseo de compartir el sueño de ganar con sus amigos, familiares y compañeros de trabajo. La compra de un billete de lotería no solo es una esperanza de obtener dinero, sino una experiencia comunitaria que refuerza lazos sociales.
A pesar de la popularidad de la lotería, muchas voces critican la noción de que se trata de un juego inofensivo. Algunos economistas y analistas consideran que la lotería es un mecanismo regresivo que afecta desproporcionadamente a los sectores con menos recursos económicos, quienes son más propensos a jugar con la esperanza de salir de situaciones financieras difíciles. Esta dinámica es la razón por la cual el término "impuesto de los tontos" cobra mayor relevancia, ya que implica que quienes más juegan son los menos informados sobre la improbabilidad real de ganar.
El concepto de la lotería como "impuesto voluntario" tiene también una dimensión ética que ha sido debatida a lo largo de los años. Los críticos sostienen que el Estado está explotando la esperanza de los ciudadanos para obtener ingresos, ya que una gran parte de los fondos recaudados no se destinan a los premios, sino que son canalizados hacia las arcas públicas.