Los últimos militares de Ucrania resisten en la acería de Mariúpol. Es el pequeño reducto que las tropas rusas todavía no controlan de la ciudad costera. La estrategia del presidente ruso, Vladímir Putin, es clara: "Que no entre ni salga una mosca". Eso le ha ordenado a su ministro de Defensa, Sergéi Shoigú.
Los ucranianos controlan a la perfección la ubicación estratégica. Cuentan con una red de túneles que dificulta el asalto ruso a la siderúrgica. Tiene miles de escondrijos en sus 11 kilómetros cuadrados de extensión. Consciente de la dificultad, Putin opta porque la inanición y la falta de medicamentos les obligue a salir tarde o temprano. Esta es una táctica que se ha utilizado desde hace cientos de años.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, se acoge a esta pequeña Galia para asegurar que la ciudad no está perdida del todo. Sin embargo, la moral es baja entre los soldados ucranianos presentes en la acería. Allí quedan entre 1.000 y 2.000. Pertenecen al batallón Azov, de ideología nazi. Han pedido la intermediación de organismos independientes que aseguren su evacuación. También hay un millar de civiles, la mayoría son personas mayores y niños.
El dirigente ha calificado la situación en Mariúpol de "difícil". Todavía niega que haya sido tomada por completo. Ha añadido que hay 120.000 civiles atrapados en la ciudad situada al sureste de Ucrania, según sus palabras tras la visita de sus homólogos de España, Pedro Sánchez, y de Dinamarca, Mette Frederiksen. "Ha habido una proposición de intercambio de heridos", ha añadido para matizar que no ha recibido respuesta de Rusia.