Cada cierto tiempo salen a la luz en India atrocidades que guardan un denominador común: la violencia sexual - donde en numerosas ocasiones las víctimas son niñas menores de edad - exacerbada por la discriminación de casta, de raza o de religión. Por cada aberración que se hace pública hay varias que pasan desapercibidas y sin responsabilidades; prescriben automáticamente porque los parias y las minorías, por no tener, no tienen ni muchos derechos fundamentales. En ocasiones, los autores de los abusos son funcionarios públicos o líderes religiosos con capacidad para cegar a los familiares de sus víctimas y a la Justicia. No siempre lo consiguen.
El sacerdote hindú del crematorio de una comunidad paria (última capa del estrato social de castas) ubicado en Nueva Delhi comunicó a la madre de una niña de nueve años de edad que su hija había fallecido electrocutada. Le mostró su cuerpo inerte. Entre él y otros tres trabajadores la convencieron para que la pequeña fuera incinerada, y así fue. La realidad confirmada por las autoridades es que la pequeña fue a buscar agua al crematorio y allí se topó con el clérigo y tres de sus trabajadores. Entre todos abusaron sexualmente de ella hasta que perdió la vida. Los hechos ocurrieron el 1 de agosto, y al día siguiente, los presuntos autores de esta barbarie fueron detenidos y acusados de violación, asesinato y destrucción de pruebas, entre otros delitos. Un mes y medio más tarde, aún no se les ha declarado culpables de unos crímenes que podrían acabar en pena de muerte.
Hace justo un año, una mujer paria de 19 años de edad también falleció tras una violación en grupo y un mes antes le sucedió lo mismo a una niña de 13 años de edad. Los sucesos se acumulan en una sociedad en la que, según cifras oficiales de la Oficina Nacional de Registros de Delitos (NCRB), en 2019 se produjo una violación cada 16 minutos y en 2018, una cada cuarto de hora - reportadas -. Tal y como refleja un informe de noviembre de 2020 realizado por la organización independiente, Equality Now, las castas dominantes utilizan la violencia sexual para oprimir a las mujeres y a las niñas parias.
“Casi 10 mujeres o niñas paria son violadas cada día en todo el país, lo que demuestra el carácter endémico de este delito. La violación también se utiliza como medio de poder para oprimir a las mujeres y niñas paria”, indica el informe. “Sin embargo, incluso aunque estas cifras son alarmantes, subestiman los números reales, ya que sólo se denuncia una parte de los casos. A las supervivientes de la violencia sexual, en particular las mujeres y niñas parias, se les silencia sistemáticamente mediante amenazas y presiones”, prosigue.
Existe una cultura de violencia, de silencio y de impunidad donde las víctimas y sus familiares temen denunciar porque suelen ser humillados por la policía e incluso están sujetos a las represalias, las amenazas y las intimidaciones de sus atacantes. Todos, las autoridades y los violadores forman parte de la clase dominante, y en muchos casos, son ellos los que arrebatan cualquier derecho a los parias. Al no tener voz, nadie les escucha. Esta organización sin ánimo de lucro ha pedido en varias ocasiones al Gobierno que garantice una mayor responsabilidad policial y una aplicación efectiva de la ley para proteger a las minorías silenciadas.
Las estimaciones sobre las violaciones no denunciadas en India varían mucho dependiendo de la fuente. El informe de la NCRB habla de un 71 por ciento de los delitos de violación que no se denuncian. Según la investigadora, Madiha Kark, sus cálculos estiman que un 54 por ciento de los casos no se reportan a las autoridades, mientras que las cifras más bajas son las de la Organización de las Naciones Unidas, que en un estudio menciona un 11 por ciento de violaciones silenciadas.
Una de las historias que se relatan en el informe de Equality Now es el de una niña de 16 años que fue violada y grabada por 12 hombres pertenecientes a la clase social dominante. La adolescente se guardó lo sucedido durante nueve días hasta que al final se lo contó a sus padres. Tras consultar con el grupo de líderes ancianos de la comunidad decidieron ir a la policía pero de camino se toparon con algunos de los agresores. Les intimidaron y regresaron a sus casas sin denunciar los hechos. Esa misma noche, el padre de la víctima se quitó la vida. La lentitud en las detenciones y el proceso judicial, unido a la corrupción y a la concesión de libertades a los atacantes que fueron procesados y condenados a cadena perpetua, confirman que no se ha hecho justicia con la víctima por ser de una clase social inferior.
A pesar de que la jerarquía de castas se abolió en India en los años cincuenta, esta tradición social ancestral todavía prevalece en la sociedad hindú, la religión predominante en el país. Existen alrededor de 201 millones de personas en la clase social paria de los 1.300 millones de habitantes, y si se les llaman “los intocables” no es precisamente porque intimiden o porque cuenten con impunidad, sino porque no merecen ser tocados ni tratados. Además de la misoginia, del machismo y del clasismo, también hay un profundo racismo de los hindúes contra las minorías. En estos casos, la violencia sexual también es generalizada y silenciada.
Uno de los crímenes más escalofriantes golpeó a los gujjar, una de las más de una docena de etnias que conviven en el país, y se produjo en 2018. Asifa Bano era una niña de ocho años de edad que fue raptada mientras cuidaba del ganado en la zona montañosa de Cachemira y llevada a un templo ubicado en el bastión hindú de Jammu. Allí la sedaron, la violaron en grupo y la estrangularon antes de rematarla con dos golpes de piedra. En el atroz asesinato se vieron presuntamente implicados un exfuncionario del Gobierno, su hijo, su nieto, un amigo, cuatro policías y un clérigo hindú. Tres de ellos han recibido una pena de 25 años de cárcel. Está por ver si los acaban cumpliendo.
La brecha entre hombres y mujeres en India es alarmante y también se produce entre personas de la misma casta. Existe miedo a hablar o a realizar preguntas sencillas, muchas niñas no pueden recibir una educación porque les es imposible ir a la escuela por la amenaza a la violencia sexual, otras se arriesgan a ser culpabilizadas por trabajar de noche en caso de sufrir un ataque…
“Esto añade otra capa de opresión a la discriminación de casta y de género al que nos enfrentamos”, afirmó Mohini Bala, quien nació en el seno de una familia paria y fue capaz de labrarse un futuro distinto al de otras de sus familiares y amigas. Fue la primera en salir de su pueblo, consiguió una pareja sentimental elegida por ella y no por sus familiares, estudió Derecho y lleva 14 años trabajando en la organización sin ánimo de lucro, ‘Lucha de las Mujeres Parias’. Para ella, el porvenir de las mujeres de su comunidad sigue estando lleno de retos, aunque también vislumbra cierta esperanza.
“Las redes sociales se han convertido en una poderosa herramienta para que los parias compartamos nuestras propias experiencias vividas”, afirma Bala. “Antes, nuestras historias eran presentadas por personas de diferentes comunidades y no tenían eco en nosotros. “La conversación no debería ser trending topic pero tampoco debería apagarse”, sentencia convencida de que el sistema de castas “debe” desaparecer. También la visión que se tiene de la mujer y la impunidad entre los grupos de poder.