El Hospital de El Algodonal es uno de los hospitales centinela de Caracas seleccionados para tratar pacientes de coronavirus. Eso significa que allí pueden (y deben) llegar los enfermos que necesiten tratamiento. El Algodonal está custodiado por militares desde que comenzó la cuarentena y el acceso de personal sanitario y pacientes se hace a cuentagotas y bajo estrictas medidas de seguridad. En la puerta principal, aparte de los vigilantes habituales, hay cuatro milicianos (civiles vestidos de militares y que reciben instrucción de las Fuerzas Armadas) controlando el paso.
Sobre todo, no quieren prensa que pueda denunciar las circunstancias bajo las que se encuentra el centro. Al principio de esta crisis, los trabajadores del Hospital denunciaron públicamente que El Algodonal no tenía los medios para ser un centro centinela porque no contaba con insumos básicos como agua corriente o guantes y mascarillas para atender a los pacientes. “Está en ruinas desde hace 20 años”, decía una doctora frente a una multitud de cámaras de televisión cuando todavía se atrevían a hacer declaraciones.
No hay información sobre cuántos casos de coronavirus hay actualmente ingresados en este centro, ubicado en una zona popular al oeste de Caracas, lejos de todo. Según algunos trabajadores que prefieren no dar su nombre por motivos de seguridad y miedo a represalias, a día de hoy habría 6 casos positivos de COVID-19 (de los 135 reportados oficialmente hasta el momento) completamente aislados en El Algodonal.
Sobre si cuentan o no con los insumos necesarios para ser atendidos, explican que hasta el momento sí porque están llegando los cargamentos de ayuda humanitaria enviados por China.
Cuidar a la población más vulnerable y fomentar la prevención frente a la pandemia es imprescindible en países como Venezuela, sumido en una profunda crisis económica que previsiblemente se agravará tras la cuarentena. Las sanciones económicas de EEUU, el precio del barril de petróleo a mínimos históricos (16 dólares por barril) y la situación deficitaria de la infraestructura de los servicios básicos del país no ayudan. Así que, el gobierno de Nicolás Maduro fue el primero en decretar la cuarentena total para evitar que la gente se contagie.
Ahora toca concienciar a una población acostumbrada a estar en la calle y a salir a diario a trabajar para poder subsistir. Eso sí, la experiencia de vivir en una emergencia constante ha hecho que, por el momento, los venezolanos estén acatando con bastante paciencia las medidas de confinamiento.
Los trabajadores sociales de El Algodonal, por iniciativa propia, han decidido salir dos veces por semana a informar a los vecinos de la zona sobre la pandemia: qué es el virus, cómo evitar contagios, qué hacer si se enferman. Están haciendo lo que aquí llaman un “casa por casa”. Recorren las calles del barrio que rodea al hospital, de clase popular, y hacen un seguimiento detallado de la situación en la que se encuentran los vecinos.
Para el acceso, difícil en ocasiones, porque nadie quiere extraños en casa y mucho menos dar a conocer sus miserias y necesidades, cuentan con la ayuda de los denominados “líderes comunitarios”, hombres o mujeres encargados de llevar un inventario de la situación de la comunidad y de otras tareas como el reparto del CLAP, la caja de comida con alimentos no perecederos subsidiados por el gobierno que, hoy, más que nunca, se ha convertido en un indispensable contra el hambre.
José Ibarra es el jefe de los trabajadores sociales de este hospital. Camina junto a Ángela Mota y Aura Jiménez, las dos lideresas comunitarias que le van señalando los casos de mayor riesgo. José se ha echado al hombro una bolsa con un megáfono para el perifoneo pertinente y explica lo que van a hacer durante el recorrido. Esto mismo lo repetirá más tarde por el altavoz en su ruta callejera:
“¿Qué hablamos con la población? Sobre el distanciamiento social que deben mantener cuando van a comprar, por ejemplo. Nos hemos dado cuenta de que la gente no está acatando las normas respecto a ese distanciamiento social. También les explicamos la importancia de quedarse en casa durante la cuarentena y que solo un miembro de la familia debe ir a hacer las compras para todos. Además, les hablamos sobre las medidas básicas de higiene: lavarse las manos, limpiar con cloro la vivienda, quitarse los zapatos al llegar a casa…”.
Todos los vecinos con los que se encuentran los trabajadores llevan tapabocas pero muchos son artesanales y algunos de ellos solo cuentan con una sola capa de tela, insuficiente, según la OMS, para evitar el contagio. Además, según los sanitarios, los jóvenes entre 15 y 22 años todavía se resisten a llevarlo.
José, Aura y Elena llegan a casa de Jesús, un anciano de 88 años enfermo de diabetes, potencial grupo de riesgo en caso de enfermarse de COVID-19. Su casa es el típico rancho lleno de carencias: oscuro, frío, claustrofóbico y húmedo. Hay agua esparcida por el suelo de todas las habitaciones y un póster de Simón Bolívar encabezando la pared principal de la entrada.
José le pregunta con quién vive, de qué vive, cómo consigue las medicinas. ¿Las consigue? Jesús no parece muy preocupado por el coronavirus pero lleva una mascarilla de tela cuando le sorprende el grupo de trabajadores. Tras la entrevista, se despide displicente y promete llamar al 0800 en caso de notar algún síntoma que pudiera indicar que tiene el virus maldito.
Desde hace varios días, echar gasolina en Caracas es un quebradero de cabeza. Sin que se haya producido ningún anuncio oficial por parte del gobierno, la mayoría de las gasolineras de la ciudad han dejado de funcionar y las pocas que todavía abren lo hacen con un horario muy reducido y dispensan a gusto de los militares o policías que las custodian. Algunas solo surten a aquellos que posean salvoconducto: médicos, vehículos oficiales, periodistas, trabajadores de la alimentación o previo pago de dólares en efectivo a las autoridades.
Las colas de coches que se forman, esperanzados de poder llenar sus depósitos (cuando pueden porque la restricción incluye despachar solo 20 litros por vehículo), son kilométricas y algunos usuarios han esperado hasta 12 horas para poder surtirse.
En el interior del país, la situación es todavía más dramática y el contrabando, habitual en zonas fronterizas, está comenzando a ser una opción (en pocas semanas parece que será la única) en la capital. En un país donde la gasolina no cuesta nada (literalmente) y que cuenta con las mayores reservas petroleras certificadas del mundo, en tiempos de cuarentena, el preciado litro de combustible ya se vende en el mercado ilegal a un dólar y se estima que aumente a medida que se impongan más restricciones.
Otra de las consecuencias perceptibles que está trayendo el confinamiento en Venezuela es el mal funcionamiento de la red de internet, ya de por sí pésima, en el país caribeño.
Según el Speedtest Global Index, Venezuela tiene la velocidad de internet más lenta de América Latina y ocupa el puesto 139 de un ranking de 175 países. La subsidiaria de Telefónica en el país, Movistar, ha señalado que el aumento del uso de datos durante los primeros cinco días de cuarentena en el país, fue igual al de todo 2019, y eso a pesar de que se han perdido millones de usuarios en los últimos años por la crisis.
La falta de inversión, la deficiencia de las infraestructuras, los apagones masivos y el abandono generalizado son los motivos que explicarían, según los expertos, la mala calidad de las telecomunicaciones de internet de Venezuela respecto a otros países de la región.