Cualquier persona es susceptible de padecer una enfermedad mental. Y eso es lo que asusta. La genética influye, sí, pero no es exclusiva o determinante, e importa mucho más el entorno en el que nos desenvolvemos. Así lo explica Marisol Ramírez, presidenta de Psicólogos Sin Fronteras de Venezuela, preocupada por el aumento de casos de enfermos con trastornos mentales que se están dando en el país caribeño debido a la emergencia humanitaria. El coronavirus ha sido la guinda al desastre.
"La enfermedad mental es un estado de desequilibrio que nuestro cuerpo experimenta ante una cantidad de eventos que posiblemente están acumulados y no resueltos", explica Ramírez a Nius.
"Es una respuesta emocional ante circunstancias que no se atienden, que se desconocen y que producen una serie de trastornos que nos impiden manejar nuestra situación con el mundo”, continúa. “Puede haber algún componente familiar o hereditario, pero la mayoría de estos trastornos se dan a lo largo de la vida porque son situaciones que tienen que ver con momentos o crisis que no hemos podido resolver, o que hemos pospuesto y pensamos que el tiempo lo va a resolver sin hacer nada”.
La Organización Mundial de la Salud define las enfermedades mentales como la ruptura del bienestar y, de acuerdo a sus estadísticas, constituyen alrededor del 15% de la carga mundial de la enfermedad.
En Psicólogos Sin Fronteras en Venezuela están preocupados por el aumento de llamadas de auxilio que están recibiendo por parte de ciudadanos desesperados que no saben qué les pasa y que marcan su número telefónico de atención gratuita buscando respuestas. Ante la falta de un servicio público estatal, organizaciones como la que preside Marisol Ramírez están realizando un trabajo voluntario atendiendo en la medida de sus posibilidades a personas con algún tipo de trastorno emocional. Las cifras son alarmantes y la pandemia las ha disparado. El número de llamadas y de asistencia en consulta se ha incrementado en un 40% en apenas siete meses.
En PSF comenzaron con este servicio de atención telefónico en 2015, y ofrecen asistencia de psicoterapia breve de urgencias para que la persona haga foco en la situación, reconozca el problema y en base a sus recursos pueda tomar soluciones.
En 2019, bajo esta metodología atendieron a 900 personas en todo el año. Solo este año 2020, entre el 16 de marzo (fecha en la que se decretó la cuarentena en Venezuela que continúa vigente salvo algunas excepciones semanales de flexibilización de algunos sectores o servicios) y el 30 de septiembre, PSF ha atendido a más de 3.000 personas y han dado más de 5.500 citas telefónicas. De todas ellas, un 70% son mujeres, que sin duda son las más afectadas en Venezuela por la crisis debido al carácter eminentemente machista de su cultura y su idiosincrasia.
“La mujer está doblemente afectada porque según la última Encuesta de Condiciones de Vida del país (ENCOVI), la pobreza es mayor entre las mujeres que los hombres que, en general, dependen económicamente del varón, están peor pagadas en sus empleos en caso de tenerlos, y además son las que llevan el cuidado del hogar, la familia y los hijos, ahora en casa por la pandemia, por lo que el estrés se multiplica”, explica Ramírez.
Son, además, las que cuidan a los familiares mayores y las que lidian cada día para conseguir la comida y para hacer malabares con una economía cada vez más devaluada debido a la hiperinflación galopante que sufre Venezuela. El bolívar, la moneda nacional, ha sufrido durante las últimas semanas, una de sus caídas más estrepitosas respecto al dólar y en estos momentos, el salario mínimo mensual legal del país caribeño se encuentra en 0,9 céntimos de dólar, uno de los más bajos de su historia.
Para atender los trastornos mentales de las mujeres venezolanas, Psicólogos Sin Fronteras ha establecido una alianza con varias organizaciones feministas como AVESA, y han puesto en marcha una línea telefónica de psicoapoyo que bajo la etiqueta #PorNosotras se promocionan en redes sociales como un servicio gratuito debidamente atendido por psicólogas capacitadas.
Casi todas las llamadas de auxilio a PSF se encuadran en los cinco trastornos o situaciones más frecuentes de estos meses: trastorno mixto ansioso-depresivo, conflictividad en la pareja (la violencia intrafamiliar contra la mujer ha crecido exponencialmente durante el confinamiento), trastorno de adaptación, trastorno de ansiedad generalizada con episodios de pánico e ideación suicida; y episodios depresivos en general.
“Vamos hacia un recrudecimiento de la situación”, afirma Ramírez. “Venezuela tiene todos los requisitos para el desarrollo de enfermedades mentales entre su población: inseguridad ciudadana, inseguridad personal, alimentaria, sanitaria; el fenómeno que estamos viviendo con la cuestión del éxodo migratorio y cómo afecta a la ruptura de las familias. Vivimos inmersos en un sistema donde se ha perdido la calidad de vida, el respeto a los Derechos Humanos… El clima es extremadamente frágil emocionalmente hablando”, sentencia.
Y ante una emergencia mental de este tipo el gobierno de Nicolás Maduro no da respuestas. En estos momentos, en Venezuela, no existe la posibilidad de la hospitalización psiquiátrica en un hospital público. Los pacientes de este tipo solo tienen la posibilidad de acudir a una consulta con un psiquiatra después de esperar horas en las puertas de un hospital público para ser atendido. Y la mayoría de los días se vuelven a casa igual que llegaron: sin atención y sin respuestas.
Las clínicas privadas sí ofrecen este servicio, pero a precios imposibles. Las tarifas que manejan por hospitalizar a un paciente con algún tipo de trastorno mental oscilan entre los 900 y los 1.000 dólares diarios. Las consultas privadas de psiquiatras también existen en Venezuela, por supuesto, con precios entre los 30 y los 40 dólares por visita, algo que la mayoría de venezolanos no se puede permitir.
El servicio de ambulancias públicas tampoco funciona. Según explica Marisol Ramírez, el pasado mes de octubre tuvieron que atender desde PSF un brote de una enferma esquizofrénica que había comenzado a amenazar a sus vecinos mientras se paseaba por su condominio completamente fuera de sí. Cuando llamaron a una ambulancia para que viniera a buscarla no llegó hasta tres días después. Al final, tuvieron que atenderla como pudieron desde su organización y con sus recursos personales, por una cuestión de humanidad y vocación.
“El estado venezolano tiene un modelo de país en sus cabezas que es distinto a lo que los ciudadanos de a pie vivimos”, asegura Ramírez.
Belkys Romero es una jubilada de 60 años que trabajó en la administración pública ocupando cargos de dirección. Aparte de eso estuvo cuidando a su madre enferma y con una degeneración neurológica durante ocho años de su vida y hasta el pasado mes de octubre, que falleció.
Belkys fuma para controlar la ansiedad y quiere dejarlo, pero el médico le dice que mejor que no. Que, en su caso, ayuda. Un pitillo de vez en cuando es su mal menor.
El pasado mes de junio comenzaron los síntomas y los diagnósticos: ansiedad, depresión, neuropatía periférica que le provoca dolores insufribles, como si le clavaran agujas, en las extremidades; y también algo poco frecuente y de reciente aparición en el mundo de la psiquiatría: lo que llaman el “Síndrome del Cuidador” y un trastorno por somatización, es decir, su psique utiliza como válvula de drenaje al cuerpo y por allí evacuar su conflictividad psíquica o emocional.
En su caso, el estrés y la carga emocional de haber tenido que cuidar a su madre completamente dependiente durante tanto tiempo en detrimento de su propia vida y en mitad de una crisis sin precedentes en Venezuela agravada por el confinamiento, le ocasionó la enfermedad.
Durante los meses de marzo y abril, cuando comenzó la pandemia y todo empeoró; cuando la muchacha que la ayudaba a cuidar a su madre tuvo que dejar de trabajar, cuando ella misma tuvo que dejar su empleo y comenzar a pasar los días completos entre la atención exclusiva a la madre incapaz y el estrés de resolver cuestiones básicas como la falta de agua, la falta del servicio de telecomunicaciones o la falta de alimentos, Belkys comenzó a tener fiebres altas y un día se desplomó. Literalmente.
“Fue una situación muy grave, empecé a sufrir hipertensión, me bajaron los niveles de potasio, comenzaron los pinchazos en las manos y los pies y no paraba de temblar y temblar”, explica Belkys a este medio en el salón de su casa en pleno centro de Caracas. “Me tuvieron que hospitalizar y los médicos no sabían qué me pasaba porque los exámenes neurológicos estaban bien; pero empecé a padecer taquicardias. Fue una cosa espeluznante. Se me eriza la piel cuando lo recuerdo”.
Belkys tampoco dormía. Y al final la mandaron a un psiquiatra que le explicó cómo su cuerpo estaba somatizando su depresión causada por el cuidado intenso de su madre, el miedo a su muerte y el estrés intensísimo provocado por la situación de emergencia absoluta en el país llevando su situación mental y física al extremo.
“Siempre he sido una persona muy activa y autoexigente. Cuando fui consciente de que ya no podía más y lo dije en voz alta, me di cuenta de que tenía una depresión; y al caer en la depresión lo somaticé todo”. Belkys tiene su teléfono móvil lleno de fotografías con su cuerpo enrojecido y lleno de sarpullidos. Las imágenes apenas tienen cinco o seis meses. Parece otra persona.
Comenzó a medicarse y su vida cambió. Las pastillas y la consulta la han estabilizado. Toma tres medicamentos y tiene suerte de que puede permitírselos, así como la visita a una consulta privada. Cada caja ronda entre los 5 y los 10 dólares y utiliza entre dos y tres cajas al mes de cada uno de ellos.
Aunque su pensión de jubilada no supera el dólar mensual, su apartamento tiene un anexo que ha conseguido alquilar en dólares y ese es su sustento y lo que por el momento la salva. Belkys nunca pensó que algo así la pudiera pasar a ella.
Por su parte, Tábata Pantoja, de 50 años, y que tiene una tienda en un centro comercial cerca de su casa, es bipolar. Se lo diagnosticaron hace diez años, cuando estaba en mitad de un viaje familiar y de repente tuvo una crisis. Ella cree que el detonante fueron unas tomas de ayahuasca que ese año había realizado en un taller de crecimiento personal.
Una crisis de Tábata consiste en que escucha voces, ve gente “fuera de lo común”, sufre alucinaciones, siente que la persiguen, que la gritan “groserías”, dice; y en su caso, se queda catatónica. Viaja a un mundo de introspección y no es capaz de hablar, comer o expresarse. Además, según explica, las voces la atormentan y le dicen que no merece vivir porque ella es mala persona y que va a destruir el mundo.
“Te quedas ahí en una nebulosa, como en una cápsula”, cuenta.
Pero con medicación, en su caso de por vida, una persona bipolar como ella puede hacer una vida normal. En abril volvió a tener una crisis. Hacía mucho tiempo que no le pasaba. Años. Pero de nuevo la cuarentena, la pandemia, el confinamiento, el estrés, la falta de servicios, sus padres lejos de Caracas, en un estado del interior del país donde la calidad de vida es todavía peor y donde los servicios son todavía más ausentes, y ellos son personas mayores, dependientes. Tábata explotó.
"Lo peor es que la gente piensa que estás loca, que eres lenta, y te miran como con pena".
El estigma y el tabú que acarrean los enfermos mentales en Venezuela es otro de los problemas con los que personas como Belkys o Tábata tienen que lidiar a diario. El miedo al qué dirán, la desinformación y la falta de recursos ofrecidos por el gobierno, así como la necesidad de atender cuestiones más urgentes como la alimentación diaria, la salud intrafamiliar o la educación de los hijos, provocan que la mayoría de personas no le den la importancia necesaria al cuidado de la mente, a pesar de que Venezuela se encuentra entre los países con más riesgo del continente latinoamericano de desarrollar este tipo de trastornos entre su población por la emergencia humanitaria que sufre.
El mensaje es claro. “Si usted cree que necesita ayuda, búsquela. No espere ni la posponga. No crea que el tiempo le va a resolver este problema. No confíe ni piense en la buena suerte o en el paso de los días. Eso no funciona. Si usted se siente deprimido, busque ayuda”. Marisol Ramírez abandera este alegato desde hace meses. Venezolanos, escuchen, y lean.