El sonido de las alarmas, el sonido del terror en Kiev, suena cada poco tiempo, “empezaron a sonar nuevamente, posiblemente un ataque aéreo y así estamos viviendo todos los días. La tercera noche la vivimos con un poco de tiroteos” nos cuenta Antonio, un argentino que lleva años residiendo en la capital y regenta un restaurante.
La rutina de sus habitantes, “salir corriendo a los refugios”. Al caer la noche es cuando Olek, todos sus vecinos y sus hijos entran el bunker del centro de la capital en el que viven desde hace días y que amablemente nos enseña. Ahí se guarece todo un vecindario. Nos muestra lo poco que se llevaron de sus casas, todos en silencio, preocupados.
En la habitación contigua encontramos un pequeño que se entretiene con una consola. En la siguiente a unos cuantos adultos ordenando la habitación, colocando las camas, divirtiendo a los más pequeños, aquellos que están ajenos a la realidad que se vive en su país.
Al amanecer, volvemos a la superficie, dónde Katerina nos muestra como ha quedado su edificio, su hogar, completamente bombardeado. Afortunadamente no hay muertos pero hay gente gravemente herida. Son los apartamentos de mis vecinos nos dice.
Ella, al igual que Julia, Antonio u Olek han decidido quedarse en su cuidad, con los suyos, “es nuestra tierra y queremos ayudar en lo que podemos a nuestro ejército para combatir por nuestra tierra”, una tierra sitiada por la guerra, que ellos defienden como pueden.