Australia pasará por las urnas este viernes (sábado en Oceanía) para ratificar en el poder por cuarta legislatura consecutiva a la Coalición Liberal/Nacional de centroderecha, encabezada por el primer ministro, Scott Morrison; o para brindar su primera victoria en 12 años al Partido Laborista que preside el candidato, Anthony Albanese. Las diferentes encuestas que se están publicando a escasos días de las elecciones federales brindan una ligera superioridad a la izquierda, sin embargo, aunque la Coalición gana terreno con respecto al comienzo de la campaña hace un mes y medio (e incluso se coloca por delante en algunos sondeos), los dos partidos principales están registrando una intención de voto inferior al 40 por ciento. Ningún candidato seduce con claridad al electorado en estos comicios en los que vencerá el menos odiado, no el más querido, y donde los partidos secundarios y postulantes independientes ganarán terreno en la que podría ser la Cámara de Representantes más repartida de los últimos años. En la actualidad, de los 151 asientos, 146 están ocupados por miembros de ambos partidos.
Sobre la mesa hay varios asuntos que preocupan a los votantes australianos pero hay uno que ha dictado los tiempos de la campaña: el alto coste de la vida, un tema que inquieta más que la seguridad nacional y la mala relación con China en un contexto que algunos analistas y exmiembros del Gobierno australiano han descrito como el momento más tenso que vive el país desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, sobre el electorado prima la urgencia del bienestar actual sobre un riesgo potencial.
La inflación se ha disparado a un 5,1 por ciento con la mayor subida de precios que se ha registrado en dos décadas. Como respuesta, el Banco de la Reserva de Australia anunció el 3 de mayo el primer incremento oficial de los tipos de interés en más de 10 años (elevaría el tipo de efectivo en 25 puntos básicos, hasta el 0,35 por ciento, desde el 0,1 por ciento).
Es necesario remontarse a los comicios de 2007 (en plena recesión) para encontrar una subida de los tipos de interés en plena campaña electoral, razón de sobra para que el apartado económico haya sido el que más ha enfrentado a ambos partidos. Si Morrison ha insistido en que Australia no es “inmune” a los efectos de la pandemia y de la invasión de Rusia a Ucrania, Albanese ha aprovechado para señalar que el contexto actual “no es excusa ante los ataques de la Coalición a los salarios y a la seguridad laboral en la última década”.
El bando conservador ha dedicado sus esfuerzos a intentar no politizar la subida de los tipos de interés a las puertas de la reelección o el ostracismo, y ha tratado de garantizar la “fortaleza y la resiliencia de la economía australiana”. El apartado de promesas de la Coalición incluye la congelación de las tasas de descuento y la creación de un ecosistema para la creación de 400.000 nuevas pequeñas empresas en cinco años. El cómo lo hará todavía es una incógnita. Los laboristas apuestan por subir el salario mínimo interprofesional un 5,1 por ciento y colocarlo a la par de la inflación.
Las últimas seis semanas también han estado marcadas por las torpezas de ambos candidatos. Si Albanese dio el pistoletazo de salida a su campaña sin saber la tasa de desempleo que existe en Australia (3,9 por ciento), Morrison siguió la estela de tropiezos e impopulares salidas de tono que le han perseguido durante su mandato. En un mes y medio ha dado tiempo a que otro miembro de su gabinete haya estado envuelto en un escándalo de violencia sexual que vuelve a poner sobre la diana a su partido (acusaciones similares se han sucedido durante su legislatura), ha ignorado la posibilidad crear una comisión de integridad, ha secundado comentarios contra personas transgénero vertidos por una integrante de su partido y se ha visto obligado a pedir perdón por su falta de sensibilidad hacia una madre con un hijo autista, a la que durante el primero de los tres debates presidenciales que se han celebrado comenzó respondiendo a su pregunta de la siguiente manera: “Jenny (su mujer) y yo hemos sido bendecidos, tenemos dos hijos que no han tenido que pasar por eso”.
Además, Morrison se ha convertido en el primer ministro desde 1969 que no ha acudido al Club Nacional de Prensa durante la última semana de la campaña electoral.
“En comparación con el resto del mundo, Australia ha hecho un buen trabajo en cuanto a COVID y tiene una economía fuerte con un índice de desempleo bajo así que no es extraño pensar que la Coalición pueda gobernar en una cuarta legislatura. El problema es que a la gente no le gusta el primer ministro y el Gobierno está encontrando dificultades para dar razones al electorado. Por otro lado, la oposición también está teniendo dificultades en presentarse como alternativa”, afirma a NIUS Haydon Manning, profesor de la Universidad Flinders.
Es una incógnita si a Morrison le pasará factura su mano blanda en la lucha contra el cambio climático en una legislatura que ha incluido los peores incendios (durante los cuales, el primer ministro se fue de vacaciones a Hawaii) y las inundaciones más agudas que ha sufrido Australia en décadas; o la cultura de masculinidad tóxica, con casos de agresiones sexuales vinculados con el Gobierno, como la violación a Brittany Higgins, una becaria que fue agredida en en 2019 en la oficina de la ministra, Linda Reynolds, por un miembro de su equipo; o si le afectará su tono beligerante con China, la adquisición de submarinos nucleares y su alianza con Reino Unido y Estados Unidos en el Indopacífico (AUKUS) o la reciente pérdida de influencia en Islas Salomón -ubicada a menos 2000 kilómetros de la costa Australiana- que ha derivado en un tratado en el que China podría construir una base militar en su territorio.
“La seguridad nacional no está marcando el devenir de las elecciones (por delante de coste de vida), pero si está dando un contexto en el que se celebrarán. No cambian el voto pero sí dan contexto”, señaló Brian Loughnane, Director de Campaña del Partido Liberal desde 2003 a 2016, en una conferencia de Lowy Institute a la que ha tenido acceso NIUS. Argumentación que coincide con la de Tony Mitchelmore, fundador de la consultoría Visibility, que se dedica a analizar campañas políticas. “La amenaza de China no se siente de manera directa o inminente, aunque sean conscientes de ello (los votantes). China está creciendo y lo perciben como una amenaza económica y como potencia”.
La campaña electoral llega a su fin y el electorado australiano acudirá a las urnas con el dilema optar por la continuidad o por el cambio. El sufragio es obligatorio y se lleva a cabo a través del voto por sistema de preferencia, es decir, que cada votante debe incluir en su papeleta una lista con sus candidatos preferidos en el orden deseado.
Si un candidato obtiene la mayoría absoluta de los votos de primera preferencia, gana el escaño. Si ningún candidato obtiene la mayoría absoluta, el candidato con el menor número de votos queda excluido y sus votos se redistribuyen según las segundas preferencias. El proceso de redistribución de los votos según las preferencias continúa hasta que un candidato obtiene más del 50% de los votos y resulta elegido.
Está por ver si primará la confianza ciega a unos laboristas fuera de forma, o el más vale malo conocido de una Coalición que podría erigirse como la salvadora económica aunque le pesan las vergüenzas. La tercera opción, la de optar por candidatos independientes y formaciones políticas secundarias generarían tensión en un sistema tradicionalmente bipartidista.