Poco ha cambiado en las últimas décadas la ambición de la República Popular de China en tener un control total sobre Taiwán, así como inalterable ha sido la defensa de Estados Unidos a la soberanía de la isla y la determinación de su gente en mantener su independencia. El último episodio de este duelo de sables entre dos de las mayores potencias militares del mundo es un calco de los anteriores, al menos en las formas: la intimidación.
En esta ocasión, las fuerzas aéreas de Pekín han sobrevolado durante las últimas semanas el espacio aéreo de Taiwán. Alrededor de 150 cazas J-16 y bombarderos H-6 han hecho saltar las alarmas de la isla ubicada a 161 kilómetros de la costa del gigante asiático; todo ello ante la atenta mirada de EE.UU. Se trata de la enésima muestra de fuerza en este histórico conflicto que, según los analistas y el propio Gobierno taiwanés, no está cerca de estallar, al menos por ahora.
“China no tiene en la actualidad la capacidad (de invadir Taiwán), pero debemos considerar las potenciales consecuencias. Creemos que en 2025, ellos tendrán una capacidad mayor”, ha declarado el ministro de Defensa taiwanés, Chiu Kuo Cheng.
Desde la perspectiva estadounidense, sin embargo, la invasión “está más cerca de lo que muchos piensan”, o así lo determinó el almirante, John Aquilino, antes incluso de la reciente incursión de aviones chinos en Taiwán. Esta idea se intuye también después de que The Wall Street Journal haya publicado que las fuerzas de operaciones especiales y los marines estadounidenses han estado entrenando en secreto a las tropas taiwanesas desde 2020. Según varios funcionarios de EE.UU., alrededor de 24 militares han instruido a las fuerzas terrestres y marítimas de Taiwán “durante al menos un año”. Precisamente éste ha sido el periodo en el que China ha intensificado las amenazas militares y la intimidación política contra la isla. Otro de los detonantes de la última oleada de coerción por parte de Pekín es la reunión que un alto funcionario del Departamento de Estado estadounidense ha mantenido en Taiwán durante septiembre, episodio que ha provocado el enfado de China.
“No envíen ninguna señal equivocada a los elementos independentistas de Taiwán si quieren evitar graves daños en las relaciones entre China y Estados Unidos”, han avisado.
Las tensiones, las amenazas, las campañas de intimidación y las intenciones estratégicas de las dos potencias en la región Indo-Pacífico han sido constantes y son la consecuencia de siglos de episodios que nutren de argumentos a uno y otro lado. Las primeras expediciones chinas a la isla se llevaron a cabo en el año 239, cuando estaba poblada por tribus indígenas. Éste es precisamente uno de los alegatos originales del punto de vista del Partido Comunista. Desde finales del siglo XVII a finales del XIX (1683-1895), Taiwán fue parte de la dinastía china, Quing.
Tras perder éstos la primera guerra sino-japonesa, la isla fue cedida a Japón, que dejó de tener soberanía sobre ella tras ser derrotada en la Segunda Guerra Mundial. Es en este punto donde ambas argumentaciones chocan. Tras la firma del Tratado de San Francisco de 1952 en el que los nipones pierden varios territorios, no se determinó a quien correspondería la soberanía de Taiwán. Los independentistas taiwaneses se agarran a este argumento, mientras que en China basan sus reclamaciones legales en el Acta de Rendición de Japón, donde se les dio permiso a permanecer temporalmente en Taiwán como “ocupación militar a la espera de nuevos acuerdos”.
Otro de los episodios clave para entender el conflicto actual fue el éxodo en 1949 de los miembros del Partido Nacionalista de China (KMT) a Taiwán después de que las tropas de Mao Zedong se hicieran con el control del país. Durante varias décadas, KMT fueron los encargados de formar Gobierno y a pesar de haber aplicado mano dura en la isla fueron ellos los que aceleraron el proceso democratizador de la mano de su último presidente: Lee Teng-hui, considerado el ‘padre de la democracia’ en Taiwán.
Contrarios a su independencia (y al concepto que impera en Hong Kong de “un país, dos sistemas”), fieles a la Constitución de China y con el propósito de derrotar al Partido Comunista desde la isla -y “reconquistar” China-, KMT perdió las elecciones en el año 2000. A 161 kilómetros de distancia, el Partido Comunista llevaba años entendiendo que su ansiado dominio sobre la isla sólo podía pasar por la intimidación militar. Desplegó sus fuerzas varias veces, y en 1995 se produjo el conflicto más tenso entre China y EE.UU. El presidente de Taiwán, Lee Teng-hui, aceptó una invitación a una universidad estadounidense para hablar del proceso democratizador de su país. Como reacción al que fue considerado como un “acto de aislamiento diplomático” por parte del Gobierno chino, el Ejército realizó una serie de pruebas militares con misiles en el Estrecho de Taiwán. El Gobierno de Bill Clinton respondió con el mayor despliegue de poderío militar en Asia desde la guerra de Vietnam.
A pesar de las diversas acciones militares, en 2004, Pekín aprobó la ley anti secesión, que estableció su derecho a utilizar “medios no pacíficos” contra Taiwán si intentara “separarse” de China. Ambos gobiernos nunca han podido reunirse ya que el Partido Comunista no ha dado legitimidad a ningún Ejecutivo taiwanés, por lo tanto, desde el prisma chino, no ha habido lugar para las conversaciones bilaterales.
A pesar de las diferencias, los vínculos económicos con China son enormes y se suceden paralelamente a la tensión bélica. El Ejecutivo actual de la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, que se encuentra en su segunda legislatura, aceptó material militar de defensa por parte de EE.UU. durante la etapa de Donald Trump. También ha visto cómo la presión de China hacia otros países para que Taiwán no sea reconocida como independiente ha ido en aumento, hasta el punto en que China obligó a multinacionales a incluir a Taiwán como parte de China en sus sitios web y les amenazó con cortar sus negocios en territorio chino si no cumplían.
EE.UU. en cambio, lleva décadas tranquilizando a los distintos gobiernos taiwaneses con defenderlos de cualquier ataque por parte de China. A pesar de la protección estadounidense, la confusión sobre qué es Taiwán es total en el resto del mundo. Pekín la considera como una provincia escindida que volverá a ser parte de China a toda costa. En Taipéi se perciben como un Estado soberano, poseedor de todas las cualidades de país normal: ciudadanía, jurisdicción territorial, gobierno y “soberanía” (como autoridad máxima e independiente de otras autoridades del mundo), aunque no tiene un reconocimiento común a nivel internacional.
Mientras tanto, los intereses estratégicos de unos y de otros, y las distintas interpretaciones sobre su autonomía dejan a Taiwán en un limbo de tensión constante que se aviva cada cierto tiempo. Ha sucedido en las últimas semanas y, a juzgar por los precedentes, seguirá produciendo. Una de las cuestiones es hasta cuándo durará la presión de Pekín y, sobre todo, con cuánta intensidad. La otra es si EE.UU. se comprometería realmente a defender a Taiwán ante una hipotética invasión o si, a la hora de la verdad, la dejaría a la deriva.