Simone Biles, la atleta que ha humanizado los Juegos Olímpicos, que se ha rebelado contra la presión mediática en el pico de su carrera profesional, que ha soportado las críticas más hirientes y a pesar de todo ha vuelto a demostrar que su ejercicio es impecable, ya está en casa.
La gimnasta estadounidense por fin ha podido abrazar a su familiaen la que es su victoria más ansiada: el largo abrazo de sus abuelos. Lo ha hecho, eso sí, ante los flashes y los centenares de fans que la esperaban en el aeropuerto de Houston, EEUU.
Simon Biles por fin ha cumplido el deseo de volver a casa y sentir el calor de los suyos. Porque así lo confesaba tras colgarse la medalla de bronce en la final de la barra de equilibrios, la única que pudo disputar en estos Juegos Olímpicos de Tokio: “Quiero volver a casa”, dijo, y fue entonces cuando supimos también que a la presión que le hizo retirarse de la competición se le unió la inesperada muerte de su tía; un duro mazazo que tuvo que afrontar sola en la capital de Japón.
Hoy convertida en un icono aún mayor de la gimnasia y del deporte mundial, Biles, que atesora 19 títulos de campeona mundial y 25 medallas ganadas en campeonatos mundiales, nos enseña su mejor cara: la de una estrella de lo más terrenal, capaz de brillar ante el ejercicio más complicado; lídiar con la vida. Porque para quien no lo ha tenido nunca fácil, ese es el equilibrio más importante.