Estos últimos siete días han sido unas jornadas frenéticas que han dejado estampas ni siquiera imaginables. Desde los 25.000 efectivos de las fuerzas de seguridad desplegados en la capital de los Estados Unidos, asemejando un escenario bélico, a las imágenes de una ciudad vacía de sus propios residentes, con las principales arterias cortadas por grandes vehículos y bloques de hormigón para evitar el paso y posibles atentados.
A ello hay que añadir una ceremonia de toma de posesión del cargo a la que solo asistieron mil personas en contraste con los millones que suelen hacerlo, el uso de mascarillas porque además del miedo a los atentados de los grupos extremistas hay una pandemia mundial que asola el planeta y la llegada a la Casa Blanca de un nuevo equipo de gobierno a quien nadie dio la bienvenida porque el anterior inquilino se marchó casi sin decir adiós.
Estos son solo algunos de los sucesos que han tenido lugar a lo largo de una semana trepidante que empezaba el pasado 15 de enero. En ese momento ya se sabía que tanto Airbnb como HotelTonigh, las empresas de viviendas de alquiler compartidas, estaban bloqueando y cancelando las reservas en todo el área metropolitana de Washington DC, que incluye no solo el Distrito de Columbia sino parte de los estados de Maryland y Virginia.
El motivo fue el miedo a que se repitieran actos violentos como los ocurridos el pasado 6 de enero, cuando se produjo el asalto al Capitolio por los partidarios del entonces presidente Donald Trump, que dejó un balance de cinco muertos y algunas de las imágenes más tristes de la historia de la democracia en este país.
A partir de ahí se puso en marcha un dispositivo de seguridad nunca antes visto en la ciudad y que ha condicionado todo lo ocurrido en los días siguientes. El ensayo de la ceremonia de la toma de posesión, prevista para el día 20, fue pospuesto; se dio inicio a la investigación de los propios miembros de seguridad del acto y Muriel Bowser, la alcaldesa de Washington, emitió un mensaje pidiendo a los residentes que se quedaran “en casa a participar de manera virtual” en los actos de la inauguración presidencial y a “colaborar con la policía en caso de tener información” sospechosa.
Empieza entonces el cierre de los comercios, muchos de ellos tapiados por grandes planchas de madera y el despliegue de las fuerzas de seguridad. En un par de días, el aspecto de esta cosmopolita ciudad se vuelve de un color verde caqui, inundando carreteras, aceras, estaciones de tren y cualquier espacio susceptible de ser protegido.
Además, se cierran líneas de metro, se instalan puestos de control en enromes carpas blancas y se valla el acceso a todos los edificios públicos, los monumentos más emblemáticos e incluso a la explanada del Mall donde en las tomas de posesión anteriores se concentraron millones de personas.
Mientras, en los alrededores de la Casa Blanca, ya se apilan las cajas de la mudanza y se ve a los operarios recoger las pertenencias del aún presidente Donald Trump y su mujer Melania.
La jornada anterior al día de la investidura, con sus bártulos empaquetados, el matrimonio Trump se dirige a la Blair House, una residencia cercana a la Casa Blanca destinada a acoger las visitas de los jefes de estado de otros países, para pasar la noche. Antes, Melania había emitido un mensaje explicando el “honor” que ha supuesto para ella ser la primera dama durante cuatro años y dando las gracias por ello a los estadounidenses.
También Trump, tras emitir una serie de indultos, se dirigía a los ciudadanos, con un vídeo de 20 minutos, reivindicando su legado y desmarcándose de la violencia que tuvo lugar en el Capitolio, días antes. “Conforme concluyo mi mandato como el 45 presidente de los Estados Unidos, me presento antes ustedes orgulloso de ver lo que hemos conseguido juntos”, señalaba.
Al mismo tiempo, Joe Biden seguía configurando su equipo de gobierno y ese día, entre otros, nombraba a la doctora Rachel Levine como subsecretaria del departamento de Salud y Servicios Humanos. Será la primera persona en declararse abiertamente transgénero en ocupar un cargo, de este nivel, cuando lo apruebe el Senado.
Y llega el gran día. Mientras el matrimonio Trump se dirige a la base militar Andrews, en Maryland, para hacer un breve acto de despedida con sus seguidores y coger el Air Force One rumbo a Florida, Joe Biden asiste con su familia a un servicio religioso en Wilmington, su ciudad de residencia en Delaware, donde ha recordado a su hijo fallecido Beau en un emotivo discurso de despedida.
A las 11 de la mañana hace su aparición en el Capitolio de la mano de su mujer, donde le esperaban los expresidentes George W. Bush, Bill Clinton y Barak Obama, con sus respectivas mujeres. Ante una explanada vacía, ocupada solo por miles de banderas de los Estados Unidos y un millar de personas, Kamala Harris jura su cargo como vicepresidenta, a las 11'42, y a las 11’48 Biden termina de hacer el suyo como presidente, dando lugar a un nuevo gobierno de cuatro años de corte demócrata. “Este el día de América, este es el día de la democracia. Un día en la historia de la esperanza, renovación y resolución”, dijo en su discurso apelando a la unidad de la ciudadanía.
El resto es el relato de una jornada extenuante que llevó al flamante presidente del Capitolio al cementerio de Arlington y de allí a la Casa Blanca, donde al final de día firmó 17 órdenes ejecutivas, memorandos y proclamas. Desde allí asistió con su familia a una gala televisiva en la que el mundo del espectáculo dio su bendición al nuevo presidente. Tom Hanks, como presentador, Bruce Springsteen o Justin Timberlake fueron alguno de los participantes a los que por la mañana se habían unido Lady Gaga y Jennifer López.
El día siguiente el mundo se despertó con “un nuevo amanecer” para Europa y Estados Unidos, como dijo en sus palabras de felicitación Ursula Von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, una de las numerosas personalidades internacionales que envió su enhorabuena a la nueva administración.
Mientras, Donald y Melania Trump se levantaban en su residencia de Mar-a-Lago, en la exclusiva isla de Palm Beach, rememorando sus últimos cuatro años en la Casa Blanca. Una etapa que ya es parte del pasado de los Estados Unidos.