La invasión rusa de Ucrania no está siendo como Vladimir Putin esperaba. Sus tropas están estancadas, incluso en algunos puntos, se ven obligadas a retroceder. Están desmoralizadas, empieza a haber deserciones y su estrategia militar está en cuestión. A pesar de las bombas, de los destrozos y de las bajas civiles, Ucrania no se doblega.
Rusia no solo está encallada, está retrocediendo. Las informaciones de las últimas horas apuntan a que Irpin, localidad clave en la periferia de Kiev, ha sido recuperada por las fuerzas ucranianas.
Las tropas de Ucrania están además empezando a golpear donde antes no eran capaces de hacerlo: destruyendo barcos de guerra, por ejemplo, en el puerto de Berdiansk, controlado por los invasores.
El sueño de una ocupación relámpago del país desapareció hace semanas. El ejército de Rusia no ha entrado en Kiev y tampoco en Járkov, las dos grandes ciudades del país.
Aunque esta también Mariúpol, que sido devastada por las bombas. El objetivo de Vladimir Putin es unir Crimea al Dombás y para eso necesita hacerse con esta ciudad portuiaria. Y si es posible, trata de impedir el acceso al mar Negro de Ucrania tomando Odesa.
La moral de las tropas del Kremlin, que tienen que robar comida y combustible, está por los suelos a juzgar por sus conversaciones. “Nos bombardean nuestros propios aviones. Esto es un circo más que una intervención militar, es peor que Chechenia”.
Y por si fuera poco en el Gobierno de Vladimir Putin empiezan a verse fisuras: ministros que no aparecen, como el de Defensa, nada menos, Serguéi Shoigú, y primeras dimisiones de altos cargos como la de Anatoli Chubáis, asesor del Kremlin. Chubáis fue quien introdujo a Putin en la administración de Borís Yeltsin y se encargó de las privatizaciones en el país tras la era soviética.