A las afueras de Moscú, protegida por una alta verja y cámaras de seguridad, una casa de dos plantas, perdida entre los bosques que rodean la capital rusa, es el último refugio de una docena de mujeres rusas que huyen de situaciones de violencia.
Marina cocina para el resto de mujeres junto a su hija, de 10 años. Escapó de casa tras la segunda paliza de su marido, y después de que la policía menospreciase su situación. “Me dijeron” cuenta, “es un asunto familiar, soluciónenlo entre ustedes, reconcíliense.” Después de la segunda paliza y salir del hospital en silla de ruedas, decidió escapar.
“Kitezh”, como se llama esta iniciativa privada, cuenta con varios centros, y en los niños corretean por los pasillos, hijos de estas mujeres agredidas. Cada vez son más, especialmente después de que el año pasado la Duma, el parlamento ruso, rebajase las penas para los agresores, pasando de penas de cárcel a multas y sanción administrativa.
“El número de mujeres que llegan a este centro se ha doblado prácticamente desde el año pasado” asegura la directora del centro, Aliona Sadikova. La medida causó revuelo en Rusia, pero sólo entre los sectores del activismo feminista. Para el grueso de la sociedad rusa ha pasado prácticamente desapercibida, en gran medida por la casi nula cobertura mediática.
Para Alena Popova, una de las pocas voces del feminismo ruso que tiene acceso a debates y programas en la televisión pública rusa, la medida es un despropósito y se ceba especialmente en las mujeres más débiles. “De los 21 millones de personas que en Rusia viven en situación de pobreza, el 67% son mujeres.” Con la nueva ley, asegura, la multa no va al agresor, “sino al presupuesto familiar, ya que la mayoría de matrimonios comparten gastos y cuenta bancaria, con lo que se da la paradoja de que la mujer termina pagando la falta de su agresor”.
Uno de los mayores problemas para afrontar la realidad de la violencia contra la mujer en Rusia es que no se lleva un censo de las agresiones, violaciones o asesinatos. La última cifra, de 2012, habla de 12.000 muertes al año, según un estudio del “Consejo presidencial del desarrollo de la sociedad civil y los derechos humanos”, pero desde entonces ningún conteo oficial se ha llevado ha cabo.
Esta ley fue promovida por los sectores conservadores de la sociedad rusa, que ejercieron presión sobre el también notablemente conservador parlamento ruso. Según asociaciones como “Padres en resistencia”, la anterior legislación era perniciosa ya que los progenitores podían terminar en prisión “por una bofetada”, nos cuenta Olga Batalina, la directora de este grupo conservador. “Muchas situaciones suceden en momentos de conflictos emocionales, y no se pretende hacer daño a la otra persona. No debería haber penas de prisión cuando hablamos de daños leves sin intencionalidad” asegura.
Pero casos brutales, como el de Elena Verba son el ejemplo de que hay mucho camino por andar en Rusia.
Elena era una mujer trabajadora del extrarradio de Moscú, tenía un hijo y un marido policía con antecedentes de peleas y comportamiento violento. Tras la primera paliza Elena se marchó a casa de su madre con el niño. No denunció. Pasados unos meses se reconciliaron, pero tras una nueva agresión el la llevó a una carretera poco transitada, la tumbo en el suelo y le puso un cuchillo en el cuello. No la mató, y Elena fue a la policía.
Los compañeros de su marido le pidieron que retirase la denuncia y aseguraron que hablarían con él para hacerle entrar en razón. Esa misma noche la degolló y la dejó morir en brazos de su hijo. Anna, su madre, no puede contener las lágrimas pese a que esta es la enésima vez que cuenta a un periodista la triste historia de su hija.
Ahora ella cuida de su nieto, traumatizado de por vida. El asesino, condenado a 20 años, está en una cárcel especial para policías. “Cuando salga tendrá trabajo, sus compañeros le ayudarán a ser agente de seguridad privada, y vendrá a por mi nieto. ¿Por qué he de tener yo miedo, por qué soy yo la que tiene que esconderse? Nadie trata de cambiar esta ley, esto no es justicia.”
Pese a estas historias de terror, el 8 de marzo carece en Rusia de significado reivindicativo alguno. Aquí es llamado “El día de la mujer”, y consiste básicamente en felicitar a las mujeres por su belleza, entrega, trabajo en el seno familiar y amor hacia los suyos.
Este 8 de marzo las floristerías de Moscú volverán a echar humo desde primera hora de la mañana, y se acabarán los bombones y las rosas rojas, y si a algún marido celoso se le va la mano, no terminará en comisaría ya que son “asuntos internos de la familia.”