Por sorpresa, así se presentó en la Duma, el Parlamento ruso, la propuesta de eliminar las barreras legales que impedían a Putin volver a optar a la presidencia una vez acabado su actual mandato, en 2024. La iniciativa fue presentada por la que fuera primera mujer en el espacio, Valentina Tereshkova, y fue aprobada por los diputados sin un solo voto en contra.
Este es solo un paso más en la carrera por el gobierno ruso en acomodar un nuevo poder, aún más centralista y autoritario, que deberá ser efectivo en la nueva legislatura. Para los sectores críticos con el gobierno la medida es de dudosa legalidad. Boris Kagorlitsky asegura que “estamos ante un golpe de estado. No ha habido discusión parlamentaria, ni debate alguno. La directriz ha sido marcada y los supuestos portavoces de la voluntad popular cumplen la voluntad del líder.”
Todos estos cambios en la Constitución rusa ya están concretados en un paquete de propuestas al Parlamento y que auguran una consolidación de lo que conocemos como Putinismo, más control estatal y menos libertades políticas.
Todos los analistas coinciden en algo: Esto no ha sido improvisado, sino que se trata de un movimiento bien calculado, y en él se encuadra la dimisión del Primer Ministro Dmitri Medvedev y su gobierno el mes pasado, cuya sorpresiva dimisión no fue un gesto de rechazo a la iniciativa presidencial, como podría verse desde Europa, sino la manera que tiene el Kremlin de soltar lastre, eliminando de primera fila un gobierno desgastado por el estancamiento económico y el empobrecimiento general del país.
Otra mayúscula sorpresa para los rusos fue la designación y rapidísima aprobación como Primer Ministro de un personaje desconocido para el gran público, Mikhail Mishustin, que hasta la fecha era la cabeza del Servicio de Impuestos.
La llegada de Mishustin al segundo puesto político más importante del país recuerda a la del propio Vladimir Putin, al que nadie apenas conocía cuando en 1991 un debilitado y balbuceante Yeltsin le nombró su sustituto.
Mishustin es un tecnócrata brillante. Viene de poner orden en el sistema de recaudación de impuestos, que, bajo su mandato, pasó de ser un pozo de corrupción e ineficacia a un sistema eficiente, limpio, moderno y digitalizado. Además, el flamante nuevo Primer Ministro tiene 53 años, 12 menos que Putin, lo que le permitiría estar una larga temporada en el Poder, y no pertenece al partido Rusia Unida, muy desgastado por el malestar social.
Todos estos cambios son percibidos con indiferencia por la mayoría de los rusos y con preocupación por los sectores opositores pro democráticos. Para el analista Valery Solovey “Putin pretende hace realidad el sueño de todos los oficiales de la KGB soviética: construir un estado con el modelo político soviético y con un "capitalismo de estado".
El activista opositor Alexey Navalny ha calificado el movimiento del Kremlin como una “usurpación de poder, un deseo de ser líder vitalicio de Rusia”, algo similar a lo que apunta Valery Solovey, quien califica estos cambios como "golpe de estado constitucional" porque, en su opinión, “no se trata de una reforma de la Constitución, sino, de hecho, de escribir una nueva Constitución”.
El pacto social no escrito entre el Kremlin y los rusos es fácil de entender, bienestar económico y estabilidad social a cambio de falta de libertades políticas, y que duda cabe que la mayoría de los rusos estaban satisfechos con este esquema.
Pero el crecimiento paró, y durante estos últimos 4 años la población ha visto como el país, y ellos mismos, se empobrecían gradualmente, el equilibrio corre peligro y de hecho ya se han vivido protestas importantes.
El giro autoritario aparece pues como una respuesta fácil al descontento que muchos rusos mostraron el pasado verano en las calles. Pero este Estado autoritario sólo podría funcionar, piensan los analistas, si es el propio Putin quien lo legitima con su presencia.
Anton Orekh, analista político de la radio Eco de Moscú lo ve claro: el putinismo necesita de Putin para sobrevivir “lo que importa es que él esté allí, como líder real del país de una u otra manera”.
Los cambios en la Carta Magna Rusa se votarán durante este año 2020 y seguramente, cree Anton Orekh, la votación sea en bloque, uniendo su aprobación a medidas de tipo social como la gratuidad de la educación o la subida de las pensiones, en un intento de fomentar la participación, daos por sentado que, si es el deseo de Putin, la reforma será aprobada por mayoría aplastante.