El éxodo de ucranianos no cesa: ya son más de 2,3 millones los que han huido de la guerra. Y siguen las colas interminables de refugiados en la frontera polaca de Medyka, donde se encuentran con familiares y amigos que llegan a recogerlos desde toda Europa. Cámaras térmicas vigilan desde Rumanía, la frontera con Ucrania. Por aquí intentan escapar de la guerra varones entre 18 y 60 años llamados a combatir. Pero su huida es ilegal. Y son detenidos y devueltos a Ucrania.
El éxodo de esta guerra tiene perfil de mujer. Arrastran la fatiga rodeadas de niños y sufren como Irina el desgarro de familias rotas, maridos en el frente. Es muy duro, dice con un nudo en la garganta, recién llegada a Polonia. Al cruzar la frontera encuentran solidaridad de voluntarios como Amrik, un cocinero indio que ha venido desde Gerona y además de un plato caliente a los que llegan cada día cruza comida hecha a Ucrania. En este paso a Rumanía son los bomberos quienes alivian el peso llevando maletas y hasta bebés de madres exhaustas. Da igual lo que hayas sido antes en la vida, dice un ex diplomático ahora voluntario que ayuda en una estación de tren y ya no pueden contener más las lágrimas.