"Estamos muy contentos. Dos años sin poder ver a la familia en Marruecos, ya era hora”, explica con alegría indisimulada a este medio Fouad, orgulloso caballa, 45 años, haciendo cola para volver a entrar en Ceuta desde Marruecos. Es también la sonrisa de Fatema, que ha estado esta mañana en el abogado en Findeq –la Castillejos del Protectorado que sigue resistiendo como topónimo entre la gente de un lado y otro- antes de volver a su puesto de trabajo en Madrid previo paso por la ciudad autónoma.
Es una emoción contagiosa la de quienes desde la medianoche pasada cruzan una frontera que, como la de Beni-Enzar entre Melilla y Marruecos, ha permanecido cerrada dos años, dos meses y dos días por culpa, primero, de la crisis sanitaria y del desencuentro político que han vivido Rabat y Madrid después. Gentes sencillas cuyas vidas han transcurrido siempre a caballo entre estos puestos fronterizos y que han sido víctimas de un conflicto entre Estados.
Por ahora pueden entrar en las ciudades españolas solo ciudadanos con pasaporte de la UE, tarjeta de residencia en un país de la UE o visado Schengen. A partir del próximo día 31 podrán hacerlo además los trabajadores transfronterizos, ciudadanos marroquíes que se desplazan a diario a las ciudades autónomas para trabajar, con la documentación en regla. Hasta que las autoridades españolas no comiencen a expedir “visados exclusivos para Ceuta y Melilla”, lo cierto es que, a día de hoy, el colectivo no alcanza las trescientas personas considerando ambas ciudades autónomas.
A partir de esa fecha, terreno desconocido. Aunque desde el Gobierno no se atrevan a decirlo con la claridad necesaria que impondría una medida de tal calado, la hoja de ruta pactada entre España y Marruecos tras la visita de Pedro Sánchez el pasado 7 de abril a Rabat contempla la recuperación de la aduana de Melilla y la creación de una Ceuta (donde no la ha habido nunca). Rabat echó el cierre a la aduana de Melilla en agosto de 2018 y terminó con el contrabando en el Tarajal en octubre de 2019.
Por el momento la orden es clara: ni un ‘danone’ español en Marruecos, ni un tomate marroquí en Ceuta. Literal. En la cola, Fatema nos relataba esta mañana cómo los agentes marroquíes requisaban a un señor mayor que había hecho la compra en Castillejos sus verduras y las arrojaban a la basura en la misma frontera. Siempre los más humildes son las primeras víctimas. Con todo, anoche en las calles del municipio –que sigue siendo un centro regional de comercio minorista de origen español, con una mercancía que llega ahora por el puerto de TangerMed, y donde se ha levantado una imponente zona franca- predominaba el optimismo ante los próximos meses. “Esto va a ser al principio porque los dos gobiernos han estado peleados. Pero poco a poco seguro que van a poder pasarse mercancías”, comentaba a NIUS el propietario de un puesto de carcasas y teléfonos móviles.
Ante la duda, preguntamos a los agentes de la aduana marroquí. “¿No puedo pasar nada de Ceuta de vuelta en Marruecos?”. “Nada, nada. Las relaciones entre los dos países, ya sabes. Poco a poco inshallah”. Seguiremos esperando.
No ha habido ciertamente avalanchas –las escenas del porteo tradicionales en la frontera del Tarajal previsiblemente no volverán- en estas primeras horas desde la reapertura de fronteras, pero el goteo de personas no se ha detenido. Decenas de personas han venido cruzando las dos divisorias desde la medianoche española, once de la noche marroquí, en los dos sentidos.
En el lado ceutí se llegaron a formar colas en la carretera que transcurre junto a la playa del Tarajal, escenario hace ahora un año exacto del lamentable episodio de la entrada de diez millares de muchachos en suelo español –más de 1.500 menores de edad- gracias a las facilidades de las fuerzas de seguridad marroquíes. Por ahora sigue en el aire si Ceuta y Melilla serán integradas en el espacio Schengen o no; la excepción de las dos ciudades autónomas permitiría hasta antes de la pandemia que los ciudadanos marroquíes residentes en las provincias limítrofes –Tetuán y Nador- pudieran entrar en ellas son necesidad de visado.
Algunos de los muchachos que protagonizaron el citado episodio de la crisis migratoria -y otros como ellos-, naturales de las localidades de Tetuán, Rincón, Tánger, Cabo Negro o el propio Castillejos, se concentraban en los barrios aledaños a la ruta de la frontera hasta bien entrada la madrugada. Eran unos pocos centenares, pero los suficientes como para hacernos recordar las escenas vividas en estas mismas calles hace un año. Han llegado con la esperanza de que la reapertura de frontera pueda significar oportunidades de alcanzar el sueño español y europeo. La Policía no interviene para dispersarlos, pero los mantiene alejados de la ruta de acceso a la frontera del Tarajal. No quiere nada que perturbe la jornada de inauguración. Pero el deseo de estos muchachos es el de siempre.
Porque otra de las notas de la nueva etapa, de la “hoja de ruta bilateral” y de la reapertura de fronteras es el buen rollo que desprende la Policía marroquí en Castillejos, consciente los agentes, presentes en toda la ciudad fronteriza, de formar parte de la puesta en escena de la reconciliación entre las dos administraciones tras más de 15 meses de frialdad y enfrentamiento directo.
Una larga crisis que se gestó con lo que Marruecos juzgó como deslealtad española al maniobrar el Gobierno de Sánchez contra el respaldo estadounidense a la soberanía de Rabat sobre el Sáhara y que estalló con la hospitalización del líder del Polisario Brahim Ghali en Logroño durante la primavera del año pasado. Sólo el apoyo del Ejecutivo Sánchez, con una carta del presidente al rey Mohamed VI fechada el 14 de marzo pasado, al plan autonómico marroquí para la que fuera provincia española hasta finales de 1975 puso fin a la crisis. Nadie sabe qué ocurrirá a partir de ahora en esta frontera, pero este 17 de mayo, aniversario de la ominosa crisis migratoria del Tarajal, hemos visto más sonrisas que últimamente.