El extremo oriental de África se enfrenta a la mayor invasión de langostas del desierto en varias décadas, y sus cosechas corren un grave peligro. Los efectos de esta plaga 'bíblica', combinados con los de la pandemia de coronavirus, podría desencadenar una catástrofe alimentaria de enormes proporciones en unos países que ya están afectados por la pobreza extrema.
Las langostas del desierto (schistocerca gregaria) son un peligro para la supervivencia de pueblos enteros. Un enjambre puede contener hasta 80 millones de ejemplares, que cubren una superficie de un kilómetro cuadrado, y que devoran toda la vegetación que encuentran a su paso. En un día, pueden comer el equivalente a 35.000 personas. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) define a la langosta del desierto como "la plaga migratoria más destructiva del mundo: son comedores voraces que consumen su propio peso por día, apuntando a los cultivos de alimentos y al forraje".
Y mientras el mundo está paralizado por otra peste, la pandemia de coronavirus, que ya se ha cobrado más de 300.000 personas, África Oriental encara la peor invasión de schistocerca gregaria en décadas. El mes pasado, los enjambres en Etiopía, Kenia y Somalia cubrían más de 2.000 kilómetros cuadrados y, si no hay una respuesta contundente, van a seguir creciendo en las próximas semanas. En países devastados por los conflictos internos y las crisis económicas recurrentes, donde la pobreza extrema y el hambre son endémicos, el efecto combinado de las dos plagas puede ser catastrófico.
El estallido de las langostas no comenzó este año, sino en 2018, y le debe mucho al cambio climático. Una inesperada sucesión de ciclones provocó fuertes lluvias en el inmenso desierto de Rub’ al Khali, al sur de la península arábiga. La humedad del ambiente y la flamante vegetación favoreció la proliferación de saltamontes, que luego se convertirían en feroces enjambres. Estas gigantescas nubes de langostas se originaron hace dos años, debido a un clima inusual y a la falta de una acción coordinada para solucionar el problema.
Su proliferación podría haberse detenido o reducido con medidas oportunas, pero la región sufrió otro ciclón en octubre, que las langostas acogieron con agrado para crecer más e incluso migrar a otras zonas. La crisis se agravó con los factores políticos. Yemen está acostumbrado a lidiar con este problema de plagas y durante muchos años se ocupó de evitar que escalara. Pero desde 2015, el país se sumergió en una guerra civil que despedazó al estado y desencadenó una de las peores crisis humanitarias del planeta. En ese contexto, no había nadie para controlar la evolución de la plaga.
Una vez que se formaron, los enjambres cruzaron el Mar Rojo con ayuda del viento y así penetraron en el Cuerno de África, el extremo oriental del continente, compuesto por Somalia, Etiopía, Eritrea y Yibuti. Desde allí, no les costó mucho adentrarse un poco más y penetrar en Kenia. Si en Yemen el problema fue la falta de capacidad estatal, en Kenia fue letal la poca de experiencia, ya que en 70 años no había enfrentado algo semejante. Como resultado, las langostas que llegaron del desierto árabe pudieron poner huevos y las crías tuvieron el tiempo suficiente para crecer, formar nuevas masas voladoras y multiplicarse.
En diciembre de 2019, el ciclón Pawan azotó Somalia y el sur de Etiopía y provocó una explosión de langostas en zonas que tradicionalmente son de reproducción en invierno. Luego, los enjambres comenzaron a salir volando e invadieron Kenia y los países circundantes en enero de 2020. Para febrero, ocho naciones de África Oriental habían sido invadidas, en lo que constituye la peor plaga de langostas del desierto en más de 70 años.
Con su expansión actual, pueden comer en un día lo mismo que la población de Kenia (51 millones de personas) y Somalia (15 millones) juntas, dos de los países que más peligro corren, junto con Etiopía. Si no se toman medidas urgentes, lo que hoy es una emergencia focalizada puede expandirse por buena parte de África, llegando incluso a la costa occidental del continente. El daño que produce una invasión de schistocerca gregaria sobre los cultivos de alimentos puede ser incalculable. Además de afectar seriamente el abastecimiento de un mercado que de por sí tiende a la escasez, pone en riesgo la subsistencia de cientos de miles de familias que producen lo que comen.
Las langostas arrasan también con tierras destinadas al pastoreo, lo que puede dejar sin comida a una gran cantidad de animales que forman parte de la dieta de los habitantes de la región. Por una u otra vía, el único resultado posible es un incremento del hambre. Lo dramático es que esta crisis se produce precisamente en una de las regiones más pobres del mundo, donde las hambrunas son recurrentes. Etiopía fue el año pasado uno de los diez países con peores crisis alimentarias, de acuerdo con un informe reciente de la FAO. Ocho millones de personas, que representan el 7% de su población, se encontraban en una situación crítica a fines de 2019.
Sumar esta plaga al coronavirus es aún más preocupante, ya que ambas plagas se potencian. Las restricciones impuestas por el combate al COVID-19 están obstaculizando la lucha contra la invasión de langostas del desierto, al dificultar la llegada de insumos esenciales y al impedir el despliegue de personal en el terreno. Además, por el deterioro de las cuentas nacionales y la necesidad de atender múltiples emergencias al mismo tiempo, los países disponen de recursos decrecientes para solventar las operaciones de erradicación.
Las limitadas opciones de transporte aéreo han interrumpido la entrega de equipo y plaguicidas. Las medidas de aislamiento social y los requisitos de teletrabajo de los organismos de la ONU están creando algunos retrasos. Las naciones más afectadas dependen mucho de la cooperación internacional. Organizaciones que podrían aportar más personal no pueden hacerlo por la suspensión de los vuelos. Y países ricos, que normalmente envían ayuda económica, tienen hoy otras prioridades.
La FAO está trabajando intensamente junto a los gobiernos locales para contener la plaga, y sus esfuerzos están dando resultado, pero puede que no sea suficiente. Por si fuera poco, las fuertes lluvias en las últimas semanas favorecen el desarrollo de la langosta. A medida que continúe la reproducción, las jóvenes comenzarán a transformarse en adultas voladoras en junio, desatando una segunda oleada de enjambres.