“Estaba en jaulas con olor a hambre, excrementos todo el día, sin agua potable, teníamos acceso a teléfonos por el módico precio de 20.000 pesos (poco más de 4 Euros), que eran móviles que te daban los presidiarios”. Es solo un fragmento de la increíble historia de Pedro Romero, un español que pasó 41 meses en este infierno, la prisión Modelo de Bogotá, una de las peores del mundo.
Acabó aquí por culpa de “un problema de impago en el banco, en un restaurante propio, una brasearía, que me abaló mi madre con su casa. Pues bien, con la crisis de 2010, no pude hacer frente a una deuda de 180.000 euros. En ese momento estaba desesperado, no estaba bien, porque tenía crisis emocionales, y la verdad que no estaba bien. Tenía problemas en todos los sitios, me sentí presionado por los bancos y no me quedo otra que buscarme la vida para conseguir ese dinero”.
Ayuda que un amigo de la infancia le pone en bandeja. “Él me contó que estaba trabajando en el narcotráfico, que le iban bien las cosas, que era no era un mundo fácil, era un mundo muy peligroso, pero que se iba ganando la vida. Era como un agujerito de luz que tuve en ese momento”. Una esperanza que le llevó primero a vender cocaína “en pequeñas cantidades. Hablamos de 200, 300 o 400 gramos”.
Y después a comprar 7 kilos en Colombia e intentar meterlos en España, “con ese dinero podría ahorrar dinero para comprar unos cuantos kilos de cocaína, venderlos y sacar toda la deuda del banco adelante. Hablamos con la guardia portuaria, que Los colombianos tenían contactos, se le paga un dinero para que nos dejen el paso libre para llegar a España. Paso todos los controles del aeropuerto perfectamente, pero cuando ya voy a subirme al avión, me preguntan; ¿usted es Pedro Romero?; si, dígame; tiene que venir a revisar la maleta. Al revisarla me pillan porque estaba toda infectada de cocaína. Entonces me esposan y me llevan a la comisaría del aeropuerto. Me llevan a una comisaría grande, que allí llaman granja. Aquella noche me tocó vivir de pie, cogido a otro compañero de los brazos, uno contra otro, espalda con espalda, uno dormía y el otro estaba despierto, al rato uno estaba despierto y el otro dormía” De la comisaría del aeropuerto, a La Modelo.
“Cuando se abre la puerta de la modelo de Bogotá, te das cuenta de que es otro mundo. No solo yo, todos los que estamos allí, estuvimos a punto de perder la vida. La comida era siempre la misma, el arroz era con cucarachas, quitábamos las cucarachas y nos comíamos el arroz, las patatas eran con gusanos, quitábamos los gusanos y nos comíamos las patatas. Me tiraba muchos días sin comer. Lo más duro de todo eran los viernes a las cinco y media de la tarde cuando hablaba con mi hijo, eso era durísimo, se me hacía un nudo en la garganta y me costaba mucho, mucho hablar”.
Una vida completamente truncada que se refleja en su rostro al recordarlo durante nuestra entrevista, y que ahora ha plasmado en un libro que se titula, 'Desde el Infierno', su infierno, con el que pretende concienciar a los que siquiera se están planteado seguir sus desdichados pasos. Les advierte; “solo tienen dos destinos: la cárcel o el cementerio”.