Las pandemias y los movimientos radicales van de la mano

  • El asalto al Capitolio es uno de los ejemplos que pasará a la historia como la reacción aglutinadora de una gran parte de las frustraciones de la sociedad estadounidense

A lo largo de la historia las pandemias han generado crisis sanitarias, sociales y económicas que en muchos casos han provocado un empuje de los movimientos extremistas. La ansiedad, miedo y tensión generadas en los momentos más difíciles hacen que ciertas personas encuentren confort en las comunidades que culpan a un enemigo común de todos sus males y son lideradas por personalidades autoritarias.

El 6 de enero, en Estados Unidos, culminó la tormenta perfecta de aquellos que desde hace tiempo se encontraban insatisfechos con el sistema, la crisis económica y sanitaria y pugnaban por un cambio. Con el empuje de su líder durante las semanas previas, ese día eclosionó toda la frustración acumulada durante varios meses como un ejemplo más de lo que estas situaciones han provocado a lo largo de la historia.

QAnon

Si bien en Washington y el resto del país se vivió como algo inédito, ya que alcanzó cotas de violencia nunca antes vistas en el edifico que representa las bases democráticas de su sistema, lo cierto es que desde la antigüedad las pandemias han generado en las sociedades rechazo a las autoridades y movimientos extremos, en todo el mundo, basados en la falta de confianza en el sistema y el sufrimiento.

De hecho, en la actualidad, como desvela el Washington Post a través de una encuesta de NPR-Ipsos realizada en Estados Unidos, 1 de cada 5 personas creen que las élites políticas y económicas adoran a Satanás y buscan controlar el mundo. Es lo mismo que propugna QAnon, la teoría -con la que Trump ha flirteado- que ha radicalizado a una parte importante de la ciudadanía y algunos de cuyos seguidores participaron en el asalto al Capitolio.

Un fenómeno global

Pero a nivel internacional también han aparecido grupos extremistas y se han afianzado los ya existentes a lo largo de este último año. Desde el DAESH/ISIS, los grupos supremacistas blancos (Blanche Europe o Proud Boys), las asociaciones neonazis y los movimientos políticos populistas o autoritarios, hay una larga lista donde elegir.

Así, aparte de los grupos que están al margen de la ley, existen gobiernos democráticamente votados, de corte populista, que comparten ser o haber sido negacionistas de la pandemia. Viktor Orbán en Hungría, Bolsonaro en Brasil y Trump en Estados Unidos, desestimaron los consejos científicos y pidieron fe en sus propias políticas sanitarias, que se desvelaron pronto ineficaces.

Como recoge en su libro “Coronavirus: el martillo y la danza” el ingeniero Tomás Pueyo, conocido por sus predicciones acerca de la pandemia, “aunque ningún país estaba preparado para esto, los políticos populistas tuvieron más problemas que el resto para controlar la pandemia”.

Y es que el miedo y el sufrimiento humano son un caldo de cultivo para estos movimientos, como demuestra un estudio de la Reserva Federal de Nueva York donde se desvela que, en Alemania, las áreas con el mayor número de personas afiliadas al partido nazi fueron las que habían sufrido un mayor número de muertos anteriormente por la epidemia de la mal llamada gripe española de 1918.

Antecedentes

Ya entre el 430 y 411 A.C. se documenta una epidemia internacional. Es en la “Historia de la guerra del Peloponeso”, de Tucídides, donde un general ateniense cuenta cómo la enfermedad se originó en Etiopía y, por medio de los barcos que transportaban grano, llegó hasta Grecia tras atravesar Egipto y Libia. El resultado fue el fallecimiento de una cuarta parte de la población de Atenas.

Plagas conocidas para la población actual como el Sida, ébola, SARS y Covid han sido precedidas de enfermedades que mataron millones de personas antes de que existiera una vacuna para erradicarlas. El cólera, la fiebre tifoidea, la viruela, sarampión o peste bubónica dieron lugar a épocas en las que incluso desaparecieron civilizaciones enteras. Es el caso los imperios inca o azteca, al quedar expuestas a enfermedades a las que nunca antes habían estado expuestos.

Búsqueda de certezas

Pero la razón de que estas situaciones extremas se conviertan en causa de movimientos extremistas está en la necesidad de las personas de encontrar respuestas. La amplia oferta desplegada por dichos movimientos a través de redes sociales y páginas web, junto los medios tecnológicos de los que se dispone en la actualidad y el tiempo libre al que ha abocado el confinamiento, han hecho el resto.

En Estados Unidos, durante los primeros meses de encierro las búsquedas por internet de este tipo de material se dispararon, según la firma de investigación Moonshot CVE, centrada en los movimientos extremistas, al igual que ocurrió en el resto del mundo con las publicaciones acerca de teorías negacionistas y alternativas.

También el hecho de que esta sociedad sea especialmente individualista ha provocado una necesidad mayor de experimentar el sentido de pertenencia, lo que potencia las posibilidades de que ciertas personas se incluyan en comunidades virtuales que publican contenidos que respaldan las creencias particulares. Sobre todo si alivian las inseguridades y miedos provocadas por la crisis.

La historia se repite

El ya mencionado asalto del Capitolio se está convirtiendo en uno de los ejemplos que pasará a la historia como la reacción aglutinadora de una gran parte de las frustraciones de la sociedad estadounidense. Y cómo la pandemia provocó que el miedo y la rabia, en mitad de una crisis sanitaria, económica y social desembocara en un intento de subvertir el orden.

En este sentido, un estudio del Washington Post Washington Post que ha analizado el perfil de las personas que participaron en el motín reveló que el 60% de estas tenía problemas financieros, quiebras en sus empresas y deudas personales de impuestos. Su identificación con los movimientos que organizaron el asalto puede interpretarse como un intento de búsqueda de respuesta a sus problemas mientras que pandemia fue el detonante que les hizo salir a la calle, espoleados por el representante de un país que les animó a dar rienda suelta a su frustración. El resto ya es historia, a pesar de que esta siempre se repita.