Marruecos: Gobierno inédito, experimentos con té a la menta

  • El tripartito formado por el RNI, el PAM y el Istiqlal apostará por un programa de centro-derecha liberal para tratar de estimular la economía marroquí en el período post-pandemia

  • El gabinete será del total agrado del jefe del Estado; lo presidirá el empresario Aziz Akhannouch, segunda fortuna de Marruecos y amigo personal del monarca alauita

  • En su programa electoral, el victorioso RNI prometía un millón de empleos o duplicar el presupuesto sanitario en cinco años

Por su composición, puede decirse que el nuevo Gobierno de Marruecos –a falta que, a propuesta del jefe del Gabinete Aziz Akhannouch, el rey Mohamed VI designe a sus integrantes- será inédito. Nunca el liberal Reagrupamiento Nacional de Independientes (RNI) del primer ministro, el centroizquierdista Partido de la Autenticidad y la Modernidad (PAM) y el nacionalista Partido Istiqlal (PI) habían formado coalición, y nunca hicieron falta tan pocos partidos para alcanzar un número tan elevado de escaños para una mayoría gubernamental en la cámara baja del Parlamento marroquí.

Entre el RNI (102), el PAM (87) y el Istiqlal (81) lograron 270 diputados en la Cámara de Representantes marroquí (395 escaños) en las elecciones legislativas del pasado 8 de septiembre, fecha en que también se celebraron comicios para elegir a los representantes de los consejos municipales (ayuntamientos) y regionales.

En un sistema de monarquía ejecutiva como el marroquí, el soberano no es un mero representante del Estado para ocasiones solemnes como ocurre en el caso español, pues el rey tiene la última palabra sobre todas las decisiones de calado. El monarca decide presidiendo el Consejo de Ministros y decide asistido por los consejeros reales. Para empezar, en el gobierno que se conocerá en breve, el monarca alauita se reserva la elección directa de los llamados ministerios de soberanía -interior, exteriores, defensa, asuntos religiosos- cuyos titulares no tienen por qué proceder de ninguna de las tres formaciones de la nueva coalición gubernamental. Una realidad que el lector no familiarizado con la realidad institucional marroquí ha de tener en cuenta para comprender que el poder del Gobierno es limitado.

Conocida en Marruecos de sobra la poca simpatía del rey Mohamed VI por los islamistas, que lideraron sucesivamente los gobiernos desde 2011 a 2021 –merced a sus dos victorias en las elecciones legislativas de 2011 y 2016-, el que presidirá su amigo Akkanouch, segunda fortuna de Marruecos tras la del propio monarca -2.000 millones de dólares de patrimonio neto según Forbes-, será de su completo agrado. Habrá plena sintonía en lo personal y en lo ideológico. Por tanto, sí, sobre el papel será un gabinete inédito, aunque queda claro que los experimentos, en Marruecos, con té a la menta (mucho más generalizada que la gaseosa).

Moverá a los tres partidos, como ya se han encargado de anunciar sus líderes, el deseo de articular un gobierno “armonioso y eficaz” de corte reformista. Akhannouch recordó “la necesidad de acelerar la puesta en funcionamiento del Pacto Nacional por el Desarrollo”, que deriva del Nuevo Modelo por el Desarrollo impulsado por el soberano en 2019 y que, detrás de su grandilocuente formulación, encerraba la admisión de que las cosas tienen que mejorar mucho en Marruecos para que el elevado crecimiento del PIB vaya acompañado de la mejoría de las condiciones de vida de la población.

Un apunte aparte merece el caso de los islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) tras su descalabro el día 8 de septiembre (pasaron de 125 escaños a 13 en las legislativas y perdieron todas las alcaldías de ciudades importantes). Aupados por el ambiente de la Primavera Árabe en 2011, el PJD se impuso en las elecciones más trasparentes y democráticas de la historia marroquí según observaron entonces los analistas gracias a su mensaje basado en la dignidad, la lucha contra la corrupción y también a contar con una maquinaria organizativa mejor organizada que el resto.

Los marroquíes apostaban por la credencial de austeridad y honradez de un partido islamista leal al sistema monárquico y a priori conocedor del margen de maniobra con el que contarían. Precisemos cuando decimos los marroquíes: acudió a votar un 45% de un censo electoral voluntario en el que consta aproximadamente el 75% de los ciudadanos con derecho teórico al voto. Según datos oficiales, por el vencedor PJD votaron 1.080.914 ciudadanos.

Tras revalidar victoria con un mejor resultado en 2016, siempre con el carismático y populista Abdelillah Benkirane al frente, el PJD ha sucumbido víctima de sus divisiones internas, la mala gestión del poder –tanto su cuota como líderes del gabinete de ministros como el municipal, especialmente evidenciada durante la pandemia-, la incapacidad de imponer su programa enfrentándose con el majzén –el poder en torno a Palacio- y, quizás en la base de todo y más importante, la nula sintonía con el monarca.

Al mismo tiempo, hay que recordar que la estabilidad política marroquí respecto a todo su entorno norteafricano y árabe -evidenciada de manera particular durante el período de la Primavera Árabe, que vio el colapso de varios regímenes- descansa en esta monarquía ejecutiva líder en el terreno político y también en el religioso –el soberano es emir al muminin o comandante de los creyentes en Marruecos. No es casualidad que los regímenes republicanos de la región se tambalearan casi sin excepción y que las monarquías resistieran con soltura. Recordemos que el rey Mohamed VI leyó con inteligencia el malestar de la calle e impulsó una reforma constitucional votada apenas en julio de 2011.

Renovación a medias

Aunque la fuerza ganadora de las elecciones –tanto legislativas como municipales-, el RNI, saludó, en palabras de su líder, la “voluntad popular de cambio”, lo cierto es que es la única de las tres fuerzas políticas que repetirá en el Gobierno. El partido de Akhannouch contó en el último gabinete presidido por el islamista Saadeddine El Othmani con cuatro carteras: Economía y Finanzas, Industria, Turismo y Agricultura. Es decir, prácticamente todos los ministerios relacionados con lo económico. La propia cartera de Agricultura ha estado en manos del propio Akannouch desde nada menos que el año 2007 de manera ininterrumpida. No puede calificársele al empresario, pues, de outsider.

Sorprende, por otra parte, al observador foráneo que en Marruecos el sistema político permita al jefe del Gobierno compatibilizar la más alta responsabilidad en el gabinete con la alcaldía de una ciudad. En el caso de Akhannouch, el exitoso hombre de negocios de los sectores del gas y el petróleo será, además de primer ministro, alcalde de Agadir (ciudad de algo menos de 500.000 habitantes, en la costa atlántica, donde la familia Akhannouch tiene residencia). El lunes 13 de septiembre, cinco días después de la celebración de las elecciones, Akhannouch anunciaba que a partir de ese momento se apartaría de la gestión del holding familiar.

Promesas electorales millonarias

Fuera del debate electoral las cuestiones de soberanía y en plena pandemia, las promesas de los partidos vencedores en las elecciones pasaron por la recuperación económica y la mejora de las condiciones de vida de las clases medias y bajas tras el fuerte golpe recibido por la crisis sanitaria. No será otro el reto que tendrá el gabinete Akhannouch.

No lo tendrá fácil el Gobierno para llevar a la práctica las promesas del RNI durante la campaña; entre ellas la creación de un millón de puestos de trabajo en cinco años, la subida del salario mínimo de profesores del sistema educativo nacional y médicos, ayudas para los mayores de 65 años en situación de precariedad, pensiones para los trabajadores del sector informal –el 30% de la economía marroquí está sumergida, según el banco central, y el 80% de los empleos trabaja en negro, afirma la Organización Mundial del Trabajo-, duplicación del presupuesto sanitario en cinco años. Hará falta mucho dinero y no parece que el Estado marroquí esté precisamente en condiciones en estos momentos para asumir esta cascada de promesas millonarias.

Después de la experiencia islamista, la prensa marroquí advierte al nuevo gabinete Akhannouch: “Como se dice en las reuniones de los consejos de administración en los cuales estaba hasta hace poco como CEO del Grupo Afriquia el jefe del gobierno, sean smart, es decir, concretos, mesurables, ambiciosos, realistas y defínanse temporalmente, y dejen los eslóganes huecos. Hechos y no solo palabras. Es en la práctica y no solo en la metodología donde el Gobierno Akannouch deberá marcar distancias con los que le precedieron”, escribía el columnista Wissam El Bouzdaini en el semanario Maroc Hebdo.

El hecho, por un lado, de que las grandes decisiones que afectan a la política exterior, de defensa o policial, por poner tres ejemplos, dependan en Marruecos directamente del Palacio y no del gabinete de ministros y, por otro, el hecho de que la temática de interés para el lector o espectador exterior –empezando por el español- respecto al país magrebí gire en torno a cuestiones de seguridad, territoriales o diplomáticas –cuando no sociales de tono morboso- los medios informativos acaban ‘olvidándose’ casi por entero de la vida parlamentaria marroquí. No ocurre así en la prensa marroquí, que –en parte obligada por las líneas rojas del sistema- aborda con profusión las cuitas en el seno de los partidos y los juegos de alianzas y vetos en el Parlamento y ayuntamientos. Una realidad, repetimos, casi inadvertida para el público foráneo, empezando por el español.

El reto, por tanto, para la democracia marroquí no es solo incrementar el censo de electores, la participación en los comicios y la militancia en el seno de los partidos, sino que el juego del debate parlamentario se llene de sentido y autenticidad. A falta de conocer su composición, el primer gobierno de Akhannouch –un hombre al que le ha llegado su momento- tendrá ante sí el ingente reto de reactivar una economía duramente golpeada por la pandemia de la covid-19, pero también de avanzar en la consolidación de la democracia, a la que el empresario ha apelado en repetidas ocasiones durante la campaña.

Contará con todo lo que puede desear un Gobierno en Marruecos: una amplia mayoría parlamentaria, dos partidos relativamente afines al suyo, el mayor poder acumulado nunca por el RNI y, sobre todo, la complicidad de la jefatura del Estado. Marruecos -los votantes marroquíes- han pasado de un extremo al otro del péndulo al dar la espalda a los islamistas para apostar por un empresario de éxito con la esperanza de que sepa insuflar nuevos estímulos a la economía y liderar una recuperación más inclusiva que hasta ahora. Inshallah.