Si los países fueran empresas, la empresa de Alemania estaría ante el abismo del cierre por problemas con la factura energética. Porque el acceso a los hidrocarburos que mantienen a esa empresa en actividad están ahora en tela de juicio.
Angela Merkel, "ex-CEO" de – pongamos – “Alemania S.A”, nunca tuvo problemas para pagar el petróleo, el carbón y el gas que llegaban de Rusia para que el motor de la economía europea siguiera en marcha. Fiel a la Ostpolitik que ha seguido su país desde los años setenta, Merkel siguió apostando fuerte por la energía barata que llegaba desde suelo ruso.
Al igual que su sucesor, Olaf Scholz, en sus primeros días de mandato, Merkel defendió infraestructuras como el Nord Stream 2, que trae directamente gas a Alemania desde Rusia a través del mar Báltico. Era, decían Merkel y compañía, un proyecto “puramente económico”.
El reconocimiento de las prorrusas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y la ilegal guerra que lanzaba en febrero el presidente ruso Vladimir Putin contra Ucrania, sin embargo, han obligado a Scholz a cambiar su percepción sobre Rusia y sus fuentes de energía.
Campañas de comunicación ucranianas como esa reciente en la que se señala que la gasolina rusa no se paga en euros o rublos, sino en vidas humanas tras darse a conocer crímenes rusos como los de Bucha (norte ucraniano), llevan a pensar que Alemania está obligada a cambiar. Lo está haciendo, aunque seguramente, como es habitual en situaciones de crisis, ni al ritmo ni con la intensidad que exigen los más afectados por la agresión rusa.
Desde el pasado mes de marzo hay encuestas que hablan de la existencia de una mayoría de alemanes favorable al embargo de hidrocarburos rusos. Eso supondría, a buen seguro, tiempos de pérdidas para “Alemania S.A”. Por eso Scholz, “el CEO de Alemania S.A.”, quiere mantener a corto plazo las compras energéticas a Rusia, especialmente las de gas. Entre tanto, su ministro de Economía y vicecanciller, Robert Habeck, trabaja contrarreloj para limitar la dependencia de los hidrocarburos de Rusia.
“Lo que estamos viendo actualmente es un modelo de negocio, el modelo de negocio de Alemania, que está en duda”, dice a NIUS Marcel Dirsus, experto experto del Instituto para la Política de Seguridad de la Universidad de Kiel. “Alemania es un país que se ha construido haciendo dinero a base de tratar con regímenes autoritarios. Porque no sólo está Rusia, también está China”, apunta Dirsus.
En los 16 años en los que Angela Merkel estuvo en el poder, esas dependencias han estado ahí. No se le recuerdan a la otrora canciller grandes esfuerzos para cambiarlas.
“Vladimir Putin es Vladimir Putin y Angela Merkel no pudo cambiar eso. Pero lo que podría haber cambiado es la dependencia de Alemania de la energía de Rusia. No lo hizo. Y eso es un fracaso”, señala el experto del Instituto para la Política de Seguridad de la Universidad de Kiel.
No exagera Dirsus. No son pocos los observadores que ponen de relieve estos días los errores alemanes cometidos frente a Rusia, especialmente en la era Merkel. “A raíz de la guerra de Ucrania, decisiones clave de la canciller Angela Merkel se revelan como graves errores”, ha podido leerse en el diario Die Welt.
“El ataque de Ucrania arroja una nueva luz a los años de canciller de Merkel”, se afirmaba recientemente en el semanario Die Zeit, donde se ha señalado la falta de estrategia de la canciller, centrada en llevar una política basada en esta idea de éxito: “un éxito político es cuando algo va un poco mejor que lo que va mal”. Merkel dixit
En el camino a la dependencia del gas ruso, Merkel ha jugado un papel tan importante como el otrora canciller Gerhard Schröder. Puede que incluso el papel de la ex-canciller haya sido mayor, pues, al fin y al cabo, ella y Putin coincidieron más tiempo en el poder. En cualquier caso, ya no se puede hablar de que Alemania tenga una relación exitosa con Rusia.
Según Dirsus, “ahora asistimos a los resultados de un fracaso colectivo de proporciones épicas, pero por parte de todos los políticos alemanes”. “Esto no es un problema del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), ni de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), es de todos en Alemania. Alemania tiene un problema con Rusia”, agrega.
Dice a NIUS Ilko-Sascha Kowalzuc, autor, historiador y uno de los más prominentes especialistas de historia contemporánea de Alemania, que Merkel, al igual que sus predecesores, cayó bajo el influjo de lo que él llama el “efecto Gorbachov”, aludiendo a Miajíl Gorbachov, el ex-presidente de la Unión Soviética.
“Gorbachov tenía, hacia fuera, la imagen de un político en el que se podía confiar, con el que se podían alcanzar acuerdos y con el que se podía vivir. Fue una especie de estrella pop”, señala este historiador.
“Aquella sensación que dejó Gorbachov dejó al mundo occidental en una situación de seguridad, a pesar de que en Polonia o en los países bálticos había otra percepción, porque él, incluso durante sus políticas de Perestroika (“reformas”) y de Glásnot (“apertura”) y pese a ganar el Nobel de la Paz, trató de mantener su imperio, también con medios militares y sanguinarios”, abunda.
Con todo, el “efecto Gorbachov” vino a reforzar la idea de que los hidrocarburos venidos de Rusia estaban asegurados. Desde los años setenta y a pesar de los momentos más tensos de la Guerra Fría, el gas nunca faltó en Alemania. Da la impresión de que el tema del gas ruso, en las altas instancias de la Cancillería Federal, se banalizó hasta el punto de que se sabe que Merkel bromeaba a cuenta de Putin y sus gasoductos.
Según ha contado Nikolaus Doll en el diario Die Welt, Merkel, buena imitadora de políticos con los que se reunía en foros internacionales, imitaba de forma hilarante a Putin hablando de “sus tubos”. Para su sucesor, Scholz, los tubos rusos que sirven para calentar y mantener funcionando a “Alemania S.A.” ya no son motivo de risa. Entre otras cosas, porque asociados al gas rusos, de ahora en adelante, van a estar los crímenes cometidos en Ucrania por los invasores ordenados por Putin.
No es casualidad que el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, invitara a Merkel a visitar la martirizada ciudad de Bucha.
Allí la invitaba el jefe de Estado ucraniano tras años de concesiones de las grandes capitales, como Berlín o París, hacia Moscú. Merkel, sin embargo, se ha dejado ver estos días en Florencia. “La ex-canciller Angela Merkel ignora la invitación del presidente Zelenski”, se leía esta semana en titulares del diario Bild.
“En lugar de eso, esta amante de Italia se permitía un viaje a la Toscana”, contaba en su portada de su edición del miércoles ese diario, el más leído del país. La invitación de Zelenski también estaba dirigida a Nicolas Sarkozy quien, tampoco se ha dejado ver por Ucrania.
Incluso a Kowalzuc, en principio alguien con una buena imagen de Merkel, la respuesta de la ex-canciller a la crisis en Ucrania le resulta decepcionante. Al estallar la guerra, la otrora jefa del Gobierno alemán “condenaba al máximo” una “violación del derecho” que supone “una rotura en la historia de Europa”.
Al contrario que a Schröder, que ha buscado influenciar a Putin de manera más bien vana usando sus estatus de ex-canciller al servicio de grandes empresas energéticas rusas, de Merkel se ha sabido a través de un par de declaraciones. “Su reacción me ha decepcionado. Puedo imaginar y entender que ella prefiera mantenerse al margen, porque es su modo de ser natural, porque ya no está en el Gobierno y que quiere hacer su vida privada”, señala Kowalzuc.
“Pero que alguien como Zelenski, que es ahora mismo alguien que está en lucha por el mundo occidental, le pida a Merkel una reacción y que viaje a Ucrania, pero que ella en respuesta deje hacer una declaración a su portavoz es realmente algo más que decepcionante. Es una catástrofe política”, concluye este historiador.