La humildad y el valor del reportero David Beriain
David Beriain llevaba 18 años cubriendo zonas de conflicto desde que coincidimos en la guerra de Irak
Conocí a David Beriain en un remoto pueblo de Turquía porque llegamos tarde. En febrero de 2003, la guerra de Irak era inminente. Informativos Telecinco nos había enviado a Turquía, pero las tormentas de nieve nos tuvieron retenidos durante días en Estambul.
Cuando conseguimos llegar a Silopi, en la frontera del Kurdistán turco con Irak, Turquía había abierto sus fronteras y todos los periodistas allí congregados habían entrado en Irak con motivo de no sé que cumbre kurda sobre la guerra que se nos venía encima.
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Nos quedamos ‘colgados’. Solos en un modesto hotel hasta entonces lleno de periodistas occidentales. Fue por la noche cuando descubrimos que no éramos los únicos. Había otro español que no había llegado al autobús a tiempo. Era navarro, se llamaba David Beriain y trabajaba como enviado especial de La Voz de Galicia.
Rondaba los 25 años, pero su vocación como periodista en zonas de conflicto era más que firme. La guerra de Irak iba a ser su bautismo de fuego y estaba decidido a cubrirla. Tenía un carácter calmado, tranquilo que ocultaba una voluntad tozuda por conseguir lo que se proponía.
Antes del comienzo de la guerra, nos volvimos a encontrar en el atareado puesto fronterizo de Nisibis/Qamishli entre Turquía y Siria. Le acababan de rechazar en la frontera por la que nosotros conseguiríamos entrar unos días después a Siria y de Siria a Irak. Me viene ahora su imagen en aquel paisaje pedregoso. Iba solo, con la mochila a cuestas, sin la cobertura que da ir con los compañeros -Miguel Marichalar y Diego Herrero- y los medios de un equipo de televisión. Pensé que desistiría, pero no fue así.
Unos días después, con la invasión de Irak en marcha nos volvimos a encontrar en un 'internet-café' de Arbil, la capital del Kurdistán iraquí. Sin hacer aspavientos, nos contó la arriesgada peripecia que vivió durante un par de días para entrar en Irak.
Pagó dos mil dólares a los contrabandistas para cruzar la frontera. Primero le ocultaron en una casa, luego le llevaron a otra, después le metieron en el bajo falso de un camión –“como si fuera un ataúd”-, por la noche atravesó las montañas con la nieve por encima de las rodillas…
El control del ejército turco en el Kurdistán era cosa seria. Todos sospechábamos que nuestros traductores kurdos jugaban un doble juego o eran directamente espías de los militares para controlar los movimientos de los periodistas en una zona tan sensible. ¿No temía que le vendieran, que le dejaran tirado? “No me quedaba otra, me la tenía que jugar”, fue su respuesta.
Y se la jugó muchas veces. En Afganistán, en Irak, en Colombia y ahora en África, donde ha muerto asesinado junto al cámara nacido en Barakaldo y afincado en Salamanca Roberto Fraile. En estos 18 años he visto cómo David se convertía en uno de los reporteros españoles con mayor experiencia en la cobertura de conflictos. Disfrutaba con su trabajo. No concebía otro. Ir a contar lo que le pasa a la gente en lugares donde no quiere ir la gente. Y nunca abandonó su papel de hombre tranquilo. Ni siquiera aquella tarde en Irak hizo ostentación de su arriesgada hazaña.
No sé si este es o no un oficio ajeno a los cínicos, pero en un tiempo que ha elevado al periodista a protagonista de la historia, David encarnaba aquel consejo que nos dio un veterano de la profesión. Un periodista necesita tres cualidades y, a ser posible, cuatro: la primera es humildad, la segunda es humildad, la tercera es humildad y la cuarta… un estómago a prueba de bombas.
Nos despedimos en el norte de Irak el día que Telecinco decidió retirar los equipos de enviados especiales tras el asesinato por las tropas norteamericanas de nuestro compañero, el cámara José Couso. El régimen de Sadam Husein agonizaba. En Arbil, los kurdos disparaban al aire para celebrarlo. ¿Y ahora qué vas a hacer, David? “Ir a Bagdad”.