Es el selfi más codiciado entre los turistas, la imagen más célebre del muro de Berlín: un beso de tornillo entre dos hombres. Uno es el líder de la Unión Soviética, Leonid Brezhnev, y el otro, el presidente de la República Democrática de Alemania, Erich Honecker.
El mural reproduce una fotografía tomada en 1979 durante la conmemoración del 30 aniversario de la extinta República Democrática Alemana (RDA).
Pero, ¿qué hay detrás de ese gesto? La historia se ha referido a él como el beso fraterno socialista; un ritual con el que los líderes de los estados comunistas escenificaban su alianza y hermanamiento. Se le conocía también como triple Bréznev. O lo que es lo mismo, un abrazo y tres besos en las mejilla: primero en la izquierda, después en la derecha y, por último, y solo a veces, en los labios.
El muro construido en 1961 cayó en 1989. Un año después, el artista ruso Dimitri Vrubel pintó la escena en uno de los bloques de su tramo más largo, el East Side Gallery. La acompañó de unas irónicas palabras escritas a grafiti: "Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal".
¿Cómo surgió la idea? El artista se lo contó a la publicación Kemmersant Weekend. Él no conocía la fotografía del beso entre Bréznev y Honecker. Fue una chica escocesa, a la que conoció en París, quien se la mostró y le dijo: "Deberías dibujarlo". Un amigo poeta le sugirió que lo hiciera en el muro. Era el año 1990, habían pasado unos meses desde su caída. Pidió el permiso. Le contaron que alguna autoridad temía que si el líder soviético, Mijáil Gorbachov, veía el dibujo "podría negarse a permitir la reunificación de Alemania del Este y el Oeste". Él también lo temía. Pero, contra todo pronóstico, recibió el consentimiento.
Cuando le contó a sus colegas artistas lo que iba hacer, alguno le dijo: "Eres idiota. Ese muro será derribado en un mes". Nadie pensó, ni siquiera él mismo, que ese mural llegaría a convertirse en un símbolo.
La pintura, como otras, sufrió el deterioro del paso del tiempo y el vandalismo. Por eso, en 2009 las autoridades le pidieron a Vrubel que volviera a pintarla. Y así lo hizo. "Siento un poco de miedo", aseguró, porque "hace veinte años tenía libertad para dibujar sobre el muro. Pero, ahora, debo reproducir con toda la exactitud algo que se ha transformado en icono".