Jésica Andrea Granado, técnico de laboratorio argentina, ha perdido a su padre y a su abuela a causa del covid. En una familia de 11 miembros repartidos en dos viviendas contiguas todos se contagiaron del covid en unos días el pasado verano. “En cinco días se desató un infierno”, cuenta Jésica.
Un día del pasado agosto dos ambulancias llegaron a casa de Jesica Andrea Granado en Isidro Casanova, Buenos Aires, Argentina. Una para llevarse a la abuela que había muerto de covid y otra para trasladar a su padre al hospital, donde falleció días después.
Esta técnico de laboratorio argentina de 39 años vive con sus hijos Maia, de 20 años y Lorenzo, de 8, y su marido Elías, de 47, en la casa de sus padres. Con ellos también vive una tía materna, que debido a la pandemia no pudo volver a su casa a Paraguay. En la casa colindante y compartiendo patio viven su abuela paterna con tres tíos.
Cada día, los miembros de ambas casas compartían confidencias, tareas y comidas. En agosto de 2020, los 11 comenzaron a vivir una pesadilla. Antes o después, todos comenzaron a experimentar diversos síntomas de covid.
“En cinco días se desató un infierno. Entre el lunes 24 de agosto y el sábado 29 se contagiaron mis padres y tres tíos. Mi abuela empezó a agonizar. Mi marido, mis hijos y yo empezamos con síntomas. El 29 de agosto, falleció mi abuela en su casa y, además, se llevaron a mi papá”, ha declarado la mujer a Infobae.
“No sabemos cómo fue el contagio. Mi tío, el que vivía con mi abuela, era el único integrante de la familia que seguía saliendo a trabajar. Empezó con mucha tos. Yo me enojé con mi papá, porque él iba de una casa a la otra para ver a mi abuela y le dije que le pidiera al hermano que fuera a hacerse un test. Me contestó que no le iba a decir a una persona de 60 años lo que tenía que hacer. Entonces, le pedí que se quedara en alguna de las dos casas, en la de mi abuela o con mi mamá. Me dijo: “Yo no me voy a enfermar”, y le respondí: “Ojalá que ninguno nos enfermemos”, recuerda con tristeza Jesica Andrea.
Rápidamente, su padre tenía la temperatura muy alta y un dolor de cabeza fuerte. “Se quedó en cama, algo rarísimo en él. Yo le hablaba y me contestaba con señas, pero pensé que era porque seguía enfadado. Mi mamá, que es una persona de riesgo, empezó a sentirse muy mal. Sin embargo, como mi papá no podía moverse y mis tíos tampoco podían, ella fue a ayudar a mi abuela, que había empezado con un cuadro gastrointestinal y tenía mucho dolor en la cadera”, ha narrado la mujer.
La abuela de Jesica seguía empeorando. El médico les dijo que debía ser hospitalizada pero ni la abuela, ni varios de sus hijos quisieron que la llevaran a un hospital. La anciana murió en su casa el 29 de agosto. El mismo día que el padre de Jesica Andrea fue hospitalizado.
Cuando se dieron cuenta todos estaban malos. Su hijo menor, Lorenzo había empezado a sentir mucho dolor de cabeza y tenía febrícula. Cuando el médico llegó, advirtió que su marido, Elías (47), tenía fiebre alta, aunque él no se había dado cuenta.
A los pocos días, la hija mayor, Maia (20), comenzó con dolores corporales. Además, la diabetes de su tía se disparó a 400 y no había manera de bajarla. Por último, fue Jesica quien empezó a sentirse muy cansada y con dolores corporales muy intensos. Tuvo dos crisis respiratorias pero pudo superarlas sola y en su casa por sus conocimientos médicos.
La madre de Jesica también acabó hospitalizada. Antes de recibir el alta la dejaron que pasara a saludar a su marido, que seguía ingresado. “Fue la última vez que mi madre y mi padre se vieron”, relata. El hombre estuvo dos semanas en cuidados intensivo e intubado antes de fallecer.
Jesica Andrea recuerda que tuvo que reconocer el cadáver de su padre a cuatro metros de distancia por un tatuaje en el brazo. “Estaba inflamado con un aspecto terrible”. Los médicos explicaron que su neumonía bilateral estaba muy avanzada y nada se pudo hacer por él.
El resto de miembros de la familia de Jesica se recuperaron bien. Sin embargo, ella se sigue enfadando cuando la gente no se pone bien la mascarilla o llega al laboratorio donde trabaja contando que ha ido a una fiesta sabiendo que había alguien infectado.