Tres minutos antes de la seis de la tarde del 23 de mayo de 1992, año que se reveló fundamental para la historia reciente de Italia, 500 kg de explosivo hacen saltar por los aires los coches en los que viajaban el magistrado Giovanni Falcone, su mujer, Francesca Morvillo, también magistrada, y tres de sus escoltas: Vito Schifani, Rocco Dicillo y Antonio Montinaro.
La autopista que va y viene del aeropuerto de Palermo, y que aún hoy, tres décadas después de aquella “desgracia”, sigue siendo un lugar siempre transitado al que casi nadie es indiferente, se convirtió en el epicentro del dolor. Lo que ocurrió en aquellas coordenadas comenzó la guerra contra la mafia en Sicilia y, por consecuencia, en toda Italia.
Toto Riina, el gran boss de la Cosa Nostra, y mente pensante de aquel asesinato dijo, años después, confesando a un compañero de celda cómo había sido programar aquella masacre que fue “una mangiata di pasta” (como comer un plato de pasta). El horror que causó abrió una herida aún no cerrada pero fue también el principio del fin de la Cosa Nostra, la mafia más sangrienta y despiadada que abrió una batalla cruel que fue, ahora todos coinciden, el principio de su fin. La sangre que derramaron les quitó el poder de gestión que da la sombra y que otras organizaciones mafiosas supieron aprovechar.
Pero antes de convertirse en un héroe la vida de Giovanni Falcone no fue fácil. Hizo un trabajo solitario cuando lo tachaban de oportunista o ponían en duda sus métodos para destapar los entramados perfectamente organizados de la mafia, como el famoso caso Pizza Connection, donde destapó los vínculos entre EE.UU y Sicilia a través de el rastro bancario que dejaban sus negocios. Su trabajo fue un acto revolucionario porque era una demostración constante para los que no entendían su mente de visionario o para los que celosos obstaculizaban su trabajo desde dentro.
También porque marca un antes y un después en los ojos con los que mirar a la mafia que, por primera vez, recibe el nombre de organización criminal ante la justicia, tras el Maxiproceso que él lideró y que sentó a 400 mafiosos en el banquillo con condenas que sumaban 2.500 años. Falcone había comenzado a luchar contra la mafia en 1978, al lado de su mentor, Rocco Chinnici, hasta que es asesinado en 1983.
Pocos años después de la muerte de Chinnici se crea la verdadera estructura que lo cambió todo: el pool antimafia, un equipo de jueces que luchará por destapar el entramado mafioso que había convertido Palermo en una ciudad sin ley o, mejor dicho, bajo la ley de la mafia y que cambió la vida de Falcone para siempre. Fue asesinado solo unos meses después de que se cerrase el juicio, que había durado años, corría el 1992 y las técnicas usadas en aquellas investigaciones ya se habían convertido en un ejemplo para toda la justicia internacional.
Su convicción férrea lo mantuvo en pie incluso ante el miedo de ver cómo en los meses y años precedentes todos los que habían ocupado su lugar habían sido asesinados haciendo su trabajo. “La mafia es una pantera, ágil y veloz, con la memoria de un elefante”, dijo en su última entrevista a Repubblica, semanas antes de morir asesinado por la Cosa Nostra.
Su incorruptibilidad era conocida por todos y eso fue la prueba de su trabajo y también su mayor peligro en aquella época en la que no había paz para nadie y el plomo era regla y los policías, los magistrados o los políticos eran un “trozo de carne”, como lo describe Roberto Saviano en su último libro en el que reconstruye la vida del magistrado y que acaba de presentar en Italia bajo el nombre ‘Solo il coraggio’ (Solo el coraje).
En esas páginas el conocido periodista, bajo escolta por las amenazas de la mafia desde hace diez años, insiste en la elección diaria del magistrado del coraje frente al miedo y en la necesidad de contar este trozo de la historia de Italia para las generaciones que no lo vivieron porque cimienta el país del que forman parte hoy.
Son muchas las imágenes que estos 30 años han compuesto el dolor que la llamada Strage (masacre) creó desde aquel día de mayo. Hoy se recuerdan las palabras deshechas de la viuda de uno de los ángeles de la guarda que custodiaban como escolta a Falcone, Vito Schifani. Durante el funeral, desconsolada, Rosaria Schifani dijo una frase que luego se convertiría en un icono: “Os perdono, pero arrodillaos si tenéis el coraje de cambiar, pero vosotros no cambiáis”.
Iba dirigida a los que le habían robado todo y la habían dejado a sus 22 años sin marido y con un hijo de dos meses sin padre. También el homenaje que quiso hacerle Franco Battiato, en el gran concierto antimafia en Palermo de septiembre de 1992, en el que cantó ‘Povera patria’ (Pobre patria), que había nacido tras el caso Tangentopoli. Battiato, del que ahora se cumple un año de su muerte, aquel día eligió un tema que representaba la decepción con el mundo y el dolor de una realidad, la de la mafia, que él, también siciliano, conocía a la perfección y que lo rompía por dentro. En aquella letra hablaba de “este país devastado del dolor” porque la muerte de Giovanni Falcone lo cambió todo para siempre. Hoy el recuerdo en Italia va para las víctimas de la mafia, también aquellas que aún están vivas.