La recuperación del frenazo económico y golpe social que ha supuesto la pandemia, o cualquier otra crisis, es una cuestión de resiliencia. El economista alemán Markus Brunnermeier (1969, Landshut), profesor en la Universidad de Princeton (Estados Unidos), está convencido de ello.
Para él, son las sociedades y economías resilientes las que de verdad pueden salir “más fuertes” de crisis como la que ha supuesto la COVID-19. Obviamente, repetir el mantra de que “de esta crisis saldremos más fuertes” resulta insuficiente para afrontar golpes como el que ha supuesto la pandemia.
Brunnermeier, economista experto en el mundo financiero, dedica su último libro a cómo lidiar con las crisis actuales y las que están por venir. Él hace hincapié en “la resilencia”, un concepto para materiales y psicología que aplica a las sociedades en su último libro, titulado The Resilient Society (Ed. Endeavor Literary Press, 2021), o “La sociedad resiliente”.
Aplicada a las sociedad y la economía, Brunnermeier describe así la resiliencia en esta entrevista con NIUS: “una economía o una sociedad es resiliente cuando, ante el riesgo de que algo pase, si eso pasa, la sociedad o la economía puede recuperarse rápido”. En la palabra “riesgo” está la clave.
A su entender, Europa peca de estar paralizada ante los riesgos que se plantean, al menos cuando se la compara con potencias económicas como Estados Unidos o China. En Europa, “uno debería pensar en riesgos que asumir, por ejemplo, en materia de cambio climático. Hay que probar más cosas, ser más innovadores y permitir que algunas empresas fracasen y otras tengan éxito”, dice Brunnermeier.
The Resilient Society, publicado en su versión alemana por la editorial Aufbau con el subtítulo “cómo podemos gestionar mejor las crisis del futuro”, ha sido premiado recientemente como Libro de Economía del Año, un galardón que presenta el diario económico teutón Handelsblatt. Fundamental en el razonamiento de Brunnermeier es la idea de que las sociedades y las economías han de ser flexibles y capaces de absorber impactos de shocks que están por llegar.
“Hay muchos shocks posibles. Y también cuestiones éticas, como la implantación de chips en el cerebro para ser más inteligentes, una tecnología que podrá venir en veinte años. O ante modificaciones genéticas en humanos que se puedan hacer en el futuro. En fin, ahí hay riesgos en los que pensar para poder ser más resilientes”, explica Brunnermeier.
“No se puede decir sencillamente que no se hagan esos avances. Porque alguien los terminará haciendo y la cuestión está en cómo lidiar con ellos”, abunda.
P: Su libro trata de la “resiliencia”, un concepto que usted aplica a la sociedad. Pero en origen, la resiliencia es un concepto que pertenece más bien a la psicología de los individuos, ¿no es así?
Originalmente, la “resiliencia” viene de los materiales. Es decir, imagine una barra de un material que trata de doblar. Si tras aplicarle fuerza, vuelve a su posición original, entonces, es resiliente. Hace un par de décadas se aceptó como término psicológico. Pero también se puede hablar de la resiliencia de sistemas, y la sociedad es un sistema hecho a base de interacciones de individuos.
P: ¿Y cuando se puede hablar de una sociedad o una economía resiliente?
Se puede hablar de que una economía o una sociedad es resiliente cuando, ante el riesgo de que algo pase, si eso pasa, la sociedad o la economía puede recuperarse rápido. Por eso, conviene ver, para una sociedad, para una economía o para un negocio, qué riesgos son aquellos ante los cuales no puede recuperarse rápido. Porque hay riesgos en los que se puede caer y ante los cuales uno no puede recuperarse si ocurren. Hay que llevar cuidado con esos riesgos y evitarlos. Pero si esos riesgos se identifican, también hay que identificar riesgos antes los cuales no hay que ser tan precavido porque uno puede recuperarse rápido si esa eventualidad ocurre.
P: ¿A qué se refiere?
A que, por ejemplo, cuando uno inventa algo, está corriendo un riesgo. Pero ha de ser un riesgo del que uno se puede recuperar. Porque inventando cosas, por ejemplo, se puede generar un crecimiento económico más rápido. Por eso, la resiliencia en este ámbito no significa evitar todos los riesgos, sino evitar sólo algunos riesgos y asumir otros cuando hay ganancias potenciales.
P: Su idea de resiliencia aplicada a la sociedad y la economía tiene su concepto contrario: “la robustez”.
Sí. La resiliencia implica flexibilidad y ser capaz de reaccionar. Es decir, que si hay un shock en un sector, se puede volver a crecer rápido desplegando medios que servían a otra cosa. La resiliencia no significa, por tanto, estabilidad ni rigidez. La robustez implica que, ante un shock, como un metal, aguanta el impacto, permanece igual, lo que significa, por ejemplo, tener muchos medios dedicados a parar el impacto.
Piense en un rascacielos. Están hechos para que, frente al viento, se muevan un poco. Si quieres un rascacielos que no se mueva, será tan pesado por la necesidad de metal que necesita que se caería por su propio peso. A diferencia de la robustez, en la resiliencia la clave es la flexibilidad. Le puedo poner un ejemplo futoblístico, un equipo resiliente es el que puede jugar de muchas maneras, alterando posiciones de jugadores y, por tanto, competir de forma flexible.
P: También está esa idea en su libro de que las democracias son resilientes y las dictaduras robustas. ¿Es así?
Eso es más bien una conjetura. Las dictaduras, por lo que sabemos, son buenas cuando, ante un shock, son capaces de parar el sistema afectado. Pero en las democracias, como siempre hay cambios de Gobierno, tras cada elección, la situación es más volátil. Pero en una democracia, la transición de poder es muy sencilla, mientras que la transición de poder en una dictadura suele generar grandes situaciones de inestabilidad.
En dictaduras, el sistema parece muy estable, pero ante un cambio político que afecta a quien continúa como dictador, todo el sistema se ve comprometido. Por su puesto, España es un contraejemplo, por su transición, que estuvo hecha de manera muy inteligente y en la que también hubo suerte. Sin embargo, en dictaduras, lo normal es que la transición de poder, debida a la muerte del dictador o porque éste está muy debilitado, sea muy complicada. En democracia, la alternancia en el poder forma parte del sistema.
P: Ser capaz de innovar y de cambiar, es importante para una sociedad o un país, digamos, como Alemania. En Los Verdes alemanes dicen que las innovaciones llegan por prohibiciones. Los liberales del FDP, dicen que no es así, pues éstos últimos aseguran que, para innovar, lo importante es el libre mercado. ¿Qué piensa usted?
Lo habitual es que se fije un objetivo y luego sea el libre mercado el que se ocupe de alcanzarlo. Porque éste lo hará mejor que el Estado. Pero, a veces, ante una situación dada, los actores del mercado pueden no saber en qué tecnología centrarse. Por ejemplo, en la industria del automóvil, durante mucho tiempo hubo dudas sobre los coches eléctricos.
Ahora ya parece que está decidido que esa es la tecnología a utilizar en la industria del automóvil. Pero hasta que no se decidió, se esperó y se usaron motores de combustión. Hasta que no llega el Gobierno y dice vamos a por la electricidad, las compañías no se lanzan a la explotación de esa tecnología. La empresa fabricante de coches Tesla es la excepción, pues ha estado corriendo riesgos. El resto de empresas, lo normal, es que esperen y dediquen sus esfuerzos a varias tecnologías a la vez.
P: O sea, que lo que hace falta es una orientación clara de quienes legislan.
Lo que hace falta es una buena coordinación. El ejemplo de Nokia lo cuento en el libro. Nokia fue un referente en la industria de la tecnología móvil porque la Unión Europea decidió en un momento dado cuál debía ser la tecnología estándar GSM, el sistema de telefonía móvil digital. En Estados Unidos, estaban probando otras tecnologías, había varios estándares. Pero dado que la UE decidió fijar ese estándar, ese estándar se terminó haciendo global.
Básicamente, la Comisión Europea fue la que dijo, fijamos un estándar y luego, no son los estados los que hacen los teléfonos móviles, esto lo harán las empresas. La CE dio una cierta dirección respecto a esta tecnología, y luego se dejó al mercado hacer su trabajo.
P: En su último libro, usted también habla de los diferentes modos en los que se ha hecho frente a la pandemia. Económicamente, ha sido un instrumento “muy alemán”, me refiero al subsidio de jornada reducida, algo que, en mayor o menor medida, se ha terminado aplicando en toda Europa. ¿Fue ese un instrumento que hizo más resilientes a las economías europeas?
Durante la crisis de 2008, esa herramienta funcionó muy bien para Alemania. Le permitió volver a crecer muy rápido tras aquella crisis. Si una economía recibe un shock y vuelve muy pronto a su dinámica de crecimiento anterior, entonces la cosa ha ido bien. Con ese subsidio, la relación entre el trabajador y la empresa no se rompe.
Pero lo que ha pasado ahora en Estados Unidos, es que muchas de esas relaciones laborales se han roto. La gente ha cambiado de sector y ahora hay carestía de trabajadores. En Europa, debido al subsidio de desempleo, esos vínculos laborales no se rompieron. Por eso, se puede salir más rápido de un shock como el que ha supuesto la pandemia. Esto es lo bueno del subsidio de desempleo.
P: ¿Y lo malo?
Si hablamos de un shock como la COVID-19, que deja la economía afectada, digamos, dos años, entonces, o la crisis financiera de 2008, el subsidio de jornada reducida está bien bien. Pero si lo aplicas a sectores, digamos como era en España el sector de la construcción en los años 90 y a principios de este siglo, en los que había demasiados trabajadores de la construcción, la situación es diferente.
El subsidio de jornada reducida es una cosa buena, pero también mala. Mala, porque puede servir para evitar que tengan lugares correcciones que han de tener lugar en el mercado. Así que, ese subsidio, si es bueno o malo, depende del tipo de shock al que se enfrenta una economía. Porque puede ser un shock permanente o temporal.
P: Un shock
Uno permanente es aquel que se produce cuando algo ha estado yendo mal durante una década previa. Este tipo de situaciones obligan a que haya correcciones. Y, aquí, el subsidio de jornada laboral reducida, básicamente, reduce las correcciones.
P: ¿Se está convirtiendo la pandemia en algo permanente? Después del parón económico de 2020, ahora estamos sufriendo situaciones derivadas de la pandemia. La carestía de componentes, por ejemplo.
Lo que pasa es que la economía ha estado demasiado tiempo asentada en un modo de trabajar que iba al día. Se vivía demasiado al día en lugar de vivir en el “por si acaso”. La resiliencia había sido puesta en un segundo plano. Pero, a una empresa le conviene tener reservas e incluso redundancias. Si algo va mal, en términos de materiales, una empresa ha de tener una cobertura para obtener lo que necesita. Lo que estamos viendo con la crisis de componentes es la necesidad de un modo de entender la actividad económica de manera más resiliente.
Porque se pueden obtener las piezas y componentes, al mismo tiempo, de fabricas de China, pero también de México, África u otras partes de Latinoamérica. Hacer esto conviene porque, si hay un problema en un continente, siempre te queda el otro. Actuar así haría del sistema económico algo más resiliente. En esta lógica, Alemania, por ejemplo, va a utilizar el dinero del fondo de reconstrucción europeo para construir fábricas de chips.
P: ¿Entonces, la “soberanía europea” que se invoca ahora tiene que ver con la resiliencia?
Una manera de ser más resiliente implica traer negocios que estaban fuera. Pero, por otro lado, hay que contar con otros puntos de suministro en el mundo. Porque traer toda la producción de componentes podría desembocar en hacer más pobres a los países pobres donde ahora se fabrican componentes.
P: ¿Y suena a hacer más resiliente a la UE cuando los países europeos impiden reforzar la Agencia Europea de Control y Prevención de enfermedades
No. Está claro que hace falta más inversión en la salud global, en todo aquello que se considere un bien social. Hay países que han estado gastando demasiado poco. Pero la salud es sólo un aspecto. También están los riesgos derivados de los ciberataques, o el cambio climático. Hay muchos shocks posibles. Y también cuestiones éticas, como la implantación de chips en el cerebro para ser más inteligentes, una tecnología que podrá venir en veinte años. O ante modificaciones genéticas en humanos que se puedan hacer en el futuro. En fin, ahí hay riesgos en los que pensar para poder ser resiliente. No se puede decir sencillamente que no se hagan esos avances. Porque alguien los terminará haciendo y la cuestión está en cómo lidiar con ellos.
P: Entonces la resiliencia implica ser previsor...
Es una cuestión, no de prever, sino de reaccionar. La prevención, ante determinados riesgos, puede que sea una tarea excesiva. Además, hay riesgos que no uno puede prever. No se puede evitar todo. Los riesgos que uno puede evitar, hay que evitarlos. Pero para los que no se pueden evitar, hay que tener un plan para reaccionar, para encajar el shock, y volver a crecer.
P: Hablando de riesgos, hay un factor que se está viendo de modo creciente como un riesgo, la inflación. ¿Le preocupa?
La cuestión es si la inflación va a cambiar la actitud de la gente sobre la inflación. Hasta ahora hemos tenido esa inflación por debajo del 2%, pero ahora la situación ha cambiado, estamos en un 4%. Si se mantiene y no vuelve al 2%, entonces tenemos un riesgo. Si vuelve al 2% el sistema habrá demostrado ser resiliente. Pero si se mantiene en el 4% y no se hace nada, es un riesgo. Sería necesario que se hiciera todo cuanto fuera preciso para bajar ese nivel de inflación. Sería necesario que se escuchara algo así como el “whatever it takes” de Mario Draghi en la crisis del euro. Pero este tipo de declaraciones sobre la inflación no las he escuchado todavía.
P: En Alemania siempre inquieta mucho la inflación...
Tiene que tener en cuenta que muchísima gente en Alemania no tiene su casa en propiedad. Tiene sus ahorros en la cuenta del banco. En España o Italia, uno tiene una hipoteca, o la casa en propiedad. El impacto de la inflación en esas situaciones es diferente.
P: ¿Tiene usted la sensación de que en Europa vamos a salir más resilientes de la pandemia? Muchos decían eso de que íbamos a "salir más fuertes".
En Europa tenemos una tendencia a evitar los riesgos. Esta actitud va a dañar a Europa a largo plazo. Porque Estados Unidos y China están corriendo riesgos. Y eso les hará avanzar. Por eso, la cuestión que se plantea es si Europa va a ser capaz de mantener el ritmo de esos dos países. Uno debería pensar en riesgos que asumir, por ejemplo, en materia de cambio climático. Hay que probar más cosas, ser más innovadores y permitir que algunas empresas fracasen y otras tengan éxito.
Habría que animar este tipo de cosas hasta que hubiera resultados. En Europa, hace falta asumir riesgos en lugar de pensar que todo es tan peligroso que es mejor no hacer nada. Hay que pensar en cómo adaptarse a los cambios que se dan en el mundo. Esto es lo que permite ser flexible y la flexibilidad es lo que yo creo que es realmente importante.