El espíritu olvidado del movimiento antiglobalización que nació en Génova
Se cumplen 20 años de la histórica cumbre del G8 en la ciudad italiana, donde se concentró un fuerte movimiento antiglobalización
Los enfrentamientos con la policía y la muerte de un manifestante supusieron un punto de inflexión para la izquierda italiana
Francesca ese día decidió olvidarse de todo e irse a la playa. Habían advertido a los comercios de los alrededores de que era mejor bajar las persianas ante el riesgo de incidentes. Algunos incluso colocaron tablones de madera en los escaparates. “Estábamos avisados, pero cuando vi en televisión lo que ocurrió, no me lo pedía creer, era mil veces peor de lo previsto”, cuenta ahora la camarera. Las protestas se desviaron hacia la plaza Alimonda, a varios kilómetros del centro de Génova, entre barricadas y cañones de agua. La violencia se había adueñado de la ciudad, la policía repartía palos sin miramientos, hasta que un instante lo cambió todo. Hoy, en un parterre de este cruce de caminos, hay un pequeño memorial con una inscripción: “Carlo Giuliani, ragazzo. También él quería ir a la playa, llevaba un bañador rojo debajo del pantalón en el instante de su muerte.
La plaza se convirtió durante años en un lugar de peregrinación para italianos y extranjeros, que venían a depositar una flor en señal de homenaje. El párroco de la iglesia de en frente tuvo que pedir al Ayuntamiento que pusiera orden ante tanta procesión. Han pasado dos décadas desde aquel 20 de julio de 2001. Pero ahora ese modesto pedrusco no es más que un símbolo de una época pasada, de un momento que dejó de existir. El disparo nervioso del ‘carabiniere’ que se sintió amenazado desde su Land Rover cuando Carlo Giuliani alzó un extintor no sólo se llevó por delante la vida de un chico de 23 años. También volatilizó de un fogonazo todo una corriente social que había cristalizado en ese tiempo y aquel lugar.
MÁS
Ese fin de semana se celebraba en Génova la cumbre del G8. En los albores del siglo XXI, con el neoliberalismo cabalgando a galope, el selecto club reunía a George Bush, Tony Blair, Jacques Chirac o Silvio Berlusconi, entre otros. En paralelo, se había conformado un potente movimiento antiglobalización, bautizado dos años antes como el “Pueblo de Seattle”. A Génova llegaron activistas de todo el mundo, entre los que había una nutrida representación ibérica. El portavoz del Movimiento Resistencia Global, llegado desde España, era un joven con pelo largo y piercing en la ceja, llamado Pablo Iglesias.
Se temía la presencia de un grupo anarquista violento, bautizado como ‘black bloc’, del que pocos entonces habían escuchado hablar. Resulta ya un tópico escribir que la ciudad se blindó, pero es que esa vez ocurrió de verdad. El despliegue policial y militar dividió las calles con escuadra y cartabón, como en tiempos de guerra. El puerto y alrededores, donde se reunía la gente importante, quedó dentro de una zona roja a la que nadie podía entrar ni salir. Sólo los residentes tenían acceso con salvoconducto, bajo unas draconianas medidas de seguridad.
Confluencia de movimientos
Durante la semana se fueron repitiendo las manifestaciones fuera de las zonas protegidas. La primera marcha masiva, todo un éxito, estaba orientada a la integración de la comunidad extranjera genovesa. Marco Montoli, que entonces tenía 27 años, era uno de los organizadores. “Aquella primera cita fue bellísima. Detrás de las pancartas había decenas de colectivos distintos unidos”, rememora. Dos décadas después, Marco es el máximo responsable de los Jardines Luzzati, un centro cultural, en el que más que política hay exposiciones, conciertos y una barra para tomar unas cervezas.
“Lo que ocurrió entonces fue un punto de no retorno. La ciudad quedó devastada y la muerte de Carlo Giuliani fue un ‘shock’ para nosotros. Lo entendimos no sólo como una derrota política, sino también militar”, sostiene. En la misma mesa, su colega Federica Civetta lo califica como “un trauma para el que todavía no ha habido una terapia que lo cure”. La mayoría de los movimientos sociales se disolvieron, sus protagonistas abandonaron la lucha y para muchos de ellos un dispositivo policial se convirtió en sinónimo de pánico.
A la tertulia de los Jardines Luzzati se suma Dimitri, “el comunista”, y Simone, el “reformista de izquierdas”. La conclusión es que en España, diez años después, todo ese magma que se fraguaba en Génova confluyó en los indignados y, más tarde, a nivel político, en Podemos. “En Italia se produjo una descomposición social de la izquierda y lo único que surgió fue el Movimiento 5 Estrellas (M5E), que no sólo no ha sido nunca un partido de izquierdas, sino que impidió que esa rabia se transformara en una alternativa progresista”, sentencia Marco. El fundador del M5E fue un genovés, el cómico Beppe Grillo. En la ciudad, donde siempre ha gobernado la izquierda desde que el alcalde se decide en elección directa, mandan ahora los conservadores. Y en el plano internacional, si alguien recoge el testigo de la lucha contra el globalismo es la extrema derecha.
Trauma y división
Pablo Iglesias siempre se definió “políticamente italiano”. Estudió Erasmus en Bolonia, “la roja”, y prestó especial atención en su tesis doctoral al movimiento contestatario ‘tute bianche’ (monos blancos). A diferencia de la clase operaria tradicional, de cuello azul, los monos blancos representaban a un trabajador joven, precario y mal pagado, que a menudo desarrollaba un oficio por debajo de su cualificación. Esto ya existía hace 20 años, con la diferencia de que estaban más organizados. Junto a ellos, compartían las calles anarquistas, grupos de izquierdas de diversa índole, pacifistas o movimientos cristianos. El líder de estos últimos era un cura llamado Don Gallo, conocido por asistir a pobres y prostitutas, del que hoy sólo queda una plaza a su nombre, en la que se lee: “Don Gallo, cura de la calle”. La Comunidad de San Benedetto al Porto, que presidió, no es hoy ni la sombra de lo que fue.
En la gran mayoría de centros sociales, esos lugares en los que tradicionalmente se concentran los activistas italianos, del centro de Génova sólo se ven las pintadas de los cierres. El ‘Zapata’, el más emblemático de aquella época, vive desde hace años en permanente amenaza de desalojo. En el barrio de Sampierdarena, en la periferia genovesa, ahora apenas sirve como gimnasio popular. En la puerta, un grupo de jóvenes anarquistas aseguran que no quieren ni oír hablar de sus antiguos colegas, muchos de los cuales abandonaron el barco ante las discrepancias internas.
A unos metros del puerto se ubica uno de los pocos que emergieron después del G8, el ‘Aut Aut 357’. Concebido como una librería ocupada por un grupo de universitarios, hoy la sede sólo abre esporádicamente para reuniones o asambleas. “En 2008, compañeros de varias facultades sentimos que faltaban espacios culturales, lugares donde hacer teatro o proyectar cine. Creamos el movimiento, también con una fuerte orientación política”, señala al teléfono Lucio, tras concertar una cita. En las reuniones de los primeros años se hablaba de lo que ocurría en Libia o lo que se estaba cociendo en Madrid. “Muchos de nosotros somos más jóvenes, no estábamos en las calles en 2001, pero sí nos consideramos herederos del G8”, opina Lucio, que tiene ahora 33 años.
Cree que en Italia existía “un fermento social histórico fuerte, la sociedad civil italiana siempre ha sido muy activa”. “Sin embargo, la actuación policial y el resultado de la cumbre provocaron mucho miedo y desilusión. Ahora los distintos movimientos estamos en contacto, pero apenas hay colaboración entre nosotros. Ese asamblearismo histórico ha perdido fuelle”, considera el joven. No solo en Italia, probablemente.
El estigma de la violencia
Los sueños eran globales, los resultados no pasaron de lo local. El ‘Pueblo de Seattle’ había creado una plataforma mediática independiente, llamada Indymedia, para compartir las acciones en decenas de países. Un germen de red social para activistas. Pocos años después, el proyecto se convirtió en una nueva reliquia de aquellos años frenéticos. Giovanni Giacone es un periodista que colaboró en todo ello y que continuó su actividad con una idea similar a pequeña escala, la radio online ‘Goodmorning Genova’. Desde aquí, se coordinan distintas iniciativas sociales, sin traspasar el término municipal.
Giovanni recuerda que un par de meses después de la cumbre del G8 se produjeron los atentados del 11-S, quizás el momento que suspendió la plasmación callejera del desafío ideológico. Los gobiernos endurecieron sus políticas de seguridad y los jóvenes, por un tiempo, quedaron paralizados. El sistema había sufrido tal calambrazo que resultaba imprudente amenazarlo. “En la disolución de todo aquello también interviene la enorme fragilidad política del movimiento. Es decir, la belleza de su heterogeneidad no se podía sostener en el tiempo. Había grupos ecologistas, sindicatos, gente sin adscripción… No existía un proyecto común”, concluye el periodista.
La crónica de aquellos días quedó ensombrecida, todavía hoy, por la violencia. A la muerte de Carlo Giuliani hay que sumarle centenares de heridos y la brutal represión de la escuela Diaz. A Giovanni, que fue uno de quienes escribió la historia, le siguen asaltando las dudas. “Siempre se habló de la infiltración en las manifestaciones, incluso de la policía, para reventarlas. Es algo que nunca sabremos, pero lo que sí es cierto es que el modo de moverse de los grupos era demasiado articulado para que aquello fuese casual. Los manifestantes quedaron retratados como violentos, cuando en realidad de eso se ocupó el ‘black bloc’. Fue una narración tóxica de la historia italiana y todos estos colectivos no lograron quitarse el estigma de la violencia”, asevera.
Dentro de unos días se cumplirán 20 años de aquel disparo. Nostálgicos por encima de los cuarenta y bisoños aprendices volverán a acercarse al memorial de Carlo Giuliani, su mártir, para dejar una flor. Un tipo con vaqueros y camiseta negra que pasea por los Jardines Luzzati asegura que, ahora que se le ha caído el pelo, su tiempo ya pasó. “Fue un golpe de realidad, quizás ese cambio social era demasiado”, reflexiona. A estas alturas, prefiere echar una mano en el barrio y tener un huerto en casa.